– Si. No habria soportado que trajera un animal aqui, pero lo entendia. Me dejaba el sabado por la noche libre para ir a ver a mi madre y al perro.

– Pero Vaudel ya no puede confirmarlo.

– No.

– Y el perro tampoco.

– Eso si. Venga conmigo el sabado y vera que no les estoy contando ninguna trola. Vera como salta la verja y corre hacia la camioneta. Es la prueba.

– No es la prueba de que fuera sabado.

– Es verdad. Pero es normal que un perro no pueda decir en que dia estamos. Incluso un perro como Cupido.

– Cupido es su nombre -murmuro Adamsberg.

Cerro los ojos, apoyado en el marco de piedra de la puerta, el rostro vuelto hacia el sol, como Emile. Tras el grosor de la pared, la recogida de muestras finalizaba, retiraban las pasarelas. Las alfombras habian sido desmontadas en cuadrados numerados, metidos en contenedores. En ellas buscarian un sentido. Pierre hijo podria haber matado al viejo hijo de puta. O la nuera, decidida -era posible- a arriesgarlo todo por su marido. O Emile. O la familia del pintor que banaba los caballos en bronce y, desafortunadamente, a una mujer. Pintar de bronce a su protectora, eso era algo que no existia antes, en el mapa del continente de Stock. En cambio, matar a un anciano rico era algo que existia desde hacia tiempo. Pero ?reducirlo a papilla, dispersarlo? ?Por que? No se sabia como contestar a eso. Y mientras no se tiene la idea, no se tiene al hombre.

Mordent iba hacia ellos, con su caminar a tirones, su largo cuello lanzado hacia delante, su cabeza cubierta de vello gris, sus rapidos movimientos de ojos; todo un conjunto que recordaba con precision una zancuda rendida en busca de un pez aqui y alli. Se aproximo a Emile, observo a Adamsberg sin indulgencia.

– Duerme -dijo Emile en voz baja-. Es normal, hay que entenderlo.

– ?Estaba hablando con usted?

– ?Y que? Es su trabajo, ?no?

– Sin duda. Pero vamos a despertarlo igualmente.

– Miseria del mundo -dijo Emile en tono asqueado-. Un tipo no puede dormir ni cinco minutos sin que lo maltraten.

– Me extranaria que lo maltratara, es mi comisario.

Adamsberg abrio los ojos bajo la mano de Mordent, Emile se levanto para tomar distancia. Estaba bastante estupefacto de oir que ese hombre era comisario, como si el orden de las cosas hubiera sufrido un desvio, como si los errabundos se convirtieran en reyes sin avisar. Una cosa es hablar de la ralea y de Cupido con un sin grado, y otra muy distinta con un comisario. Es decir con un tipo experto en las tecnicas mas sucias de los interrogatorios. Y ese era un as, segun habia oido decir. Y a ese le habia contado muchas cosas, y sin duda demasiadas.

– Quedese aqui -dijo Mordent reteniendolo por la manga-, esto le va a interesar tambien a usted. Comisario, tenemos la respuesta del notario. Vaudel hizo su testamento hace tres meses.

– ?Mucho dinero?

– Mas que eso. Tres casas en Garches, otra en Vaucresson, un edificio de pisos para alquilar. Mas el equivalente en inversiones y seguros.

– Nada sorprendente -dijo Adamsberg levantandose a su vez, sacudiendose los pantalones.

– Excluyendo la parte legitima para el hijo, Vaudel lo deja todo a un extrano. A Emile Feuillant.

9

Emile volvio a sentarse en el escalon, sonado. Adamsberg permanecia de pie, apoyado en el marco de la puerta, con la cabeza inclinada y los brazos cruzados en el vientre, unico signo tangible de una reflexion en curso, segun sus colegas. Mordent iba y venia moviendo los brazos, la mirada desplazandose con viveza y sin razon. En realidad, Adamsberg no estaba reflexionando sino pensando que Mordent tenia todo el aspecto de la garza que acaba de encontrar un pez y lo aferra con el pico, todavia feliz de su rapida presa. En este caso Emile, que rompio el silencio mientras se liaba torpemente un cigarrillo.

– No es normal lo de desheredar al hijo.

Habia demasiado papel en el extremo del cigarrillo, se encendio a modo de antorcha que fue a chisporrotear en su pelo gris.

– Le gustara o no, no deja de ser su hijo -prosiguio Emile frotandose la mecha, que exhalaba un olor a cerdo quemado-. Y a mi tampoco me queria tanto. Aunque supiera que me iba a sentir nostalgico, y me siento nostalgico. Deberia ir todo a Pierre.

– Es usted un tipo caritativo, ?verdad? -dijo Mordent.

– No, solo digo que no es normal. Pero aceptare mi parte, vamos a respetar la voluntad del viejo.

– Muy practico el respeto.

– No solo esta el respeto. Tambien esta la ley.

– Tambien es practica la ley.

– A veces. ?Tendre la casa?

– Esta o las otras -intervino Adamsberg-. Le costara un pico la mitad de la herencia que le toca. Pero le quedaran al menos dos casas y una buena pasta.

– Traere a mi madre a vivir conmigo y comprare el perro.

– Se organiza usted rapido -dijo Mordent-. Ni que lo tuviera todo preparado.

– ?Que pasa? ?No es normal querer vivir con su madre?

– Digo que no parece muy sorprendido. Digo que ya esta haciendo planes. Al menos podria tomarse el tiempo de digerir la noticia. Son cosas que se hacen.

– Las cosas que se hacen me la sudan. Ya lo he digerido. No veo por que voy a pasar horas con esto.

– Digo que usted sabia que Vaudel le legaba sus bienes. Digo que conocia su testamento.

– Ni siquiera. Pero me prometio que un dia seria rico.

– Eso viene a ser lo mismo -dijo Mordent con la boca hendida del tipo que ataca al pez por los flancos-. El le dijo que heredaria.

– Ni siquiera. Me lo leyo en las lineas de la mano. Conocia los secretos de las lineas y me los enseno. Aqui - dijo ensenando la palma y senalandose la base del anular derecho-. Aqui es donde vio que seria rico. Eso no queria decir que se tratara de su dinero, ?eh? Juego a la primitiva, crei que me vendria de eso.

Emile se sumio subitamente en el silencio, mirandose la palma de la mano. Adamsberg, que observaba el juego cruel de la garza y el pez, vio pasar por el rostro del jardinero el rastro de un antiguo temor que nada tenia que ver con la agresividad de Mordent. Los picotazos del comandante no parecian inquietarlo ni irritarlo. No, era el asunto de las lineas de la mano.

– ?Leia mas cosas en sus manos? -pregunto Adamsberg.

– No mucho, aparte de lo de la riqueza. Mis manos le parecian corrientes, y el decia que era una suerte. A mi no me molestaba. Pero, cuando quise ver las suyas, la cosa cambio. Cerro los punos. Dijo que no habia nada que ver, dijo que no tenia lineas. ?Que no tenia lineas! Parecia tan de mala onda que mas valia no insistir, y esa noche no jugamos a las cinco en raya. ?No tenia lineas! Eso si que no es normal. Si pudiera ver el cuerpo, miraria si es verdad.

– No se puede ver el cuerpo. De todos modos, las manos estan hechas cisco.

Emile se encogio de hombros decepcionado, mirando a la teniente Retancourt avanzar hacia ellos a grandes zancadas inelegantes.

– Parece amable -dijo.

– No se fie -dijo Adamsberg-. Es el animal mas peligroso del equipo. Esta aqui desde ayer por la manana sin interrupcion.

– ?Como lo hace?

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