que abriese la puerta de noche por la mera conminacion de la palabra «Policia», que no tranquilizaba a nadie. Ya fuera por creer que no era la policia, o por creer que si lo era, lo cual era peor todavia.

– Senora Bourlant, vengo de parte de Emile. Esta en el hospital, tiene un mensaje para usted.

– ?Y por que viene de noche?

– No quiere que me vean. Es a proposito del paso subterraneo. Dice que, si se sabe, tendra usted problemas.

La puerta se abrio diez centimetros sujeta por una cadena. Una mujer muy fragil, de unos sesenta anos, lo examino ajustandose las gafas.

– ?Y como se yo que es usted amigo de Emile?

– Dice que tiene usted una linea de la suerte magnifica.

La puerta se abrio y la mujer echo el cerrojo cuando Adamsberg hubo entrado.

– Soy amigo de Emile y soy comisario.

– Eso no puede ser.

– Puede ser. Abrame el paso, es todo lo que le pido. Debo ir a la casa de Vaudel. Dos equipos de la policia seguiran la misma via. Y usted los dejara pasar.

– No hay ningun paso.

– Puedo desbloquear el acceso sin usted, senora Bourlant. No me ponga problemas, o todo el vecindario estara al corriente de lo de la puerta.

– ?Y que? No es un crimen.

– Podrian decir que usted iba a robar al viejo Vaudel.

La mujercita se apresuro en buscar la llave, refunfunando contra la policia. Adamsberg la siguio hasta el sotano, y por el pasillo que lo prolongaba.

– Los policias, mucho ajetreo -dijo abriendo el cerrojo de la puerta-, pero para hacer tonterias son campeones. Mira que acusarme de robar… Hacerle la puneta a Emile, y luego a ese joven.

– La policia tiene el panuelo de ese joven.

– Tonterias. No se deja el panuelo en casa ajena, asi que ?como se va a dejar en casa de alguien a quien se mata?

– No me siga, senora Bourlant -dijo Adamsberg rechazando a la mujercita que venia trotando detras de el-. Es peligroso.

– ?El asesino?

– Si. Vuelva a su casa, espere los refuerzos, no se mueva.

La mujer troto rapidamente en sentido inverso. Adamsberg subio en silencio los peldanos abarrotados del sotano de Vaudel, alumbrandose para no dar un golpe a una caja, una botella. La puerta de acceso a la cocina era corriente, la cerradura no requirio mas de un minuto. Enfilo el pasillo, directamente hacia la sala del piano. Si Paole suicidaba a Zerk, alli es donde lo haria, en el lugar de su remordimiento.

Puerta cerrada, sin visibilidad. Los tapices que cubrian las paredes amortiguaban las voces. Adamsberg entro en el cuarto de bano contiguo, se subio a la cesta de la ropa sucia. De alli llegaba a la rejilla de ventilacion.

Paole estaba de pie, de espaldas, con el brazo descuidadamente estirado, apuntando el arma equipada con silenciador. Frente a el, Zerk lloraba en el sillon Luis XIII, sin rastro ya del gotico arrogante. Paole lo habia clavado en el asiento. Un cuchillo le atravesaba la mano derecha, hundido en la madera del brazo. Habia caido mucha sangre, hacia rato que el joven estaba prendido en ese sillon, sudando de dolor.

– ?A quien? -repetia Paole agitando un movil ante los ojos de Zerk.

Zerk habia debido de intentar de nuevo lanzar su llamada de socorro, pero esa vez Paole lo habia interceptado. El hombre abrio un cuchillo automatico, agarro la mano de Zerk y la rayo de sajaduras, haciendolo sin prisa, como quien corta un pescado, sin parecer oir los gritos del joven.

– Esto te quitara la idea de volver a hacerlo. ?A quien?

– A Adamsberg -gimio Zerk.

– Lamentable -dijo Paole-. El hijo ya no mata al padre, ?no? Le pide socorro al primer rasguno… Por, Qos. ?Que tratabas de decirle?

– SOS. No consegui teclearlo, no lo entendera. Dejeme, no lo traicionare, no dire nada, no se nada.

– Es que te necesito, chaval. Comprenderas que la pasma ha ido demasiado lejos. Te dejare aqui, crucificado en el sillon, automutilado, muerto en el lugar del crimen, y no se hable mas. Tengo mucho que hacer y necesito tranquilidad.

– Yo tambien -jadeo Zerk.

– ?Tu? -dijo Paole apagando el movil de Zerk-. Pero ?que tienes que hacer tu? ?Fabricar tus baratijas? ?Cantar? ?Comer? ?A quien le importa, chaval? No sirves para nada ni para nadie. Tu madre se ha largado y tu padre no quiere saber nada de ti. Al menos sacaras algo de tu muerte. Seras famoso.

– No dire nada. Me ire lejos. Adamsberg no entendera nada.

Paole se encogio de hombros.

– Claro que no entendera. Cabeza de avellana, no mayor que la tuya, hacedor de viento, de tal palo tal astilla. De todos modos, es un poco tarde para llamarlo. Esta muerto.

– No es verdad -dijo Zerk lanzando un golpe de lumbares.

Paole apreto el mango del cuchillo clavado, haciendo oscilar la hoja a traves de la herida.

– Tranquilo. Esta completamente muerto. Emparedado en el panteon de las victimas de Plogojowitz en Kiseljevo, Serbia. Ya ves que no va a volver asi como asi, ?no?

Paole hablo entonces en voz baja, para si, mientras la ultima esperanza se desvanecia del rostro de Zerk.

– Pero me obligas a precipitar las cosas. Si han encontrado su cuerpo, tienen su movil. En cuyo caso acaban de captar tu llamada, te identifican, te localizan. Luego nos localizan. Tenemos quiza menos tiempo del previsto, preparate, chaval, despidete.

Paole se habia alejado del sillon, pero aun estaba demasiado cerca de Zerk. En el tiempo que tardara Adamsberg en abrir la puerta y apuntarle, Paole tendria cuatro segundos de adelanto para disparar a Zek. Cuatro segundos que habia que emplear en desviar su atencion. Adamsberg saco su libreta, dejando escapar todos los papeles que metia en ella en desorden. La hoja que buscaba estaba reconocible, arrugada y sucia, en la que habia copiado el texto de la estela de Plogojowitz. Cogio el movil, escribio el mensaje a toda prisa. Dobro vece, Proklet – Salut, Maudit. Firmado: Plogojowitz. No era ninguna maravilla, pero era incapaz de hacerlo mejor. Suficiente para intrigar al hombre un instante, para tener tiempo de entrar y colocarse entre Zerk y el.

El timbre sono en el bolsillo de Paole. El hombre consulto la pantalla, fruncio el ceno, la puerta fue violentamente empujada. Adamsberg estaba frente a el, cubriendo al joven. Paole hizo un ademan con la cabeza, como si la intrusion del comisario hubiera tenido algo de simplemente burlesco.

– ?Se dedica usted a esto, comisario? -dijo Paole senalando la pantalla-. No se dice Dobro vece a estas horas de la noche. Se dice Laku noc.

La despreocupacion despectiva de Paole desestabilizaba a Adamsberg. Ni sorprendido ni inquieto, pese a que lo creia muerto en el panteon, el hombre no daba ninguna importancia a su presencia. Como si no fuera mas molesto que una mata de hierba en su camino. Mientras apuntaba a Paole, Adamsberg echo atras el brazo y arranco el cuchillo del brazo del sillon.

– ?Largate, Zerk! ?Ahora!

Zerk se lanzo, la puerta chasqueo tras el, y resonaron los pasos de su carrera por el pasillo.

– Conmovedor -dijo Paole-. ?Y ahora, Adamsberg? Estamos los dos de pie, armados. Usted apuntara a las piernas, yo al corazon. Aunque me de usted primero, disparo, ?verdad? No tiene ninguna posibilidad. La sensibilidad de mis dedos es extrema, y mi sangre fria total. En una situacion tan estrictamente tecnica, su puerta al inconsciente no le resulta de ninguna utilidad. Al contrario, lo retrasa. ?Persiste en su error de Kiseljevo? ?Se pasea solo? ?Al viejo molino, igual que aqui? Lo se -anadio levantando su gruesa mano-. Su escolta lo sigue.

El hombre consulto su reloj y se sento.

– Tenemos unos minutos. Alcanzare facilmente al chico. Unos minutos para averiguar lo que le ha traido

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