Adamsberg asintio. Completamente perdido. No habian pasado veinte minutos desde que habia entrado en el cuarto de bano. Un hambre brutal hizo rugir su vientre.

– Si busca al chico, esta en mi salon, curandose las manos.

46

El equipo de Danglard seguia a la ambulancia, el de Voisenet se encargaba de la investigacion en la casa. Adamsberg habia encontrado a Zerk sentado en el salon de la vecina, no mas tranquilo que ante Paole, rodeado de cuatro policias arma en ristre. Tenia las manos envueltas en gruesos trapos que la senora Bourlant habia sujetado con imperdibles.

– De el -dijo Adamsberg levantando a Zerk por un brazo- me encargo yo. Un antidolor, senora Bourlant, ?tiene eso?

Le habia hecho tomarse dos pastillas y lo habia empujado delante de si hasta el coche.

– Ponte el cinturon.

– No puedo -dijo Zerk ensenando las manos vendadas.

Adamsberg asintio, tiro del cinturon, lo abrocho. Zerk se dejaba hacer, mudo, traumatizado, como estupido. Adamsberg conducia en silencio, eran casi las cinco de la madrugada, iba a amanecer. Dudaba. Limitarse al caso, tecnicamente, o abordar las cosas a bocajarro. Una tercera solucion, la que le sugeria Danglard, era arribar con sutileza y elegancia. A la inglesa al fin y al cabo. Pero no estaba equipado para practicar ese tipo de arribada. Vagamente desanimado, un poco exhausto, dejaba ir el coche. ?Que mas daba hablar o no hablar? ?De que servia y con que objeto? Podia dejar a Zerk irse hacia su vida sin pestanear. Podia llevarlo hasta el fin del mundo sin decirle una sola palabra. Podia dejarlo alli. Torpemente, con sus manos vendadas, Zerk habia sacado un cigarrillo. Ahora era incapaz de encenderlo. Adamsberg suspiro, hundio el encendedor del coche y se lo ofrecio. Con una mano cogio el segundo movil. Weill lo llamaba.

– ?Lo despierto, comisario?

– No me he acostado.

– Yo tampoco. Nolet ha encontrado al testigo, un companero de clase de Francoise Chevron y de Emma. Ha echado el guante a Carnot hace media hora. Se dirigia armada al piso del companero.

– Hay noches asi, Weill, en que los humanos tienen hambre. Arnold Paole ha sido detenido hace una hora. El doctor Paul Josselin. Estaba rajando a Zerk en la casa de Garches.

– ?Algun estropicio?

– Zerk tiene las manos laceradas. Josselin esta en el hospital de Garches con una bala en el vientre, no mortal.

– ?Disparo usted?

– La vecina. Sesenta anos, un metro cincuenta, cuarenta kilos y un 32.

– ?Donde esta el chico?

– Conmigo.

– ?Lo lleva a su casa?

– En cierto modo. No puede usar las manos, todavia no es independiente. Diga a Nolet que bloquee el domicilio de Francoise Chevron, intentaran como sea sacar a Emma Carnot del pantano y hundir en el al marido de Chevron. Digale tambien que tenga a Carnot en secreto durante cuarenta y ocho horas. Ni una declaracion, ni una linea. La nina va a juicio pasado manana, y no quiero que hayan jodido a Mordent para nada.

– Evidentemente.

Zerk le paso la colilla con expresion interrogante, y Adamsberg la apago en el cenicero. De perfil, a la luz de la manana que subia, como siguiendo sin voluntad ideas imprecisas, Zerk se le parecia, con su nariz aguilena y su barbilla huidiza, hasta el punto de que cabria preguntarse como podia ser que Weill no se hubiera fijado nunca. Josselin habia asegurado que era un imbecil.

– Me fume todos tus cigarrillos en Kiseljevo -dijo Adamsberg-. Los que habias dejado en mi casa. Todos menos uno.

– Josselin hablo de Kiseljevo.

– Alli es donde murio Peter Plogojowitz en 1725. Donde se construyo el panteon de sus nueve victimas y donde Josselin me encerro.

Adamsberg sintio una estela de frio helarle la espalda.

– Entonces era verdad -dijo Zerk.

– Si. Tenia frio. Y cada vez que lo recuerdo vuelve el frio.

Adamsberg siguio dos kilometros sin hablar.

– Cerro la puerta de la tumba y hablo. Te imito muy bien. «?Sabes donde estas, capullo?»

– ?Se me parecia?

– Mucho. «Y todo el mundo sabra que Adamsberg abandono a su hijo y que hijo era. Fuiste tu. Tu. Tu.» Era convincente.

– ?Pensaste que era yo?

– Claro. Como el autentico cabronazo que eras cuando fuiste a mi casa. Para pudrirme la vida. ?No es lo que me habias prometido?

– ?Que hiciste en el panteon?

– Estuve asfixiandome hasta la manana siguiente.

– ?Quien te encontro?

– Veyrenc. Me habia seguido para impedir que te atrapara. ?Lo sabias?

Zerk miraba por la ventana, ya era de dia.

– No -dijo-. ?Adonde vamos? ?A tu puta Brigada?

– ?No ves que hemos dejado atras Paris?

– Entonces ?adonde vamos?

– Adonde deja de haber carretera. Al mar.

– Ah -dijo Zerk cerrando los ojos-. ?Para que?

– Para comer. Calentarnos al sol. Ver el agua.

– Me duele. Ese cerdo me ha hecho dano.

– No puedo darte mas pastillas hasta dentro de dos horas. Intenta dormir.

Adamsberg detuvo el coche frente al mar, cuando la carretera se volvio arenosa. Sus relojes y la altura del sol indicaban mas o menos las siete y media. Playa lisa, extension desierta, ocupada por grupos de aves blancas y silenciosas.

Salio sin ruido del coche. El mar calmo y el azul intacto del cielo le parecian muy provocadores, mal adaptados a esos diez dias de caos feroz. Tampoco adaptados al estado de cosas con Zerk, turbulencia, estupor que crecian como briznas de hierba atolondradas en un monton de escombros. Tendria que haber habido una tempestad salvaje en el oceano y, esa manana, un cielo brumoso en que no se distinguiera la linea del horizonte. Pero la naturaleza decide sola y, si imponia esa perfeccion inmovil, el estaba dispuesto a absorberla durante una hora. De hecho, el adormecimiento lo habia abandonado, se sentia completamente despierto. Se tumbo en la arena, aun fresca, apoyado en un codo. A esas horas, Vlad estaba todavia en la krusma. Revoloteando quiza por el techo de sus suenos. Marco su numero.

– Dobro jutro, Vlad.

– Dobro jutro, Adamsberg.

– ?Donde tienes el telefono? Te oigo mal.

– Encima de la almohada.

– Acercatelo a la oreja.

– Ya esta.

– Hvala. Di a Arandjel que la aventura de Arnold Paole se acabo esta noche. Aun asi, creo que esta contento, porque ha masacrado a los cinco grandes Plogojowitz. Plogener, Vaudel-Plog, Plogerstein y dos Plogan, padre e hija, en Finlandia. Y los pies de Plogodrescu. La maldicion de los Paole llega a su fin y, segun sus palabras, se van. Libres. En la colina de Jaichgueit, el arbol muere.

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