– Eso tambien es verdad.

– Luego ya estabamos en la casa, ya no necesitaba fijarse en la carretera. Habia empeorado, ya no hablaba con normalidad. A veces susurraba, y yo no oia nada, a veces rugia. Me planto el cuchillo en la mano. Me conto el arbol genealogico de los Plogojavic, ?asi es como se llaman?

– Plogojowitz.

Zerk no tenia mas facilidad que el para memorizar palabras. En ese brevisimo momento, Adamsberg tuvo la sensacion de conocerlo a fondo.

– De acuerdo -dijo Zerk bajando la barra de sus cejas, completamente identica a la del padre vigilando la coccion del potaje-. Hablo del «sufrimiento inhumano», dijo que nunca habia matado porque esos seres no eran humanos, sino criaturas de la tierra profunda que destruian la vida de los hombres. Yo no escuchaba del todo, me dolia, tenia miedo. Dijo que era su trabajo de gran medico el curar las plagas, librar al mundo de la «amenaza inmunda».

Adamsberg saco un cigarrillo del paquete de Zerk.

– ?Como conseguiste mi numero?

– Lo robe del movil del tio Louis en la epoca en que el trabajaba contigo.

– ?Pensabas utilizarlo?

– No. Pero no me parecia normal que Louis lo tuviera y yo no.

– ?Como pudiste marcarlo? ?En el bolsillo?

– No lo marque. Lo habia grabado en el numero 9, el ultimo de los ultimos.

– Eso ya es un principio.

48

Emile entro en la Brigada apoyandose en una muleta. Se enfrentaba, en recepcion, con el cabo Gardon, que no entendia que queria ese hombre a proposito de su perro. Danglard se dirigio hacia el arrastrando los pies, con traje claro, hecho inedito que suscitaba comentarios, aunque muchos menos que el arresto de Paul de Josselin, descendiente de Arnold Paole, de vida destrozada por los vampiri Plogojowitz.

Retancourt, que se mantenia a la cabeza del movimiento racional positivista, debatia desde esa manana con los conciliadores y los paleadores de nubes, que le reprochaban haberse obstinado desde el domingo en llevar la investigacion por una via estrecha sin haber aceptado los vampiri. Cuando hay de todo en la cabeza del ser humano, habia dicho Mercadet. Incluso armarios en su vientre, habia pensado Danglard. Kernorkian y Froissy estaban al borde del paso al otro bando, dispuestos a creer en los vampiri, lo cual agravaba la situacion. Eso debido a la conservacion de los cadaveres, hecho debidamente observado, historicamente consignado, ?quien podia explicarlo? A pequena escala, el debate que habia incendiado Occidente en la segunda decada del siglo XVIII se reanudaba igual de ardientemente en los locales de la Brigada de Paris, sin avances notables en tres siglos.

Era ese punto, en realidad, lo que desestabilizaba a los agentes de la Brigada, el espanto que suscitaban esos cuerpos «intactos, sonrosados», rezumando sangre por sus orificios y cubiertos de piel nueva y tersa mientras la muda y las unas viejas yacian al fondo de la tumba. Aqui el saber de Danglard acabo predominando. Poseia la respuesta, sabia el porque y el como de la conservacion de los cuerpos, al fin y al cabo bastante frecuente, incluso la explicacion del grito del vampir al que clavan la estaca y de los suspiros de los mascadores. Se formo un corro a su alrededor, se esperaban sus palabras, se llegaba a un giro del debate en que la ciencia iba a hacer retroceder el oscurantismo un tiempo mas. Danglard empezo a exponer la cuestion de los gases que a veces, dependiendo de la composicion quimica de la tierra, en lugar de salir del cuerpo, lo inflan como un globo, tendiendo la piel, y fue interrumpido por el estrepito de un cuenco volcado alla arriba, mientras Cupido corria escaleras abajo, precipitandose hacia la recepcion sin preocuparse de los obstaculos. Sin interrumpir su carrera, el perro lanzo un ladrido particular al pasar por la fotocopiadora donde se desparramaba La Bola, con las dos patas delanteras colgando en el aire.

– Aqui -comento Danglard viendo pasar el animal casi loco de alegria- no hay ni saber ni fantasia. Solo un amor puro sin freno ni cuestionamiento. Muy excepcional en el hombre, y muy peligroso tambien. No obstante, Cupido tiene educacion, se ha despedido del gato, con una punta de admiracion y de nostalgia.

El perro habia trepado sobre Emile y se sujetaba en su pecho, jadeando, lamiendo, aranandole la camisa. Emile tuvo que sentarse, apoyando su cabeza de maton en el lomo del can.

– Su estiercol -le dijo Danglard- era el mismo que el de la camioneta.

– ?Y el mensaje de amor del viejo Vaudel? ?Ayudo al comisario?

– Mucho. Lo llevo hasta la muerte en un panteon putrido.

– ?Y el pasadizo en el sotano de la senora Bourlant, le sirvio?

– Mucho tambien. Lo llevo hasta el doctor Josselin.

– Nunca me gusto ese tio fatuo. ?Donde esta el jefe?

– ?Quieres verlo?

– Si, no quiero que me ponga complicaciones, se podria llegar a un apano por las buenas. Con la ayuda que le he dado, tengo moneda de cambio.

– ?Que apano?

– Solo se lo dire al jefe.

Danglard marco el numero de Adamsberg.

– Comisario, Cupido esta ahora mismo pegado a Emile, que, por su parte, desea hablarle para llegar a un apano.

– ?Que apano?

– Ni idea. Solo quiere hablar con usted.

– Personalmente -insistio Emile-. Es importante.

– ?Como se encuentra?

– Aparentemente, bien. Lleva una chaqueta nueva y un broche azul en el ojal. ?Cuando viene?

– Estoy en una playa en Normandia, Danglard. Ahora vuelvo.

– ?Que hace alli?

– Tenia que hablar con mi hijo. No somos brillantes ninguno de los dos, pero llegamos a comunicar.

Pues claro, penso Danglard. Tom no tenia aun un ano, no sabia hablar.

– Ya le he dicho que estan en Bretana, no en Normandia.

– Me refiero a mi otro hijo, Danglard.

– ?Cual? -pregunto Danglard incapaz de acabar la frase-. ?Que otro hijo?

Una rabia instantanea ascendio en el contra Adamsberg. Ese cabron habia debido de procrear en otro sitio, a su manera desconsiderada, pese a que Tom acababa apenas de nacer.

– ?Que edad tiene ese otro? -pregunto con aspereza.

– Ocho dias.

– Cabron -susurro Danglard.

– Asi son las cosas, comandante, no estaba al corriente.

– ?Joder, usted nunca esta al corriente!

– Y usted nunca me deja acabar, Danglard. Tiene ocho dias para mi y veintinueve anos para los demas. Esta a mi lado, fumando. Tiene las dos manos vendadas. Paole lo clavo anoche en el sillon Luis XIII.

– El Zerquetscher -dijo debilmente Danglard.

– Exactamente, comandante. Zerk. Armel Louvois.

Danglard poso una mirada ciega sobre Emile y su perro.

– Es una imagen, ?verdad? -dijo-. ?Lo ha adoptado, o alguna chorrada de este tipo?

– En absoluto, Danglard. Es mi hijo. Lo cual divirtio tanto mas a Josselin al escogerlo como cabeza de turco.

– No lo creo.

– ?Confia usted en Veyrenc? Pues preguntele. Es su sobrino, y lo pondra por las nubes.

Adamsberg estaba medio tumbado en la arena y dibujaba gruesos motivos con la punta del indice. Zerk, con

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