como se obedece abajo.

Adamsberg colgo, hizo girar el aparato apagado encima de la mesa. Habia dado el corazon de espuma a Danica.

– Danglard, le confio la madre. Proteccion Retancourt.

– No se atrevera con su madre -musito Veyrenc.

– Hay tipos capaces de comerse un armario, Veyrenc.

Danglard se alejo para llamar a Retancourt. Salida inmediata hacia Suiza. En cuanto la supieron preparada para ponerse en camino, los tres hombres lanzaron un suspiro de alivio, y Danglard pidio una copa de Armanac.

– Preferiria un rakija despues del kafa, como en la krusma.

– ?Como es posible, comisario, que haya memorizado palabras serbias cuando no es capaz ni de acordarse del apellido de Radstock?

– He memorizado palabras kiseljevianas -matizo Adamsberg-. Seguramente porque es un lugar incierto, Danglard, donde suceden cosas fuera de lo comun. Hvala, dobro vece, kajmak. En el panteon tambien pense en los kobasice. No espere nada grandioso, solo son salchichas.

– Picantes -preciso Veyrenc.

Y Adamsberg no se extrano de que Veyrenc supiera ya mas que el.

– Weill parece correcto -dijo Danglard.

– Si -dijo Veyrenc-. Eso no quiere decir nada. Weill siempre esta en el summum del arte. Policial y cualquier otro.

– ?Por que iba a traicionar a Carnot?

– Para hundirla. Esa mujer comete errores, es peligrosa.

– Weill no es Arnold Paole. No es el ex esposo.

– ?Por que no? -propuso Veyrenc sin conviccion-. ?Que tiene que ver el joven de hace veintinueve anos y el hombre de hoy, sofisticado, ventrudo y de barba blanca?

– No puedo poner a un oficial a montar guardia junto al domicilio de Weill -dijo Adamsberg-. ?Veyrenc?

– De acuerdo.

– Pase por casa de Danglard a coger un arma. Y tapese el pelo.

44

Un punto de luz brillaba bajo el cobertizo. Lucio daba de comer a la madre gata. Adamsberg se reunio con el, se sento en el suelo con las piernas cruzadas.

– Tu -dijo Lucio sin levantar la cabeza- vuelves de lejos.

– De mas lejos de lo que crees, Lucio.

– De tan lejos como creo, hombre. De la muerte.

– Si.

Adamsberg no se atrevia a preguntar como iba la pequena Charme. Lanzaba miradas a diestra y siniestra, incapaz de reconocerla entre los gatitos que vagaban por la penumbra. «He matado a la gatita de un pisoton con la bota. Lo salpico todo.»

– ?Algun problema?

– Si.

– Dime.

– Maria ha encontrado el escondite de la cerveza bajo el arbusto. Habra que encontrar otro sitio.

Un gatito avanzo torpemente, choco contra la pierna de Adamsberg. Lo levanto con una mano, cruzo su mirada de ojos apenas abiertos.

– Charme -dijo-. ?Es ella?

– ?No la reconoces? Y eso que la trajiste al mundo.

– Si, claro.

– A veces no vales nada -dijo Lucio sacudiendo la cabeza.

– Es que estaba preocupado por ella. Tuve un sueno.

– Cuentalo, hombre.

– No.

– Sucedia en la oscuridad, ?eh?

– Si.

Adamsberg paso los dos dias siguientes desapareciendo. Iba a la Brigada unos instantes, llamaba, atendia a los mensajes, volvia a irse, inaccesible. Se tomo el tiempo de ir a ver a Josselin para comprobar sus acufenos. El medico le habia hundido los dedos en los oidos, satisfecho, y le habia diagnosticado un shock como para romper a un hombre en mil pedazos, un estres de muerte, ?verdad? Pero ya casi cicatrizado, anadio sorprendido.

El hombre de los dedos de oro se habia llevado los acufenos con las manos, y Adamsberg se tomo el tiempo de volver a percibir los ruidos de la calle sin la interferencia de su linea de alta tension. Luego reanudo su ruta, siguiendo el rastro de Arnold Paole. La investigacion sobre el padre Germain avanzaba mal, el hombre se negaba a hablar de su genealogia, estaba en su derecho. Y su nombre verdadero, Henri Charles Lefevre, era tan corriente que Danglard derrapaba ya en sus primeros esfuerzos para remontar su ascendencia. Danglard habia confirmado la opinion de Veyrenc: el padre Germain, desconcertante, autoritario, dotado de una fuerza fisica poco agradable y quiza seductora, no tenia nada para suscitar la simpatia de los hombres y lo tenia todo para fascinar a los lechuguinos cantores. Adamsberg habia escuchado su informe distraidamente, hiriendo una vez mas la susceptibilidad de Danglard.

Retancourt se encargaba de Suiza con Kernorkian; Veyrenc se alojaba en la antigua habitacion de Zerk. Desde alli no dejaba de vigilar a Weill. Habia hecho desaparecer sus mechas rojas con tinte castano, pero en cuanto le daba el sol las veia reaparecer, insumergibles y provocadoras. No trates en la vida de ocultarles tu esencia. Pues la luz vendra siempre, revelara tu infancia. Weill se pasaba el tiempo - corto- en el Quai des Orfevres y haciendo la ronda de sus proveedores de vituallas y productos raros, incluido el jabon del Libano con rosa de color purpura. Weill habia invitado inmediatamente a su nuevo vecino a compartir la mesa abierta, y Veyrenc habia rechazado la invitacion de lejos, apenas amable. A las tres de la manana todavia se divertian en casa de Weill, y a Veyrenc le habria gustado prescindir de su mascara de no ser por el miedo intenso que sentia por su sobrino.

Adamsberg ya dormia con sus armas. En la noche del miercoles volvio a llamar a la comisaria de Nantes, sus anteriores mensajes se habian quedado sin respuesta. El agente de guardia, el cabo Pons, se nego, igual que sus colegas, a dar el numero privado del comisario Nolet.

– Cabo Pons -dijo Adamsberg-, le estoy hablando de la mujer asesinada hace once dias en Nantes, Francoise Chevron. Ustedes tienen a un inocente en la carcel, y yo tengo a su asesino en libertad.

Un teniente se acerco al cabo con mirada interrogante.

– Jean-Baptiste Adamsberg -le informo el cabo tapando el telefono-. Para el caso Chevron.

Girando el dedo en la sien, el teniente dio a entender todo el bien que pensaba de Adamsberg. Pero, presa de inquietud, se puso al aparato.

– Teniente Dremard.

– El numero privado de Nolet, teniente.

– Comisario, el caso Chevron esta cerrado, esta en manos del juez. Su marido le pegaba regularmente, ella tenia un amante. Es coser y cantar. No se puede molestar al comisario Nolet, es algo que odia.

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