Danglard habia salido de la Brigada, se habia quitado el traje y yacia en camiseta delante del televisor, tomandose pastillas para la tos una tras otra para tener ocupadas las mandibulas. Tenia el movil en una mano, las gafas en la otra, comprobaba cada cinco minutos si lo llamaban. Las quince cero cinco, llamada del extranjero, el 00381. Se enjugo las mejillas con el panuelo, descifro el texto: «Salido de la tumba. Buscar padre Germain, coro N.-D. Croix-Faubin».

Pero ?que tumba, maldita sea? Danglard tecleo rapidamente con las manos humedas, la garganta anudada de ira y los musculos relajados de alivio: «?Por que no aviso antes?».

– Sin cobertura. Desfase horario -contesto Adamsberg-. Entonces he dormido.

Es verdad, penso Danglard con remordimiento. No se extrajo del sotano hasta las doce y media, remolcado por Retancourt.

– ?Que tumba? -tecleo.

– Panteon de los 9 de Plogojowitz. Mucho frio. He recuperado los 2 pies.

– ?Del primo de mi tio?

– Los mios. Vuelvo manana.

41

Adamsberg no era un hombre emotivo, rozaba los sentimientos con prudencia, como los vencejos tocan las ventanas abiertas con una caricia del ala, evitando adentrarse, tan dificil es el camino para salir despues. A menudo habia encontrado pajaros muertos en las casas del pueblo, imprudentes y curiosos visitantes incapaces de volver a encontrar la abertura por la cual habian entrado. Adamsberg consideraba que, en cuestion de amor, el hombre no era mas listo que el pajaro. Y que en todo lo demas los pajaros lo eran mucho mas. Como las mariposas que no entraban en el molino.

Pero el paso por el panteon lo habia debilitado probablemente, agitando su mundo afectivo, y dejar Kisilova lo acongojaba. El unico lugar en que habia conseguido memorizar palabras nuevas e impronunciables, que no era poco para el.

Danica habia lavado y planchado la bonita camisa bordada para que se la llevara a Paris. Estaban alli, todos alineados delante de la krusma, rigidos y sonrientes, Danica, Arandjel, la mujer de la carreta y sus ninos, los habituales de la posada, Vukasin, Bosko y su esposa, que no lo habian dejado solo desde el dia anterior, otros rostros desconocidos. Vlad se quedaba unos dias mas. Se habia peinado y recogido cuidadosamente el pelo negro. Generalmente poco capaz de efusiones, Adamsberg los abrazo a todos y cada uno, diciendo que volveria -vraticu se-, que eran amigos - prijatelji-. La tristeza de Danica se veia mitigada por el hecho de no saber a cual de los dos hombres echaria mas de menos, si al bailarin o al encantador. Vlad pronuncio un ultimo «plog», y Adamsberg y Veyrenc bajaron hacia el autobus que los llevaba a Belgrado. De alli, vuelo a Paris, llegarian por la tarde. Vladislav les habia apuntado en una hoja las frases necesarias para desenvolverse en el aeropuerto. Veyrenc murmuraba, camino abajo, con una bolsa de lona en que Danica les habia dispuesto bebida y comida suficientes para pasar facilmente dos dias.

– Hay que marcharse pues de este sitio atristado,

y se aleja llorando, maldiciendo el destino

que le confia un hijo de su alma alejado.

– Mercadet dice que usas mal las «e» mudas y que tus rimas a menudo son falsas.

– Tiene razon.

– Hay algo que no cuadra, Veyrenc.

– Por fuerza. El verso queda desequilibrado.

– Me referia a los pelos de perro. Tu sobrino tenia un perro, que murio unas semanas antes del asesinato de Garches.

– Tournesol, una perra que habia adoptado. Es el cuarto animal que tiene. Es cosa de crios abandonados, adoptan perros. ?Que problema hay con esos pelos?

– Los han comparado con los que dejo Tournesol en el piso. Son los mismos.

– ?Los mismos pelos que que pelos?

El autobus arrancaba.

– En el salon del asesinato de Vaudel, el criminal se sento en un sillon de terciopelo. Un sillon Luis XIII.

– ?Por que precisas que es Luis XIII?

– Porque a Mordent le importa, este como este ahora. El asesino se sento alli.

– Para recobrar aliento, supongo.

– Si, llevaba estiercol en las botas, quedaron fragmentos aqui y alli.

– ?Cuantos?

– Cuatro.

– ?Lo ves? A Armel no le gustan los caballos. Se cayo de pequeno. No es un valiente.

– ?Va al campo alguna vez?

– Baja al pueblo casi cada dos meses, para ver a sus abuelos.

– Ya sabes que hay estiercol en algunos caminos del pueblo -dijo Adamsberg torciendo el gesto-. ?Tiene botas?

– Si.

– ?Se las pone para pasear?

– Si.

Los dos hombres miraron por la ventana, callados un momento.

– Hablabas de los pelos.

– El asesino dejo pelos en el sillon. El terciopelo los atrae. O sea que llevaba pelos en el pantalon, venidos directamente de su casa. Si suponemos que el asesino cogio el panuelito a Zerk, suponemos lo mismo para los pelos de perro.

– Ya veo -dijo Veyrenc con voz velada.

– De por si no es facil robar el panuelo a alguien, pero ?como se hace para los pelos de su perro? ?Recogiendolos uno a uno en su alfombra, delante de las narices de Zerk?

– Entrando en su casa en su ausencia.

– Ya lo hemos controlado. Hay un codigo y un portero automatico. Eso implica que el hombre tendria suficiente confianza con Zerk como para saberse el codigo. Pongamos que asi es. Pero entonces hay que forzar la segunda puerta. Y luego la de Zerk. Y ninguna de las cerraduras ha sido forzada. Mas aun: nuestro amigo Weill y la vecina de enfrente aseguran que Zerk no recibia visitas. ?Tiene alguna novia?

– No desde hace un ano. ?Te refieres a Weill del Quai des Orfevres?

– Si.

– ?Que pinta en esto?

– Vive en el mismo edificio que tu sobrino. Se entendian bien. Como si a Zerk le divirtiera codearse con maderos.

– No. Yo mismo le encontre el piso a traves de Weill cuando fue a vivir a Paris. No sabia que se vieran.

– Y Weill le ha tomado carino. Lo defiende.

– ?Fue el quien te llamo ayer por la manana, cuando te calentabamos la pezuna, a tu otro telefono?

– Si. Se implico desde el principio. Busca entre la gente de arriba. El me dio ese telefono. Y me quito el GPS antes de irme -anadio Adamsberg al cabo de un momento.

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