– Porque te lo dijo.
– No.
– Claro que si. Se le ha metido en la cabeza que tu habias prenado a su madre. Seguro que te hablo de ello. No piensa en otra cosa desde hace meses.
– Muy bien. Me hablo de ello. De acuerdo, se le ha metido eso en la cabeza. O mas bien su madre le metio eso en la cabeza.
– Con razon.
Veyrenc volvio hacia la chimenea, tiro su cigarrillo en el fuego, se arrodillo para atizar. La bola de gratitud hacia su antiguo adjunto se habia esfumado en Adamsberg. Si, le habia arrancado la cinta adhesiva, pero ahora estaba tratando de atraparlo en la nasa.
– Desembucha, Veyrenc.
– Zerk tiene razon. Su madre tiene razon. El joven del puente del Jaussene era Jean-Baptiste Adamsberg. Indiscutiblemente.
Veyrenc se levanto, con un poco de sudor en la frente.
– Eso te convierte en padre de Zerk, o de Armel, como prefieras.
Adamsberg apreto los dientes.
– ?Como podrias saber, Veyrenc, lo que no se ni yo?
– Es algo que ocurre a menudo en la vida.
– Solo una vez actue sin recordarlo, y eso fue en Quebec y habia bebido como un odre [6]. Hace treinta anos no bebia ni gota. ?Que sugieres? ?Que, preso de amnesia, dotado de ubicuidad, hice el amor con una chica a quien nunca conoci? En mi vida me he acostado, ni hablado siquiera, con una sola Gisele.
– Te creo.
– Lo prefiero.
– Odiaba ese nombre y daba otro a los chavales. No te acostaste con una Gisele, te acostaste con una Marie-Ange. Junto al puente chico del Jaussene.
Adamsberg se sintio caer por una pendiente demasiado empinada. La piel le ardia, la cabeza le martilleaba. Veyrenc salio de la habitacion, Adamsberg se hundio los dedos en el pelo. Por supuesto que se habia acostado con Marie-Ange, con su melena corta, sus dientes un poco hacia delante, el puente chico del Jaussene, la lluvia ligera y la hierba humeda que casi lo fastidian todo. Por supuesto que la carta recibida mas tarde, alambicada e incomprensible, la firmaba ella. Por supuesto que Zerk se le parecia. Entonces el infierno era eso. Cargar de golpe con un hijo de veintinueve anos a la espalda, y esa espalda rompiendose bajo el peso de un yunque. Ser padre de un tipo que habia cortado a laminas a Vaudel, que lo habia encerrado en un panteon. «?Sabes donde estas, capullo?» No, ya no sabia en absoluto donde estaba, capullo, salvo en esa piel que le sudaba y le ardia, con la cabeza que le caia sobre las rodillas como una piedra, las lagrimas que le picaban los ojos.
Veyrenc habia vuelto sin decir nada con una bandeja cargada de una botella, queso y pan. La dejo en el suelo, volvio a su sitio sin mirar a Adamsberg, lleno los vasos, unto el queso en el pan, era
– Lo siento -dijo Veyrenc ofreciendole un vaso.
Empujo varias veces la mano de Adamsberg con el vaso, como se fuerza a un nino a desapretar los dedos, a salir de su ira o de su desesperacion. Adamsberg movio un brazo, cogio el vaso.
– Pero es un chico guapo -dijo Veyrenc bastante vanamente, como para poner en valor una gota de esperanza en un oceano de calamidad.
Adamsberg vacio el vaso de un trago, un lingotazo matinal que lo hizo toser, lo cual lo reconforto. Mientras uno siente el cuerpo, aun puede hacer algo. Cosa que no ocurria la noche anterior.
– ?Como sabes que me acoste con Marie-Ange?
– Porque es mi hermana.
Hostia puta. Mudo, Adamsberg tendio el vaso hacia Veyrenc, que se lo lleno.
– Come pan.
– No puedo comer.
– Come igualmente, obligate. Tampoco yo he comido casi desde que vi su foto en el periodico. Puede que seas el padre de Zerk, pero yo soy su tio. No es mucho mejor.
– ?Por que tu hermana se llama Louvois y no Veyrenc?
– Es mi hermanastra, hija del primer matrimonio de mi madre. ?Recuerdas a Louvois? ?El carbonero que se largo con una americana?
– No. ?Por que no me lo dijiste cuando estabas en la Brigada?
– Mi hermana y el nino no querian oir hablar de ti. No te queriamos.
– ?Y por que no has comido nada desde que viste el periodico? Dices que Zerk no mato al viejo. ?No estas seguro en realidad?
– No, en absoluto.
Veyrenc puso una rebanada en la mano de Adamsberg, y ambos, concienzuda y tristemente, comieron lentamente su pan mientras el fuego iba cayendo.
40
Esta vez armado, Adamsberg volvio a recorrer el camino del rio, y el del bosque, evitando los lugares inciertos. Danica no queria dejarlo ir, pero la necesidad de andar era mas imperiosa que los terrores de la patrona.
– Tengo que revivir, Danica. Tengo que comprender.
Adamsberg habia aceptado, pues, una escolta, y Bosko y Vukasin lo seguian de lejos. De vez en cuando, les dirigia una sena con la mano sin volverse. Tenia que quedarse en Kisilova, donde el fuego de la guerra no habia caido, con gente atenta y benefica, no volver a la ciudad, huir de todos los de alla arriba, escaparseles entre los dedos, huir de ese hijo caido del infierno. A cada paso, sus ideas subian y bajaban en desorden, como de costumbre, peces zambullendose en el agua, aflorando de nuevo, que no intentaba atrapar. Siempre habia hecho eso con los peces que flotaban en su cabeza, los habia dejado nadar libremente, ejecutar su danza pautada por el choque de sus pasos. Adamsberg habia prometido a Veyrenc reunirse con el en la krusma para una comida tardia y, tras media hora de marcha, de miradas a las colinas, las vinas y los arboles, se sentia mejor dispuesto. Dio media vuelta, sonrio a Bosko y Vukasin, les dirigio dos senas que significaban «gracias» y «volvemos».
– Solo nos queda pensar -dijo Veyrenc desplegando la servilleta.
– Si.
– O nos quedamos aqui hasta el fin de nuestros dias.
– Espera -dijo Adamsberg levantandose.
Vlad estaba sentado a una mesa, y Adamsberg le explico que tenia que hablar a solas con Veyrenc.
– ?Tuviste miedo? -pregunto Vlad, que todavia parecia impresionado de haber visto a Adamsberg emerger de la tierra, gris y rojo, lo que el llamaba «la salida del sepulcro», como en una gran historia de su Dedo.
– Si. Tuve miedo y dolor.
– ?Creiste morir?
– Si.
– ?Tenias esperanza?
– No.
– Entonces dime que ideas tuviste, en que pensaste.
– En
– Por favor -insistio Vladislav-, ?en que?
– Te juro por tu cabeza que pense en
– Es ridiculo.