– Cuando llegaste a Belgrado con el joven cubierto de pelo, yo estaba aqui desde el dia anterior.
– Vladislav, el traductor. No es pelo, es vello. Lo ha heredado de su madre.
– Eso dijo, en efecto. Una de mis amigas, en el tren, estaba encargada de escucharos.
– Elegante, rica, bonito cuerpo, mala cara. Fue lo que dijo Vlad.
– No es rica en absoluto. Interpretaba un papel.
– Pues dile que trabaje mejor. La localice desde Paris. En Belgrado, ?como supiste adonde iba? Ella no estaba en el autobus.
– Habia llamado a un colega del servicio de misiones, que me avisaba de tus desplazamientos. Una hora despues de que hubieras reservado, yo ya conocia tu destino final, Kiseljevo.
– No se puede uno fiar de los maderos.
– No, eso ya lo sabes tu.
Adamsberg cruzo los brazos, bajo la cabeza. La camisa blanca que le habia prestado Danica estaba bordada en el cuello y las mangas, y examinaba los brillantes arabescos de hilos rojos y amarillos en sus punos. Quiza como los zapatos del tio Slavko.
– ?No sera mas bien Mordent quien te dio esa informacion y quien te pidio que me siguieras?
– ?Mordent? ?Por que Mordent?
– ?No lo sabes? Esta en su casa con depresion.
– ?Que tiene eso que ver?
– Tiene que ver con su hija, que va a juicio. Tiene que ver con la gente de alla arriba que no quiere que se detenga al asesino. Que ha echado las redes sobre la Brigada. Consiguieron a Mordent, todo hombre tiene un precio.
– ?Cuanto me valoras?
– Mucho.
– Gracias.
– En cambio, Mordent hace su curro de traidor como un pringado.
– Sera que no tiene vocacion.
– Pero acaba dando sus resultados. Un casquillito colocado debajo de una nevera, unas virutillas de lapiz dejadas en una alfombra.
– No se de que me hablas. No conozco el expediente. ?Por eso dejaste ir al sospechoso? ?Porque te obligaron?
– ?Hablas de Emile?
– No, del otro.
– No deje que Zerk se fuera -dijo Adamsberg con firmeza.
– ?Quien es Zerk?
– El aplastador, el
– ?Quien es Plogener?
– Un austriaco que sufrio el mismo trato cinco meses antes. Al final resulta que no sabes nada. Pero eres tu el que abre el panteon de Kisilova.
Veyrenc sonrio.
– Nunca confiaras realmente en mi, ?verdad?
– Si te entiendo, lo conseguire.
– Tome el avion a Belgrado, te precedi en taxi hasta Kiseljevo.
– Se habrian fijado en ti en el pueblo.
– Dormi en la cabana del claro. Te vi pasar el primer dia.
– Cuando encontre a Peter Plogojowitz.
– ?Quien es?
Y la ignorancia de Veyrenc parecia autentica.
– Veyrenc -dijo Adamsberg levantandose-, si no conoces a Peter Plogojowitz, no tienes nada que hacer aqui realmente. A menos que pensaras, y dime por que, que yo estaba en peligro.
– No vine con la idea de sacarte de ese panteon. No vine con la idea de ayudarte. Al contrario.
– Bien -dijo Adamsberg-. Cuando hablas asi te entiendo mejor.
– Pero no te habria dejado morir en la tumba. ?Me crees?
– Si.
– Pensaba que el peligro eras tu. Te segui cuando fuiste hacia el molino, vi el coche de alquiler en la carretera, matricula de Belgrado. El tuyo, pense. No sabia adonde pensabas ir, me meti en el portaequipajes. La cosa fue de otra manera. Llegue contigo a ese maldito cementerio. El tipo tenia un arma, y yo nada. Espere, vigile. Ya te lo he dicho, volvia cada dos por tres a comprobar lo que habia hecho. Solo pude intervenir tarde. Casi demasiado tarde. Dos horas mas y te conviertes en centauro.
Adamsberg se sento de nuevo a examinar sus bordados. No mirar la sonrisa de Veyrenc, no dejarse liar por ese tipo como por las tiras de cinta adhesiva.
– O sea que viste a Zerk.
– Si y no. Sali del maletero un rato despues que vosotros, me escondi bastante lejos. Divisaba vuestras siluetas, sin mas. Su cazadora de cuero, sus botas.
– Si -dijo Adamsberg crispando los labios-. Zerk.
– Si por «Zerk» entiendes el asesino de Garches, si, era Zerk. Si por «Zerk» entiendes el tipo que fue a tu casa el miercoles por la manana, no era Zerk.
– ?Tambien estabas alli esa manana?
– Si.
– ?Y no interviniste? Era el mismo hombre, Veyrenc. Zerk es Zerk.
– Que no necesariamente es Zerk.
– Sigues siendo igual de poco claro.
Adamsberg se levanto, cogio el paquete de Morava del manto de la chimenea, encendio un cigarrillo con los tizones del fuego.
– ?Fumas?
– Por culpa de Zerk. Se dejo un paquete en mi casa. Fumare hasta que le eche el guante.
– Entonces ?por que lo dejaste ir?
– No me jodas, Veyrenc. Tenia armas, no pude hacer nada.
– ?No? ?Ni siquiera pedir refuerzos despues de que se fuera? ?Ni siquiera rodear el barrio? ?Por que?
– No es asunto tuyo.
– Lo dejaste ir porque no estabas seguro de que fuera el asesino de Garches.
– Estoy completamente seguro. No conoces nada del caso. Has de saber que Zerk dejo su ADN en Garches, en un panuelo. Has de saber que es el mismo ADN que entro en mi casa con dos patas el miercoles pasado, con clara intencion de matarme esa misma manana u otra. Has de saber que el chico gasta muy malas pulgas. Has de saber que no ha negado una sola vez el asesinato.
– ?No?
– Al contrario, estaba orgulloso. Has de saber que volvio a mi casa a aplastar a una gatita con la bota. Has de saber que lleva una camiseta con costillas, vertebras y gotas de sangre.
– Lo se. Lo vi salir.
Veyrenc saco un cigarrillo del paquete, lo encendio, camino por la habitacion. Adamsberg seguia sus idas y venidas, observaba su expresion de jabato terco que borraba toda dulzura de sus rasgos. Veyrenc protegia a Zerk. O sea que Veyrenc iba de la mano de Emma Carnot. Veyrenc empujaba con los demas para hacerlo caer al hoyo. En ese caso, ?por que haberlo sacado del panteon? ?Para enviarlo al hoyo legalmente?
– Has de saber, Adamsberg, que hace treinta anos, una tal Gisele Louvois se quedo prenada junto al puente chico del Jaussene. Conoces el sitio. Has de saber que oculto su embarazo y que dio a luz, en Pau, un hijo: Armel Louvois.
– Zerk. Lo se, Veyrenc.