contenido.

– ?Puedes tragar? ?Deglutes?

– Si.

Veyrenc acabo la botella, abrio la segunda e introdujo el cuello entre los dientes de Adamsberg, teniendo la impresion de ser un quimico echando algun producto milagroso en una enorme redoma. Vacio las tres botellas y observo a Adamsberg.

– ?Sientes algo?

– Den… tro.

– Perfecto.

Veyrenc volvio a hurgar en su bolsa, saco su grueso cepillo, necesario pues ningun peine podia atravesar la densa pelambre del bearnes. Envolvio el cepillo con un jiron de camisa y froto la piel como se restriega un caballo sucio.

– ?Te duele?

– Em… pieza.

Durante media hora mas, Veyrenc lo amaso a golpes, acciono los miembros, lo cepillo, sin dejar de consultar a Adamsberg para saber que parte «volvia». ?Las pantorrillas? ?Las manos? ?El cuello? El conac le quemaba la garganta, la palabra volvia.

– Ahora vamos a intentar levantarte. Si no, nunca recuperaremos los pies.

Apoyandose contra un ataud, el solido Veyrenc lo incorporo sin dificultad y lo puso en pie.

– No… Veyrenc… no siento… el suelo.

– Quedate asi, que baje la sangre.

– No… creo… que… sean mis… pies… creo que… son dos… pezunas… de caballo.

Mientras mantenia a Adamsberg, Veyrenc observaba por primera vez el lugar, paseando la linterna.

– ?Cuantos muertos hay aqui?

– Estan… los nueve. Y… una que… no esta… muerta… de verdad. Es una… vampira, Vesna. Si estas… aqui, estas… al corriente… de eso.

– No estoy al corriente de nada. Ni siquiera se quien te ha metido en esta tumba.

– Zerk.

– No lo conozco. Hace cinco dias, estaba en Laubazac. Haz que baje la sangre.

– Entonces ?como estas aqui? ?La montana te ha… vomitado hasta aqui?

– Si. ?Como van tus pezunas?

– Hay uno… que se va. Puedo… andar… cojeando.

– ?Tienes el arma en alguna parte?

– En la… krusma. Posada. ?Y tu?

– Ya no tengo arma. No podemos salir de aqui sin proteccion. El tipo ha vuelto cuatro veces durante la noche a comprobar la puerta de la tumba, escuchar desde el otro lado. Espere a que desapareciera, y espere un rato mas para estar seguro de que no se presentara de nuevo.

– ?Salimos… con quien? ?Vesna?

– Por debajo de la puerta hay medio centimetro de hueco. A lo mejor hay cobertura. Quedate de pie, te suelto.

– Solo tengo… un pie y estoy… un poco… borracho, con tu co… nac.

– Puedes bendecir ese conac.

– Lo bendigo. A ti tambien, te… bendigo.

– No me bendigas tan deprisa, podrias arrepentirte.

Veyrenc se tumbo boca abajo, pego el telefono a la puerta y lo examino a la luz de la linterna.

– Dos impulsiones, puede pasar. ?Te sabes el numero de alguien del pueblo?

– Vladis… lav. Busca en mi mo… vil. Habla frances.

– Muy bien. ?Como se llama este sitio?

– Panteon de las nueve vic… timas de Plogojo… witz.

– Que bien -comento Veyrenc marcando el numero de Vladislav-. Nueve victimas. ?Era un asesino en serie?

– Un amo vampiro.

– Tu amigo no contesta.

– Insiste. ?Que hora es?

– Casi las diez.

– Puede que este volando… todavia. Intenta.

– ?Confias en el?

Con la mano apoyada en el ataud, Adamsberg se mantenia sobre un pie, como un pajaro desconfiado.

– Si -acabo diciendo-. No… se. Se rie… todo el rato.

38

Adamsberg inclino la cabeza a la luz del dia, agarrandose al hombro de Veyrenc. Danica, Bosko, Vukasin y Vlad los miraban extraerse del panteon, los tres primeros mudos de terror, cruzando los dedos para contrarrestar las exhalaciones nefastas. Danica miraba fijamente a Adamsberg, petrificada al descubrir sombras verdes bajo sus ojos, labios azules, mejillas de tiza, la piel del torso estriada de rojo, a veces de lineas de sangre, alli donde el cepillo habia pasado y vuelto a pasar.

– Joder -dijo Vlad irritado-, que salgan de alli no quiere decir que esten muertos. ?Ayudadlos, hostia!

– No eres educado -dijo Danica mecanicamente.

A medida que identificaba signos de vida en el rostro de Adamsberg, iba recobrando resuello. ?Quien era el desconocido? ?Que hacia en la tumba de los malditos? La pelambre bicolor de Veyrenc parecia inquietarla todavia mas que el aspecto moribundo de Adamsberg. Bosko avanzo con prudencia y cogio el otro brazo al comisario.

– La… chaqueta -dijo Adamsberg senalando la puerta.

– Ya voy yo.

– ?Vlad! -rugio Bosko-. Ningun hijo del pueblo entra ahi. Envia al extranjero.

Era una orden tan definitiva que Vlad se interrumpio y explico la situacion a Veyrenc. Este apoyo a Adamsberg sobre Bosko y volvio a bajar las escaleras.

– No volvera -pronostico Danica con su semblante mas sombrio.

– ?Por que tiene el pelo con manchas de fuego como jabato? -pregunto Vukasin.

Veyrenc volvio a salir a los dos minutos con la linterna, los jirones de camisa y de chaqueta. Y empujo la puerta con el pie.

– Hay que cerrarla -dijo Vukasin.

– Solo Arandjel tiene la llave -dijo Bosko.

En medio del silencio, Vlad tradujo el intercambio entre padre e hijo.

– La llave no servira de nada -dijo Veyrenc-. Force la cerradura con un gancho.

– Vendre a bloquearla con piedras -mascullo Bosko-. No se como ha hecho este hombre para pasar ahi la noche sin que Vesna lo devore.

– Bosko se pregunta por que Vesna no te ha tocado -explico Vlad-. Unos piensan que sale del ataud, otros dicen que es una mascadora que suspira por las noches para enloquecer a los vivos.

– A lo mejor sus… piro, Vlad -dijo Adamsberg-. Los suspiros de la santa y… los gritos… del hada. No me que… ria hacer dano.

Danica sacaba tazones, traia bunuelos.

– Si no recupera el pie, le entrara podredumbre y habra que cortar -dijo Bosko sin miramientos-. Enciende el fuego, Danica, vamos a calentarselo. Haz cafe ardiendo y trae rakija. Y ponle una camisa, puneta.

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