coche y habra ido a Beograd para hablar con los
– ?Sin decir adios ni nada? Ni siquiera fue a saludar a Arandjel.
– Los
– No son como nosotros -resumio Bosko.
– Plog -dijo Vladislav, que empezaba a sentir compasion por la buena Danica.
– A lo mejor tuvo una emergencia. Habra tenido que irse enseguida.
– Puedo llamar a Adrianus -propuso Vlad-. Si Adamsberg esta con los maderos de Beograd, lo sabra.
Pero Adrien Danglard no habia recibido ninguna noticia de Adamsberg. Mas inquietante aun, Weill tenia una cita telefonica con el a las nueve de la manana hora de Belgrado, y el movil no contestaba.
– El aparato no puede estar sin bateria -insistio Weill a Danglard-. No lo encendia, solo servia para nosotros dos, y solo hablamos una sola vez, ayer.
– Bien, pues esta ilocalizable e inencontrable -dijo Danglard.
– ?Desde cuando?
– Desde que salio de Kisilova para dar un paseo, hacia las cinco de la tarde de ayer. Las tres en hora de Paris.
– ?Solo?
– Si, he llamado a los policias de Beograd, de Novi Sad, de Banja Luka. Adamsberg no ha contactado ningun servicio de policia en el pais. Lo han comprobado con los taxis locales: ningun coche ha cargado ningun cliente en Kisilova.
Cuando Danglard colgo, le temblaba la mano, el sudor se posaba en su espalda. Habia tranquilizado a Vladislav, le habia dicho que, en Adamsberg, una ausencia inopinada no era alarmante. Pero era falso. Adamsberg llevaba diecisiete horas desaparecido, de ese tiempo, una noche entera. No habia salido de Kisilova, o le habria avisado. Buen vino de Burdeos, pH alto, acidez muy debil. Torcio el gesto, dejo la botella con mal humor, bajo la escalera de caracol que llevaba al sotano. Quedaba una botella de blanco escondida detras de la caldera, que abrio como un principiante rompiendo el corcho. Se sento en la caja habitual que le servia de banco, tomo unos cuantos sorbos. ?Por que el comisario se habia dejado el GPS en Paris, maldita sea? La senal estaba fija, indicando su casa. En el frio de ese sotano que olia a moho y a alcantarilla, sintio que perdia a Adamsberg. Tendria que haberlo acompanado a Kisilova, lo sabia, lo habia dicho.
– ?Que cono haces aqui? -pregunto la voz ronca de Retancourt.
– No enciendas esa puta luz -dijo Danglard-. Dejame a oscuras.
– ?Que pasa?
– No hay noticias de el desde las cinco. Desaparecido. Y, si quieres mi opinion, muerto. El
– ?Que es Kiseljevo?
– La entrada del tunel.
Danglard le senalo otra caja, como quien ofrece una butaca en un salon.
37
Su cuerpo entero habia desaparecido en una capa de frio y de insensibilidad, su cabeza funcionaba aun parcialmente. Debian de haber pasado horas, seis quiza. Todavia sentia la parte trasera de la cabeza, cuando tenia la fuerza de hacerla oscilar en el suelo. Tratar de mantener el cerebro caliente, seguir haciendo funcionar los ojos, abrirlos, cerrarlos. Eran los ultimos musculos que podia accionar. Mover los labios bajo la cinta adhesiva, que se habia despegado un poco con la saliva. ?Y? ?Para que sirven unos ojos vivos al lado de un cadaver? Sus oidos funcionaban. No habia nada que oir, salvo el miserable mosquito de su acufeno. Dinh era un tipo capaz de mover las orejas, pero no el. Sus orejas, sentia, serian la ultima parte viva de su cuerpo. Volarian juntas en esa tumba como una poco agraciada mariposa, mucho menos bonita que las del enjambre que lo habia acompanado hasta el viejo molino. Las mariposas no habian querido entrar, tendria que haberlo pensado y haberlas imitado. Siempre hay que seguir a las mariposas. Sus oidos captaron un sonido del lado de la puerta. Estaba abriendo. Volvia, inquieto, a comprobar si su trabajo estaba acabado. Y si no, lo acabaria a su manera: hacha, sierra, piedra. Un nervioso, un ansioso, las manos de Zerk no paraban de cruzarse y descruzarse.
La puerta se abrio, Adamsberg cerro los ojos para evitar el choque de la luz. Zerk cerro el batiente con gran precaucion, tomandose su tiempo, encendio una linterna para examinarlo. Adamsberg sentia el haz de luz ir y venir sobre sus parpados. El hombre se arrodillo, cogio la cinta adhesiva que sellaba la boca y la arranco con violencia. Luego palpo el cuerpo, comprobo los vendajes que lo recorrian. Ahora respiraba fuerte, rebuscaba en su bolsa. Adamsberg abrio los ojos, lo miro.
No era Zerk. Su pelo no era el de Zerk. Corto y muy espeso, sembrado de destellos rojos que captaban la luz de la linterna. Adamsberg solo conocia un hombre con un pelo tan extrano, castano con mechas encendidas alli donde el cuchillo se habia clavado cuando era nino. Veyrenc, Louis Veyrenc de Bihlc. Y Veyrenc habia dejado la Brigada tras el gran combate que lo habia enfrentado a Adamsberg [5]. Se habia ido hacia meses a su pueblo de Laubazac, a mojarse los pies en los rios de Bearn, y nunca mas habia dado noticias.
El hombre habia sacado un cuchillo y se afanaba en desgarrar la armadura de cinta adhesiva que le comprimia el pecho. El cuchillo cortaba mal, avanzaba lentamente, el hombre grunia y maldecia. Y no era el grunido de Zerk. Era el de Veyrenc, sentado a horcajadas encima de el, ensanandose con las tiras. Veyrenc trataba de sacarlo de alli, Veyrenc en ese panteon, en Kisilova. En la cabeza de Adamsberg se formo una inmensa bola de gratitud hacia el companero de infancia y enemigo de ayer, Veyrenc,
– Cierra el pico -dijo Veyrenc.
El bearnes consiguio abrir el caparazon de cinta adhesiva y tiro de ella sin miramientos, arrancando los pelos del pecho y de los brazos.
– No hables, no hagas ruido. Si te duele, mejor: eso es que todavia sientes algo. Pero no grites. ?Sientes aun alguna parte del cuerpo?
– Nada -hizo entender Adamsberg sacudiendo apenas la cabeza.
– Maldita sea, ?no puedes ni hablar?
– No -senalo Adamsberg del mismo modo.
Veyrenc ataco la parte inferior de la momia, soltando poco a poco las piernas y los pies. Luego tiro con rabia hacia atras el enorme monton de cinta adhesiva hecha un lio y se puso a golpear con manos y pies el cuerpo de Adamsberg, violentamente, como un bateria que se hubiera lanzado en una improvisacion frenetica. Hizo una pausa al cabo de cinco minutos, estiro los brazos para relajarlos. Bajo su forma un poco redondeada, sus musculos de contornos desdibujados, Veyrenc poseia una fuerza de bruto, y Adamsberg oia sin sentirlas realmente las palmadas de sus manos. Luego Veyrenc cambio de tecnica, cogio los brazos, los doblo, los desdoblo, hizo lo mismo con las piernas, volvio a golpear toda la superficie, masajeo el cuero cabelludo, volvio a los pies. Adamsberg movia los labios insensibles con la impresion de que podria volver a pronunciar palabras.
Veyrenc se reprochaba no haber traido alcohol. ?Como iba a imaginarlo? Busco sin esperanza en los bolsillos de Adamsberg, saco dos moviles, unos putos billetes de bus, inutiles. Recogio las trizas de chaqueta que yacian en el suelo, paso de un bolsillo a otro, llaves, preservativos, carnet de identidad, y sus dedos tocaron unos frascos minusculos. Adamsberg llevaba tres botellitas de conac.
– Froi… ssy -musito Adamsberg.
Veyrenc debio de comprender, porque aproximo el oido a sus labios.
– Froi… ssy.
Veyrenc habia conocido muy poco a la teniente Froissy, pero capto el mensaje. La buena de Froissy, mujer formidable, cuerno de la abundancia. Abrio la primera botella, levanto la cabeza a Adamsberg y vertio el
