– No, acabaron encontrandola en el bolsillo de un teniente. Eso no es una comisaria, es una leonera. Al final el chisme fue ayer al laboratorio. Tres dias perdidos, zas.

– Zas -confirmo Adamsberg mientras oia simultaneamente el «plog» de Vladislav-. ?Y Emile?

– El doctor Lavoisier nos ha hecho llegar una nota, como un conspirador. Emile esta en rehabilitacion. Ha pedido bigaros, y no los ha tenido. Sale dentro de unos dias. No antes de que este garantizada su seguridad. El doctor espera instrucciones.

– No antes de que hayamos encontrado a Paole.

– ?Por que seria Emile un peligro para Paole?

– Porque era el unico a quien hablaba Vaudel-Plogojowitz.

Un peligro para Paole y para Emma Camot, penso Adamsberg. Las balas torpes disparadas en Chateaudun olian a operacion de un hombre al servicio de arriba.

– ?Ya no lo llamamos Zerk? -pregunto en voz baja Estalere a su vecino Mercadet-. ?Lo llamamos Paole?

– Es el mismo, Estalere.

– Ah, bien.

– O no es el mismo.

– Entiendo.

43

Danglard, Adamsberg y Veyrenc quedaron discretamente para cenar en un restaurante lejos de la Brigada, como tres miembros furtivos reunidos para un complot. Veyrenc habia informado a Danglard de las sombras que se cernian sobre el caso Weill. El comandante se pasaba los dedos por sus blandas mejillas, y Veyrenc lo encontraba cambiado. El efecto Abstract, le habia prevenido Adamsberg. Habia vigor en sus ojos palidos, un poco de anchura en sus hombros, que ocupaban mejor el corte de su traje. Nadie sabia que, en la angustia por la muerte de Adamsberg, Danglard habia anulado la visita de Abstract.

– ?Llamamos a Weill? -pregunto Veyrenc.

Adamsberg habia pedido col rellena, recuerdo tan atenuado de la de Kisilova que se arrepentia.

– Arriesgado -dijo.

– El primero que llega al molino muele primero su grano -objeto Danglard.

Las tres cabezas asintieron a la vez, y Adamsberg marco el numero haciendoles una sena para que callaran.

– La muestra fue al laboratorio ayer -dijo Adamsberg-. Solo nos quedan dos dias. ?En que punto estamos, Weill?

– Deme un segundo, que salve un costillar de cordero.

Adamsberg puso la mano en el telefono.

– Esta salvando un costillar de cordero.

Veyrenc y Danglard asintieron, comprensivos. Adamsberg puso el altavoz.

– Soy reacio a interrumpir una coccion -dijo Weill retomando la linea-. Nunca se sabe que va a salir despues.

– Weill, Emma Carnot conoce la identidad del asesino de Garches. Pero de rebote. A quien conoce ante todo es al hombre que puso los diecisiete pies cortados en el cementerio de Jaichgueit.

– Highgate.

– Hemos olvidado el decimoctavo, el pie que falta. Pienso que es el que ella vio.

– Si no puedo informarle de nada, Adamsberg, me vuelvo a mi costillar de cordero.

– Digame.

– He ordenado una zambullida en la comisaria de Auxerre, donde fue recortado el registro de las bodas. Hay una divertida denuncia de hace doce anos. Una mujer conmocionada por un descubrimiento macabro, un pie calzado tirado en un camino forestal. Nada menos. El pie estaba descompuesto, picado por los pajaros y los carnivoros. Esa mujer, segun los recuerdos del cabo, acababa de expulsar a su ex marido de su casa de campo. Habia ido alli cuando el acababa de mudarse para cambiar las cerraduras. Descubrio el vestigio a quince metros de la puerta, en el sendero de acceso.

– En esa epoca, Carnot no sospecho de su marido.

– No, de otro modo nunca habria alertado a la policia. Y eso que tenia muchos elementos para sospechar. El sendero era privado, nadie pasaba por alli. El marido venia solo a la casa forestal, los fines de semana desde hacia mas de quince anos. Cazaba. Y ese esposo caprichoso y solitario, segun los habitantes de la aldea, guardaba la caza en un congelador cerrado con candado. Rechazo cualquier ayuda de los vecinos cuando Emma Carnot lo obligo a mudarse. Ya se imagina lo que contenia el congelador. Se habria perdido un pie al cargarlo precipitadamente en el camion. Emma Carnot podria haber entendido que era impensable que el pie se hubiera caido del bolsillo de un desconocido o del pico de un pajaro. Pero ella lo que menos queria era entender. La idea se le habra ocurrido sin duda mas tarde, y se callo. La investigacion no dio ningun resultado, se llego a la conclusion de que debia de haber sido un carronero, y caso olvidado.

– Hasta el descubrimiento de Jaichgueit. Entonces entendio.

– Es evidente. Diecisiete pies delante del cementerio, y ella conocia el decimoctavo. Si se sabia que habia estado casada con un hombre que habia cortado los pies a nueve cadaveres, ya podia prepararse para irse al desguace. Por mala suerte, usted estaba alli, en Londres. No le quedaba mas que destruirlo por completo. En menos de un dia, localizo la fisura de Mordent y se lo anexo. Cuando la maquina Carnot se pone en marcha, nada la supera en prontitud, y menos usted, comisario. El caso de Garches se supo el domingo, ella lo relaciono con Highgate antes que usted. ?Como? No lo se. Quiza el despiece. Saboteo la investigacion, mando disparar a Emile, exigio que Mordent provocara la huida del sospechoso y colocara el casquillo y las virutas en casa de Vaudel. Para salvar al verdadero culpable, para hundirlo a usted y para que nunca mas se oyera su voz.

– ?Como se apellida su marido, Weill? -pregunto Adamsberg con lentitud.

– Ni idea. La casa borgonona esta a nombre de la madre, lleva cuatro generaciones perteneciendo a la familia Carnot. Y en esa aldea, como en todas las aldeas, al marido se le dio el apellido de la casa. Lo llamaban senor Carnot, o «el esposo de la senora Carnot». Solo venia para la caza.

– Pero ?y ella, maldita sea? ?Tenemos su apellido de casada? ?En la denuncia?

– Estaba divorciada desde hacia tiempo cuando la puso. Cuando empezo la carrera profesional con veintisiete anos, habia vuelto a apellidarse Carnot. De modo que hace al menos veinticinco anos que recupero su apellido de soltera. Ese matrimonio fue una locura pasajera de juventud.

– Necesitamos esa denuncia, Weill. Es nuestro unico elemento contra ella.

Weill solto una risita y pidio unos minutos para ir a dar la vuelta al costillar de cordero.

– Diriase, Adamsberg, que todavia no es consciente del poder absoluto de esa gente. Ya no hay denuncia. Solo la memoria del cabo de Auxerre me restituyo la historia. No queda ningun rastro documental. Hacen bien las cosas.

– Weill, queda un testigo del matrimonio.

– No hay eco de momento. Pero esta la madre de Emma Carnot. Debio de conocer al joven marido, aunque solo fuera unos dias. Marie-Josee Carnot, calle Ventilles, 17, en Basilea, Suiza. Seria aconsejable protegerla.

– Es su madre, maldita sea.

– Y ella es Emma Carnot. El testigo abatido en Nantes era su propia prima. Avise a su colega Nolet. Si es que se atreve a seguir.

– ?Cual es su mensaje, Weill?

– Proteja a la madre.

– ?Como pudo Carnot saber adonde iba Emile?

– Lo atrapo cuando le parecio bien y para hacer lo que queria.

– Ni los policias de Garches lo habian encontrado.

– Adamsberg, usted no esta hecho para trabajar arriba. La policia de Garches nunca perdio el rastro de Emile, y lo tenian perfectamente controlado cuando se refugio en el hospital. Pero una orden caida de arriba les ordeno que lo dejaran huir, lo siguieran, informaran de su paradero y desaparecieran. Y eso fue lo que hicieron. Asi es

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