miseria es un hecho y no un problema.
– No es mugre, Ariane, es tierra. Y esos tipos no cuidaban ningun jardin. Vivian en habitaciones destartaladas, sin luz y sin calefaccion, de las que la ciudad ofrece a los necesitados. Con sus ancianas madres.
La mirada de la doctora Lagarde se habia posado en la pared. Cuando Ariane observaba un cadaver, sus ojos se reducian a una posicion fija, como mudandose en lentes de microscopio de alta precision. Adamsberg estaba convencido de que, si hubiera examinado sus pupilas en ese instante, habria visto los dos cuerpos perfectamente dibujados, el blanco en el ojo izquierdo, el negro en el derecho.
– Puedo decirte al menos una cosa que podria ayudarte, Jean-Baptiste. Los mato una mujer.
Adamsberg dejo la taza en la mesa, preguntandose si valia la pena llevar la contraria a la forense por segunda vez en su vida.
– Ariane, ?has visto el formato de esos hombres?
– ?Que crees que miro en la morgue? ?Mis recuerdos? He visto a esos tipos. Dos gigantes capaces de levantar un armario con la punta de un dedo. Aun asi, a los dos los mato una mujer.
– Explicame.
– Vuelve esta noche. Tengo dos o tres cosas que comprobar.
Ariane se levanto, se puso sobre el traje de chaqueta la bata que habia dejado en el perchero. A los duenos de los cafes cercanos a la morgue no les gustaba ver llegar a los medicos. Incomodaba a los clientes.
– No puedo. Esta noche voy a un concierto.
– Pues pasate despues del concierto. Trabajo hasta tarde, acuerdate.
– No puedo, es en Normandia.
– Vaya -dijo Ariane interrumpiendo su gesto-. ?Cual es el programa?
– Ni idea.
– ?Y vas hasta Normandia a escuchar musica sin saber que es? ?O es que sigues a una mujer?
– No la sigo, la acompano cortesmente.
– Vaya. Pues pasa por la morgue manana. Por la manana no. Por las mananas duermo.
– Lo recuerdo. Nunca antes de las once.
– Nunca antes de las doce. Con el tiempo, todo se acentua.
Ariane volvio a sentarse en una esquina de la silla, en posicion provisional.
– Hay algo que me gustaria decirte, pero no se si tengo ganas.
Los silencios nunca habian incomodado a Adamsberg, por largos que fueran. Espero mientras dejaba discurrir sus pensamientos hacia el concierto de esa noche. Pasaron cinco minutos, o diez, no lo supo.
– Siete meses despues -dijo Ariane subitamente decidida-, el asesino lo confeso todo.
– Te refieres al tipo de Le Havre -completo Adamsberg alzando la mirada hacia la forense.
– Si, del hombre de las doce ratas. Se ahorco en su celda a los diez dias de su confesion. Tu tenias razon.
– Y eso no te gusto.
– No, y a mis superiores todavia menos. No me ascendieron, y tuve que esperar cinco anos mas. Supuestamente tu me habias traido la solucion en bandeja, supuestamente yo no habia querido saber nada.
– Y no me avisaste.
– Ya no sabia tu nombre, te habia borrado, te habia tirado lejos, como tu vaso.
– Y todavia me guardas rencor.
– No. Gracias a la confesion del hombre de las ratas, empece mis investigaciones sobre la disociacion. ?No has leido mi libro?
– Por encima -contesto Adamsberg, evasivo.
– Yo cree el termino: los asesinos disociados.
– Si -rectifico Adamsberg-, me han hablado de eso. Personas partidas en dos pedazos.
La doctora torcio el gesto.
– Digamos mas bien individuos compuestos de dos partes no encajadas, una que mata y otra que vive con normalidad, ignorandose ambas de forma mas o menos perfecta. Hay muy pocos. Por ejemplo, esa enfermera detenida en Asnieres hace dos anos. Estos asesinos, peligrosos, reincidentes, son casi imposibles de descubrir. Son insospechables, incluso para ellos mismos, y tremendamente cautos en la accion debido a lo mucho que temen que su otra mitad los descubra.
– Recuerdo a esa enfermera. Segun tu, ?era una disociada?
– Casi impecable. Si no se hubiera dado de bruces con un policia genial, habria seguido con sus asesinatos hasta el fin de sus dias, y sin sospecharlo siquiera. Treinta y dos victimas en cuarenta anos, y sin pestanear.
– Treinta y tres -rectifico Adamsberg.
– Treinta y dos. Estoy bien situada para saberlo, hable con ella horas y horas.
– Treinta y tres, Ariane. La detuve yo.
La forense vacilo, y sonrio.
– Decididamente… -dijo ella.
– Y cuando el asesino de Le Havre destripaba ratas, ?era el otro? ?Era la parte numero dos? ?La parte asesina?
– ?Te interesa la disociacion?
– Esa enfermera me preocupa, y el asesino de Le Havre es mio hasta cierto punto. ?Como se llamaba?
– Hubert Sandrin.
– Y cuando confeso, ?tambien era el otro?
– Eso es imposible, Jean-Baptiste. El otro no se denuncia nunca.
– Pero la parte numero uno tampoco podia hablar si no sabia nada.
– Ahi esta la cosa. Durante unos instantes, la disociacion dejo de funcionar, la barrera estanca entre ambos hombres se resquebrajo, como una grieta en un muro. A traves de esa hendidura, Hubert numero uno vio al otro, a Hubert numero dos, y el espanto se le vino encima.
– ?Eso puede pasar?
– Casi nunca. Pero la disociacion no suele ser perfecta. Siempre hay escapes. Palabras disparatadas que saltan de un lado al otro del muro. El asesino no se da cuenta, pero el analista puede fijarse en ellas. Y si el salto es demasiado violento, puede producirse una ruptura del sistema, una quiebra de la personalidad. Eso es lo que le paso a Hubert Sandrin.
– ?Y la enfermera?
– Su muro aguanta. No sabe lo que hizo.
Adamsberg parecio reflexionar, pasandose un dedo por la mejilla.
– Me extrana -dijo con suavidad-. Me dio la impresion de que sabia por que la detenia. Aceptaba todo sin decir nada.
– Una parte de ella, si, eso explica su consentimiento. Pero no recordaba nada de sus actos.
– ?Supiste como descubrio el asesino de Le Havre a Hubert numero dos?
Ariane sonrio francamente, dejando caer la ceniza en el suelo.
– Gracias a ti y a tus doce ratas. En esa epoca, la prensa local publico tus divagaciones.
– Lo recuerdo.
– Y Hubert numero dos, el asesino, llamemoslo Omega, habia conservado los recortes de periodico a salvo de la mirada de Hubert numero uno, el hombre normal, llamemoslo Alfa.
– Hasta que Alfa descubrio los recortes de prensa escondidos por Omega.
– Eso es.
– ?Dirias que Omega lo quiso asi?
– No. Lo que pasa es que Alfa se mudo de casa. Los articulos se le cayeron del armario. Y todo estallo.
– Sin mis ratas -resumio Adamsberg con suavidad-. Sandrin no se habria denunciado. Sin el, no habrias trabajado sobre la disociacion. Todos los psiquiatras y los policias de Francia han oido hablar de tus investigaciones.
– Si -admitio Ariane.
– Me debes una cerveza.
– Sin duda.
– En los muelles del Sena.