y les rompio los colmillos. Las dos fieras huyeron patas para que os quiero. El bucardo colorado tenia un mordisco en el muslo, y el bucardo pardo tuvo que curarlo. No podia dejarlo morir, ?que te parece, Tom? Mientras, la bucarda estaba escondida. No queria tener que elegir entre el colorado y el pardo, era algo que la ponia nerviosa. Entonces, los dos bucardos se sentaron en unos sillones, se encendieron una buena pipa y hablaron del asunto. Pero por un quitame alla esas pajas se daban con los cuernos, porque uno creia tener razon y que el otro estaba equivocado, y el otro creia decir la verdad y que el otro mentia.

El nino puso un dedo en el ojo de su padre.

– Si, Tom, es dificil. Es un poco como el opus spicatum, con las espinas que van para un lado y para el otro. Bueno, pues asi estaban las cosas cuando aparecio la tercera virgen, que vivia muy modosita en una madriguera con gerbillos. Se alimentaba de diente de leon y de llanten, y vivia temblando desde que un dia un arbol estuvo a punto de aplastarla. Tercera Virgen era diminuta, bebia mucho cafe y no sabia defenderse de los espiritus malignos del bosque. Tercera Virgen pedia socorro. Pero algunos bucardos se enfadaban, decian que Tercera Virgen no existia y que no habia que ocuparse de esas cosas. Y el bucardo pardo dijo vale, pues no se hable mas. Observa, Tom. Voy a repetir el experimento.

Adamsberg marco el numero de Danglard.

– Capitan, es otra vez para la educacion del nino. Habia una vez un rey.

– Si.

– Que amaba a la esposa de uno de sus generales.

– Vale.

– Mando a su rival a la batalla sabiendo que lo enviaba a la muerte.

– Si.

– Danglard, ?como se llamaba ese rey?

– David -respondio Danglard con voz atona-, y el general sacrificado se llamaba Uri. David tomo por esposa a la viuda, que fue la reina Betsabe, futura madre del rey Salomon.

– ?Lo ves, Tom, lo facil que es? -dijo Adamsberg a su hijo, tumbado sobre su vientre.

– ?Lo dice por mi, comisario? -pregunto Danglard.

Adamsberg advirtio que la voz del comandante seguia sin vida.

– Si piensa que he enviado a Veyrenc a la muerte -prosiguio Danglard-, tiene razon. Podria afirmar que fue sin querer, podria jurar que ni se me ocurrio. ?Y que? ?Y despues que? ?Quien sabra nunca si no lo deseaba sin saberlo en el fondo de mi cabeza?

– Capitan, ?no le parece que tiene uno suficientes quebraderos de cabeza con lo que piensa de verdad para preocuparse encima de lo que habria podido pensar si lo hubiera pensado?

– Incluso asi -respondio Danglard, apenas audible.

– Danglard, no esta muerto. Nadie ha muerto. Salvo usted, quiza, que agoniza en el salon.

– Estoy en la cocina.

– ?Danglard?

Adamsberg no obtuvo respuesta.

– Danglard, coja una botella y venga a verme. Estoy solo con Tom. Santa Clarisa ha salido a dar una vuelta. Con el curtidor, supongo.

El comisario colgo para no dejar al comandante ocasion de decir que no.

– Tom -dijo-. ?Te acuerdas del rebeco tan sabio y que tanto habia leido? ?Y que habia hecho una tonteria monumental? Pues resulta que los rincones mas reconditos de su cabeza eran tan complicados que por las noches se perdia en ellos. Y a veces tambien de dia. Y ni la sabiduria ni la ciencia podian ayudarlo a encontrar la salida. Entonces los bucardos tenian que echarle un cable y tirar con fuerza para sacarlo de alli.

Adamsberg levanto subitamente la cabeza hacia el techo. Arriba, en el desvan, un roce, un sonido amortiguado. O sea que al final santa Clarisa no se habia ido de paseo con el curtidor.

– No es nada, Tom. Un pajaro, o el viento, o una tela que barre el suelo.

Para purificar los rincones mas reconditos de la mente de Danglard, Adamsberg encendio un buen fuego. Era la primera vez que utilizaba la chimenea, y la llama tiraba alta y clara, sin ahumar la estancia. Asi es como deberia quemarse la Pregunta sin Respuesta sobre el rey David, que embadurnaba el cerebro del comandante, derramando dudas por todos sus intersticios.

Nada mas entrar, Danglard se instalo junto al fuego, al lado de Adamsberg, que, leno tras leno, iba reduciendo su angustia a cenizas. Al mismo tiempo, y sin decir nada a Danglard, Adamsberg carbonizaba tambien los ultimos pedazos de su rabia hacia Veyrenc. Volver a ver a las bestias de Caldhez en accion, oir de nuevo la entonacion feroz de Roland, habia sacado el pasado del limbo y devuelto toda su crueldad al barbaro ataque en el Prado Alto. Plenamente reactivada, la escena se desarrollaba ante sus ojos, intacta, clamorosa. El nino en el suelo, con los hombros aplastados por las manos de Fernand, Roland aproximandose con el casco de vidrio, ni se te ocurra moverte, mamon. El espanto del pequeno Veyrenc, con el pelo ensangrentado, el golpe asestado al vientre, su dolor indecible. Y el, el joven Adamsberg, inmovil bajo el arbol. Habria dado mucho por no vivir eso, por que ese recuerdo inacabado le dejara de picar, treinta y cuatro anos despues, en un punto preciso. Por que se esfumara en una llama el tormento persistente de Veyrenc. Y si Camille, se sorprendio pensando, podia disolverlo en parte entre sus brazos, que lo hiciera. Con la condicion de que ese cabronazo de bearnes no le arrebatara su tierra. Adamsberg echo otro trozo de lena a las llamas, y en su rostro se dibujo una vaga sonrisa. La tierra que compartia con Camille estaba fuera de alcance, no habia de que preocuparse.

Antes de medianoche, Danglard, mas tranquilo en lo referente al rey David, calmado por la serenidad que irradiaba Adamsberg como en un halo, se acabo la botella que habia traido.

– Arde bien este fuego -dijo.

– Si. Es una de las razones por las que quise esta casa. ?Recuerda la chimenea en casa de la vieja Clementine [9]? Pase noches delante. Encendia la punta de una ramita y dibujaba circulos incandescentes en la oscuridad.

Adamsberg fue a apagar la luz, introdujo una varilla de madera en las llamas y trazo ochos y redondeles en la oscuridad.

– Es bonito -dijo Danglard.

– Si. Bonito y obsesivo.

Adamsberg paso la ramita al comandante y apoyo sus pies en la base de ladrillos, basculando su silla hacia atras.

– Voy a abandonar a la tercera virgen, Danglard. Nadie cree en ella, nadie la quiere. Y no tengo ni idea de como encontrar a esa mujer. La abandono a su suerte, y a su cafe.

– No creo -dijo Danglard soplando suavemente el extremo de la varilla para reavivar la combustion.

– ?No?

– No. Pienso que no la abandonara. Ni yo. Pienso que persistira en su busqueda. Tanto si los demas estan de acuerdo como si no.

– ?Cree que existe? ?Cree que esta en peligro?

Danglard dibujo varios ochos en el aire.

– La hipotesis del De reliquis es tan fragil como una vision. Pende de un hilo, pero ese hilo existe. Liga todos los elementos mas dispares de la historia. Liga incluso lo del betun en las suelas y la disociacion.

– ?Como? -pregunto Adamsberg volviendo a coger la varilla.

– En todas las ceremonias medievales de encantamiento, se dibujaba un circulo en el suelo. En el centro, una mujer danzaba llamando al diablo. Ese circulo es una manera de separar un trozo de suelo del resto de la tierra. Nuestra homicida actua en un trozo de tierra aparte que solo le pertenece a ella, en su hilo, en su circulo.

– Retancourt no me ha seguido en este hilo -dijo Adamsberg con voz apesadumbrada.

– No se donde esta Retancourt -dijo Danglard torciendo el gesto-. Hoy tampoco ha aparecido por la Brigada. Y sigue sin contestar en su casa.

– ?Ha llamado a sus hermanos? -pregunto Adamsberg frunciendo las cejas.

– A sus hermanos, a sus padres, a dos de sus amigas que conozco. Nadie la ha visto. No ha avisado que se iba a ausentar. Ninguno de los miembros de la Brigada estaba al corriente.

– ?En que trabajaba?

– Tenia que ocuparse del asesinato de Miromesnil con Mordent y Gardon.

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