– ?Estas seguro?
– No cabe la menor duda.
– Que habia resistido a la muerte. A la derecha de la cabeza, como puedes observar. ?Recuerdas el texto?
– En
Adamsberg asintio en silencio.
– Ariane penso en el pelo.
– Creo que te cae muy bien Ariane.
– ?Quien te lo ha dicho?
– Tu teniente.
– ?Por que Ariane no se fijo en el pelo cortado?
Romain lanzo una risita, bastante ufano.
– Porque solo yo podia verlo. Ariane es una campeona, pero su padre no era peluquero. El mio si. Se reconocer una mecha recien cortada. Las puntas son diferentes, limpias y tiesas, sin desgaste. ?No lo ves? ?Aqui?
– No.
– Eso es que tu padre no era peluquero.
– No.
– Ariane tiene otra excusa. Elisabeth Chatel, por lo que imagino, no debia de dar mucha importancia a su aspecto. ?Me equivoco?
– No. No llevaba ni joyas ni maquillaje.
– Ni tenia peluquero. Se cortaba el pelo ella misma, como le saliera. Cuando un mechon le caia en los ojos, un tijeretazo y listo. Por eso tiene ese peinado tan desordenado, ?lo ves? Mechas largas, medianas, cortas. Era imposible para Ariane encontrar las mechas recien cortadas en ese follon de aficionada.
– Pues trabajabamos con proyectores.
– Encima. Y en Pascaline no se distingue nada.
– ?Le dijiste todo eso a Retancourt el viernes?
– Claro.
– ?Y que te respondio?
– Nada. Se puso a pensar, como tu. No creo que eso cambie gran cosa en su investigacion.
– Salvo que ahora sabemos por que abre las tumbas. Por que tiene que matar a otra virgen.
– ?Eso crees?
– Si.
– Es posible. ?Has identificado a la tercera?
– No.
– Entonces busca a una mujer que tenga un pelo bonito. Elisabeth y Pascaline tenian un cabello de muy buena calidad. Llevame a la cama, no puedo mas.
– Lo siento, Romain -dijo Adamsberg levantandose bruscamente.
– No te preocupes. Pero ya que andas metido en medicaciones antiguas, a ver si me encuentras una para los vapores.
– Te lo prometo -dijo Adamsberg conduciendo a Romain hasta su habitacion.
Romain se volvio, intrigado por el tono de Adamsberg.
– ?Hablas en serio?
– Si, te lo prometo.
XLV
La desaparicion de Retancourt, el cafe nocturno tomado en casa de Romain, el tierno acoplamiento de Camille y Veyrenc, el vivo de las doncellas, la fisionomia feroz de Roland habian sacudido la noche de Adamsberg. Entre dos estremecimientos, habia sonado que uno de los dos bucardos -pero ?cual?, ?el colorado, el pardo?- se habia despenado desde la cima de la montana. El comisario se desperto dolorido y con nauseas. Un coloquio informal, o mas bien una especie de velatorio, se habia abierto espontaneamente en la Brigada de buena manana. En sus sillas, los agentes estaban encorvados, doblegados sobre su ansiedad.
– Ninguno de nosotros lo ha formulado -dijo Adamsberg-, pero todos lo sabemos. Retancourt no esta ni perdida, ni hospitalizada ni amnesica. Esta en manos de la loca. Salio de casa de Romain sabiendo algo que nosotros no sabiamos: que el
Adamsberg habia elegido la palabra «desaparecer», mas evasiva y optimista que «matar». Pero no se hacia ninguna ilusion acerca de las intenciones de la enfermera.
– Con ese
– Es lo que me temo. ?Adonde fue luego y que hizo que pudiera alertar a la homicida?
– La unica solucion seria encontrar lo que comprendio -dijo Mercadet frotandose la frente.
Hubo un silencio descorazonado; algunas miradas esperanzadas se volvieron hacia Adamsberg.
– Yo no soy Retancourt -dijo con un gesto negativo-. No puedo reflexionar como ella, ni ninguno de vosotros. Ni siquiera bajo hipnosis, ni en catalepsia, ni en coma podriamos fusionarnos con ella.
La idea de «fusion» remitio el pensamiento de Adamsberg a las tierras quebequesas donde se habia producido su amalgama salvadora con el cuerpo impresionante de la inmensa teniente. El recuerdo le produjo estremecimiento de pena. Retancourt, su arbol. Habia perdido su arbol. Levanto lentamente la cabeza hacia sus agentes inmoviles.
– Si -dijo a media voz-. Solo hay uno entre nosotros capaz de fusionarse. Fusionarse hasta averiguar donde esta.
Adamsberg se habia levantado, todavia vacilante, con la luz mortecina banando su rostro.
– El gato -dijo-. ?Donde esta el gato?
– Detras de la fotocopiadora -dijo Justin.
– Daos prisa -dijo Adamsberg con voz agitada, pasando de silla en silla, sacudiendo a cada uno como si despertara a los soldados de un ejercito titubeante. Somos imbeciles, soy imbecil. La Bola nos llevara a Retancourt.
– ?La Bola? -dijo Kernorkian-. Pero si es un trapo apatico.
– La Bola es un trapo apatico que ama a Retancourt. La Bola ya solo vive para encontrarla. La Bola es un animal. Con hocico, antenas, un cerebro del tamano de un albaricoque y la memoria de cien mil olores.
– ?Cien mil? -murmuro Lamarre esceptico-. ?Hay cien mil olores grabados en la Bola?
– Si senor. Y aunque solo tuviera uno en memoria, seria el de Retancourt.
