– Analgesico -dijo-. Se toma con la comida, hay que ser razonable.
– Tomeselas -dijo Adamsberg dandoselas al teniente-. Con un sorbo de caldo.
Veyrenc obedecio, y Adamsberg dejo la taza en la bandeja.
– Es verosimil -dijo el comisario volviendo a sentarse, con las piernas estiradas-. Pero no es la verdad. A veces ocurre que la mentira es verosimil y no la verdad.
– Pues digamela.
– Tengo una razon personal para desear que huyan. No lo segui, teniente, lo escuche. Mande pinchar su movil y poner un micro y un GPS en su coche.
– ?Hasta ese punto?
– Si. Y preferiria que no se supiera. Si hay una investigacion, todo saldra a la luz, incluidas las escuchas.
– ?Quien lo dira?
– La que las instalo por orden mia, Helene Froissy. Confio en mi, me obedecio. Creyo actuar por su bien, Veyrenc. Es una mujer integra, y lo dira todo.
– Ya veo -dijo Veyrenc-. Asi que saldriamos ganando los dos.
– Eso es.
– Pero una fuga no es tan facil. No pueden salir del hospital sin dejar fuera de combate a unos cuantos policias. Seria raro. Sospecharian de usted, o como minimo seria acusado de negligencia profesional.
– Dejaran fuera de combate a unos cuantos policias. Tengo a dos jovenes muy dispuestos que declararan que los tipos los derribaron.
– ?Estalere?
– Si. Y Lamarre.
– Pero habria que ver si Roland y Pierrot lo intentan. Seguramente ni se imaginan que pueden salir de este hospital. Podria haber policias en las salidas.
– Saldran porque yo se lo pedire.
– ?Y le haran caso?
– Claro.
– ?Y quien me dice que no volveran a atacarme?
– Yo.
– ?Sigue usted siendo su jefe, comisario?
Adamsberg se levanto y rodeo la cama. Echo una mirada a la hoja de temperatura, treinta y ocho grados y ocho decimas.
– Hablaremos de esto mas tarde, Veyrenc, cuando seamos capaces de escucharnos, cuando haya bajado la fiebre.
XLI
A tres puertas de la habitacion de Veyrenc, en la 435, Roland y Pierrot negociaban duramente con el comisario. Veyrenc se habia arrastrado metro a metro hasta el umbral y, apoyado en la pared, sudando de dolor, escuchaba.
– Es trola -dijo Roland.
– Deberias darme las gracias por ofrecerte la ocasion de largarte de aqui. Si no, a ti te caeran diez anos de talego, como minimo, y tres a Pierrot. Disparar a un policia es mas caro, no se perdona.
– El panocha queria matarnos -dijo Pierrot-. Es legitima defensa.
– Anticipada -preciso Adamsberg-. Y no tienes pruebas, Pierrot.
– No le hagas caso, Pierrot -dijo Roland-. El panocha ira al talego por dos asesinatos y premeditacion de asesinato, y nosotros nos libraremos, y encima con indemnizacion, que sera una pasta.
– No va a ser asi en absoluto -dijo Adamsberg-. Vais a largaros y mantendreis cerrado el pico.
– ?Por que? -pregunto Pierrot, desconfiado-. ?Y a santo de que vas a dejarnos salir? Apesta a chanchullo.
– Claro. Pero es un chanchullo que solo me afecta a mi. Vosotros os largais, lejos, y no oimos nunca mas hablar de vosotros, eso es todo lo que pido.
– ?A santo de que? -repitio Pierrot.
– A santo de que, si no os largais, suelto el nombre de vuestro jefe de entonces. Y no creo que le guste mucho que le hagais publicidad, al cabo de treinta y cuatro anos.
– ?Que jefe? -dijo Pierrot, sinceramente sorprendido.
– Preguntaselo a Roland -dijo Adamsberg.
– No le hagas caso -dijo Roland-, esta diciendo chorradas.
– El teniente de alcalde del pueblo, encargado de obras publicas y viticultor. Lo conoces, Pierrot. El que dirige ahora una de las mayores empresas de construccion. Pago a la banda un adelanto descomunal para dejar como nuevo al nino Veyrenc. El resto os lo pagaria cuando salierais del reformatorio. Con ese dinero, Roland monto su cadena de ferreterias y Fernand se dio la vida padre en hoteles de cinco estrellas.
– ?Pero si yo nunca vi esa pasta! -vocifero Pierrot.
– Ni tu ni el Gordo Georges. Roland y Fernand se lo quedaron todo.
– Hijo de puta -mascullo Pierrot.
– Achantala, mamon -respondio Roland.
– Di que no es verdad -ordeno Pierrot.
– No puede -dijo Adamsberg-. Es verdad. El teniente de alcalde queria quedarse con todo el vinedo de Veyrenc de Bilhc. Habia decidido comprarlo a la fuerza, y amenazaba a Veyrenc padre con represalias si no aceptaba. Pero Veyrenc se aferraba a su vino. El teniente de alcalde organizo la agresion al crio contando con que el miedo haria ceder al padre.
– Mientes -aventuro Roland-. Tu no puedes saber todo eso.
– No deberia haberlo sabido. Porque habias jurado guardar secreto a ese cabron del teniente de alcalde. Pero siempre se cuenta un secreto a
– Eres un hijo de la gran puta, Roland -dijo Pierrot.
– Exacto, Pierrot -confirmo Adamsberg-. Y comprenderas que, si no me obedeceis, que si tocais un solo pelo a Veyrenc, castano o rojo, suelto el nombre del teniente de alcalde. Que os enviara a los dos al infierno. ?Que elegis?
– Nos largamos -gruno Roland.
– Perfecto. No hace falta que pegueis fuerte a los cabos de guardia. Estaran al corriente. Sed creibles, sin mas.
En el pasillo, Veyrenc retrocedio hasta su habitacion. Consiguio llegar a su puerta justo antes de que Adamsberg saliera de la 435. Se lanzo sobre la cama, exhausto. Nunca habia entendido por que su padre habia acabado aceptando vender el vinedo.
XLII
– Fue entonces cuando el rebeco sabio cometio una tonteria monumental, por celos, a pesar de haber leido todos los libros. Fue a ver a dos lobos enormes, que, mira tu por donde, eran cretinos y mas malos que la quina. Desconfiad del bucardo colorado, les dijo, que os va a cornear. Sin pensarselo dos veces, los dos lobos se abalanzaron sobre el bucardo colorado. Tenian mucha hambre, se lo zamparon enterito, y no se oyo hablar mas de el. Y el bucardo pardo pudo reanudar su vida, tan ricamente, liberado de sus preocupaciones, con las marmotas y las ardillas. Y la bucarda. Pero no, Tom, las cosas no fueron asi, porque la vida es mucho mas complicada, y tambien la cabeza de los bucardos. El bucardo pardo se lanzo sobre los lobos, con algo de retraso,