– ?Mordent?
– Estan en la obra. Entramos. Pelea, comisario. Veyrenc ha metido un codazo en el estomago a uno de los tipos. El tipo esta de rodillas. Se levanta, sigue con la pistola. El otro tiene agarrado a Veyrenc.
– Dispare, Mordent.
– Demasiado lejos, demasiado oscuro. ?Tiro al aire?
– No, comandante. Al menor disparo, dispararan ellos tambien. Acerquense. A Roland le gusta hablar, le gusta fardar. Eso lo entretendra. A doce metros, enciendan la linterna y disparen.
Adamsberg salio de la carretera. Si al menos no hubiera contado esa mierda de historia a Danglard. Pero habia hecho lo que todos: habia contado su secreto a
– Trece metros -dijo Mordent.
– Adelante, comandante. A las piernas.
Adamsberg oyo tres detonaciones por la emisora. Entraba a ciento treinta por hora en Saint-Denis.
Roland se habia caido, herido detras de la rodilla, y Pierrot se habia vuelto de un salto. El guardacaza les hacia frente, pistola en mano. Roland intento un disparo torpe que horado el muslo a Veyrenc. Maurel apunto al guarda-caza y le dio en el hombro.
– Los dos tipos han caido, comisario. Uno herido en el brazo, otro en la rodilla. Veyrenc esta en el suelo, herido en el muslo. Bajo control.
– Danglard, envie dos ambulancias.
– Ya estan en marcha -respondio Danglard con voz muerta-. Hospital Bichat.
Cinco minutos despues, Adamsberg entraba en el terreno fangoso de la obra. Mordent y Maurel habia tumbado a los heridos en la tierra seca, sobre planchas metalicas.
– Mala herida -dijo Adamsberg-. Chorrea sangre. Paseme su camisa, Mordent, intentare hacerle un garrote. Maurel, ocupese de Roland, el mas alto, inmovilice la rodilla.
Adamsberg rasgo el pantalon de Veyrenc y vendo la herida con la camisa, que anudo con fuerza en el muslo.
– Al menos con esto vuelve en si -dijo Maurel.
– Si, siempre se ha desmayado y siempre ha vuelto en si. Es su estilo. ?Me oye, Veyrenc? Aprieteme la mano si me oye.
Adamsberg repitio tres veces la pregunta antes de sentir que se crispaban los dedos del teniente.
– Esta bien, Veyrenc. Ahora abra los ojos -dijo Adamsberg dandole palmadas en las mejillas-. Vuelva. Abra los ojos. Diga si me oye.
– Si.
– Diga otra cosa.
Veyrenc abrio del todo los ojos. Su mirada se poso sobre Maurel, luego sobre Adamsberg, sin comprender, como si esperara ver a su padre llevarlo al hospital de Pau.
– Han venido -dijo-, los de Caldhez.
– Si, Roland y Pierrot.
– A la capilla de Camales por el camino de las rocas, han venido al Prado Alto.
– Estamos en Saint-Denis -intervino Maurel, inquieto-, estamos en la calle Ecrouelles.
– No se preocupe, Maurel -dijo Adamsberg-, es personal. ?Que mas, Veyrenc? -prosiguio, sacudiendole el hombro-. ?Ve el Prado Alto? ?Fue alli? ?Lo recuerda?
– Si.
– Habia cuatro chavales. ?Y el quinto? ?Donde esta?
– De pie, debajo del arbol. Es el jefe.
– Si, eso -dijo Pierrot con una risita-. Es el jefe.
Adamsberg se alejo de Veyrenc para aproximarse a los dos tipos tumbados y esposados a dos metros del teniente.
– Que pequeno es el mundo -dijo Roland.
– ?Te sorprende?
– Ya me diras. Siempre tenias que andar tocando las narices.
– Dile la verdad de lo que paso en el Prado Alto. A Veyrenc. Dile lo que hacia yo debajo del arbol.
– Lo sabe, ?no? Si no, no estaria aqui.
– Siempre has sido un hijo de puta, Roland. Esa es la verdad.
Adamsberg vio las luces azules de las ambulancias iluminar la valla de la obra. Las ambulancias cargaron a los hombres en las camillas.
– Mordent, voy con Veyrenc. Acompane a los otros dos, bajo estrecha vigilancia.
– Comisario, no tengo camisa.
– Pongase la de Maurel. Maurel, lleve el coche a la Brigada.
Antes de que salieran las ambulancias, Adamsberg aprovecho para llamar a Froissy.
– Froissy, siento sacarla de la cama. Vaya a desmontar todo el material, primero en la Brigada, luego en mi casa. Despues, vaya directamente a la calle Ecrouelles. Encontrara el coche de Veyrenc. Dejelo limpio.
– ?Y no puede esperar unas horas?
– No la llamaria a las tres y veinte de la madrugada si pudiera esperar un solo minuto. Haga desaparecer todo.
XL
El cirujano entro en la sala de espera y busco con la mirada quien podia ser el comisario que esperaba noticias de los tres heridos de bala.
– ?Donde esta?
– Ahi -dijo el anestesista senalando a un hombre bajito y moreno que dormia profundamente, tumbado encima de dos sillas, con la cabeza apoyada en su chaqueta doblada a modo de almohada.
– Pongamos que si -dijo el cirujano sacudiendo el hombro de Adamsberg.
El comisario se incorporo, con la espalda contraida, se froto varias veces la cara, se paso las manos por el pelo. Aseo completado, penso el cirujano. Pero el tampoco habia tenido tiempo de afeitarse.
– Estan bien los tres. La herida en la rodilla requerira rehabilitacion, pero la rotula no esta danada. Lo del brazo no es casi nada, podra salir en dos dias. El del muslo tuvo suerte, le paso cerca de la arteria. Tiene fiebre.