– Es un caso extraordinario. Tengo entendido que el doctor Lavoisier no te la quiere devolver. Por lo menos, es lo que se rumorea en Saint-Vincent-de-Paul.

– ?Como sabes lo que se rumorea en el hospital?

– El oficio, Jean-Baptiste. Es un mundillo reducido.

Adamsberg llamo con el movil. Lamarre y Maurel registraban el piso que la forense habia alquilado en Paris.

– Al menos tenemos los zapatos -dijo Lamarre-. Son alpargatas beis, de las que se atan en los tobillos, con una suela muy alta de goma, de casi diez centimetros.

– Si, lleva puestas las mismas en negro.

– Estaban guardadas con un abrigo largo de lana gris, muy bien doblado. Pero no hay betun en las suelas.

– Es normal, Lamarre. El betun forma parte del engano que debia conducirnos hacia la enfermera. ?Y la medicacion?

– De momento nada, comisario.

– ?Que hacen en mi casa? -pregunto Ariane un poco chocada.

– Estan registrando -dijo Adamsberg guardandose el movil en el bolsillo-. Han encontrado el otro par de alpargatas.

– ?Donde?

– En el armario del rellano, donde los contadores de la luz, fuera del alcance de la mirada de Alfa.

– ?Por que iba yo a guardar mis cosas en la zona comun? Esas no son mias.

No tenemos pruebas serias, penso Adamsberg. Y, con un personaje como Lagarde, necesitarian algo mas que su intrusion en Saint-Vincent-de-Paul para pillarla. Solo les quedaba la tenue posibilidad de la confesion, de la quiebra de la personalidad, como diria la propia Ariane. Adamsberg se froto los ojos.

– ?Por que llevas estos zapatos? Son muy incomodos para andar, con esas suelas.

– Afinan la silueta, es cuestion de estilo. Tu no tienes ni idea de estilo, Jean-Baptiste.

– Se lo que me describiste tu misma. El disociado tiene que aislarse del suelo en que comete sus crimenes. Con esas suelas, te desplazas muy por encima, como con zancos, ?no? Y de paso aumentas tu estatura. El guarda de Montrouge y el sobrino de Oswald te vieron, gris y larga, las noches en que fuiste a localizar las tumbas, y Francine tambien. Pero no facilitan el caminar. Te obligan a avanzar paso a paso, de ahi ese andar lento, deslizante y vacilante que los tres senalaron.

Cansado de dar vueltas como el espejo, Adamsberg volvio a sentarse a su mesa, aceptando hablar con el hombro derecho de la inaccesible bailarina.

– Naturalmente, parece que una coincidencia me encamino hacia Haroncourt. ?Fatalidad? ?Destino? No, tu haces el destino. Tu hiciste contratar a Camille para el concierto. Nunca entendio por que la habia llamado la orquesta de Leeds. Asi me llevaste al lugar de los hechos. A partir de entonces, pudiste dirigirme a tu antojo, seguir los acontecimientos y sustituir el azar. Pedir a Hermance que me llamara para examinar el cementerio de Opportune. Y pedirle que dejara de alojarme, no fuera a hablar demasiado. Una mujer como tu manipula a la pobre Hermance como arcilla blanda. Porque conoces la region a fondo, es la tierra de tu tiempo de juventud, pasa y vuelve a pasar. El antiguo cura de Mesnil, el padre Raymond, era primo apartado tuyo en segundo grado. Tus padres adoptivos te criaron en el palacio de Ecalart, a cuatro kilometros de las reliquias de san Jeronimo. Y el viejo cura se ocupo tanto de ti, leyendote sus libros antiguos, dejandote el privilegio de tocar las costillas de san Jeronimo, que la gente cuenta callando que eras su hija, «hija del pecado» dicen algunos. ?Lo recuerdas?

– Era un amigo de la familia -recordo la forense sonriendo a su infancia y a la pared-, un pelma que me daba la paliza con sus libros de magia. Pero le tenia carino.

– ?Le interesaba la receta del De reliquis?

– Creo que solo le interesaba eso. Y yo. Se le metio en la cabeza la idea de preparar esa cosa. Era un viejo chalado, con sus chifladuras. Un hombre muy especial. Para empezar, tenia un hueso peneano.

– ?El cura? -pregunto Estalere espantado.

– Se lo habia quitado al gato del vicario -dijo Ariane riendo casi-. Y luego quiso huesos de ciervo.

– ?Que huesos?

– Del corazon.

– Antes has dicho que no los conocias.

– Yo no, pero el si.

– ?Y los consiguio? ?Preparo la receta contigo?

– No. Al pobre hombre lo destrozo una cornada del segundo ciervo. Las puntas le reventaron el vientre, y murio.

– ?Y tu quisiste volver a empezar?

– ?Volver a empezar que?

– La receta, la mezcla.

– ?Que mezcla? ?La Granalla?

Fin del circuito, penso Adamsberg dibujando ochos en la hoja como hiciera con la ramilla incandescente, dejando pasar un largo silencio.

– Los que dicen que Raymond era mi padre son unos cretinos -prosiguio Ariane inopinadamente-. ?Vas alguna vez a Florencia?

– No, voy a la montana.

– Pues, si fueras, verias dos seres rojos cubiertos de escamas, de pustulas, testiculos y mamas colgantes.

– Si, por que no.

– Nada de «por que no», Jean-Baptiste. Los verias y punto.

– ?Y que? ?Que pasaria?

– Nada. Estan pintados en un cuadro de Fra Angelico. No vas a ponerte a hablar con un cuadro, ?o si?

– No, de acuerdo.

– Son mis padres.

Ariane dirigio a la pared una sonrisa indecisa.

– Asi que deja de tocarme las narices con el tema, haz el favor.

– Yo no lo he sacado.

– Estan alli, dejalos alli.

Adamsberg lanzo una mirada a Danglard, que le dio a entender mediante signos que Fra Angelico existia efectivamente, que habia seres con pustulas en sus cuadros, pero que nada indicaba que el artista hubiera representado a los padres de Ariane, habida cuenta de que vivio en el siglo XV.

– ?Y recuerdas Opportune? -pregunto Adamsberg-. Los conoces de toda la vida. Para ti fue facil aparecer en el cementerio ante el impresionable Gratien, que esperaba en el camino todos los viernes a medianoche. Era facil saber que Gratien se lo contaria a su madre, y su madre a Oswald. Fue facil gobernar a Hermance. Me condujiste adonde quisiste, pilotandome como un automata, tras la pista de los cadaveres que ibas sembrando, y yo descubriendo, y que luego yo entregaba a tu autopsia competente. Pero no habias previsto que el nuevo cura hablara del De reliquis, ni que Danglard mostrara interes. Incluso eso ?que importancia tenia? Tu drama, Ariane, fue que Veyrenc lo memorizara. Genio insolito, impensable, pero autentico. Y que Retancourt sobreviviera al Novaxon. Resistencia insolita, impensable. Y que la muerte de los ciervos afectara a unos hombres. Y que Robert, con su pena insolita, me arrastrara hasta el cuerpo del Gran Rufo. Y que el corazon del animal se grabara en mi memoria, y que yo me llevara sus cuernas. Esa parte insolita de cada ser, su brillo individual, sus originalidades de efectos incalculables, a ti nunca te preocuparon, ni se te pasaron por la cabeza. Los demas solo te gustan muertos. ?Los demas? ?Que son los demas? Fruslerias, miriadas de seres insignificantes, una nimia masa humana. Y ha sido despreciandolos, Ariane, como has caido.

Adamsberg estiro los brazos, cerro los ojos, consciente de que la incredulidad y el mutismo de Ariane formaban murallas infranqueables. Los discursos de ambos rodaban como trenes paralelos sin esperanza de cruzarse.

Вы читаете La tercera virgen
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату