no mencionar que el pelo de Elisabeth y de Pascaline habia sido cortado de raiz con el cuero cabelludo. Me mentiste, Romain.
– Si.
– Viste que Ariane habia cometido una falta profesional grave al no detectar las mechas cortadas. Pero, si lo decias, ponias a tu amiga en un serio aprieto. Si callabas, frenabas la investigacion. Antes de tomar una decision, querias estar seguro y pediste a Retancourt que te sacara ampliaciones de las fotos de Elisabeth.
– Si.
– Retancourt se pregunto por que y examino las ampliaciones con otros ojos. Se fijo en la marca a la derecha de la cabeza, sin poder interpretarla. Eso la preocupaba, y vino a preguntarte. ?Que buscabas? ?Que veias? Lo que veias era una pequena porcion de cuero cabelludo cortada, pero no lo dijiste. Decidiste ayudarnos lo mejor que podias, pero sin perjudicar a Ariane. Nos proporcionaste la informacion falseandola un poco. Nos hablaste de pelo cortado, pero no rasurado. Al fin y al cabo, ?que mas daba, de cara a la investigacion? Seguia siendo pelo. En cambio, de este modo protegias a Ariane. Afirmando que solo tu eras capaz de detectar ese tipo de cosas. Tu historia del pelo recien cortado, mas afilado y tieso en las puntas, era un cuento chino.
– Absoluto.
– Era imposible que vieras en una simple foto el detalle del bisel del pelo. ?Tu padre era peluquero?
– No, era medico. Pelo cortado o rasurado, yo no veia en que podia influir en tu investigacion. Y no queria crear problemas a Ariane cinco anos antes de su jubilacion. Pense sencillamente que se habia equivocado.
– Pero Retancourt se pregunto como era posible que Ariane Lagarde, la forense mas capacitada del pais, hubiera fallado en eso. Le parecia increible que ella no lo hubiera detectado cuando tu lo habias visto en una simple foto. Retancourt dedujo que Ariane no habia considerado oportuno mencionarnoslo. ?Y por que? Al salir de tu casa, se fue a verla a la morgue. Le hizo preguntas, y Ariane comprendio el peligro. La traslado a la nave en un furgon de la morgue.
– Vuelve a darme con agua.
Adamsberg escurrio el trapo bajo el grifo de agua fria y froto energicamente la cabeza de Romain.
– Hay algo que no cuadra -dijo Romain con la cabeza todavia bajo el trapo.
– ?Que? -dijo Adamsberg interrumpiendo la friccion.
– Tuve mis primeros vapores mucho antes de que Ariane ocupara el puesto en Paris. Ella todavia estaba en Lille. ?Que dices de eso?
– Que vino a Paris, que entro en tu casa y que sustituyo toda tu reserva de potingues.
– De Gavelon.
– Si, metiendo en las capsulas una mezcla de las suyas o compuesta por ella. A Ariane siempre le han encantado los mejunjes y las mixturas, ?lo sabias? Luego, solo tuvo que esperar en Lille a que estuvieras fuera de combate.
– ?Te lo ha dicho ella? ?Te ha dicho que me habia drogado?
– Todavia no ha pronunciado una sola palabra.
– Entonces ?como puedes estar tan seguro?
– Porque es lo primero que intento decirme Retancourt:
»
»No eligio ese verso por Camila ni por Corneille, sino por ti [10]. Retancourt pensaba en ti, en tus vapores. El romano eras tu, aniquilado por una mujer.
– ?Por que hablo en verso?
– Por el Nuevo, Veyrenc, su companero de equipo. Destine, sobre todo en ella. Y porque estaba flotando en una nube de neurolepticos que la enviaba de vuelta a la epoca del colegio. Lavoisier dice que uno de sus pacientes paso tres meses revisando las tablas de restar.
– No veo que tiene que ver Lavoisier en esto. Era quimico y murio guillotinado en 1793. Sigue frotando.
– Te estoy hablando del medico que nos acompano a Dourdan -dijo Adamsberg sacudiendole de nuevo la cabeza.
– ?Se llama Lavoisier? ?Como Lavoisier? -pregunto Romain con voz sorda, bajo el trapo.
– Si. Una vez que entendi que Retancourt se referia a ti, que queria decirnos a toda costa que una mujer era la causa de tus suspiros, el resto venia solo. Ariane te habia invalidado para ocupar tu puesto. Ni yo ni Brezillon habiamos pedido que te sustituyera. Fue ella la que se ofrecio. ?Por que? ?Por la gloria? Ya la tenia.
– Para dirigir ella misma la investigacion -dijo Romain emergiendo del trapo, con los pelos de punta.
– Y para hacerme caer al mismo tiempo. Yo la habia humillado hace mucho tiempo. No olvida nada, no perdona nada.
– ?Vas a llevar tu el interrogatorio?
– Si.
– Llevame contigo.
Hacia meses que Romain no habia tenido fuerzas para salir de su casa. Adamsberg dudaba de que pudiera ni siquiera bajar los tres pisos para llegar al coche.
– Llevame -insistio Romain-. Era mi amiga. Quiero verlo para creerlo.
– De acuerdo -dijo Adamsberg levantando a Romain por debajo de los brazos-. Apoyate en mi. Si te duermes en la Brigada, arriba hay cojines de espuma. Los puso Mercadet.
– ?Mercadet toma capsulas de excrementos de grulla?
Ariane se comportaba del modo mas insolito que Adamsberg hubiera visto en un detenido. Estaba sentada al otro lado de la mesa, en principio frente a el, pero habia girado la silla noventa grados, como para hablar a la pared, con la mayor naturalidad. Adamsberg fue entonces hasta la pared para verle la cara, pero ella giro de nuevo la silla en angulo recto mirando hacia otra parte, hacia la puerta. No era miedo, ni mala voluntad, ni provocacion por su parte. Pero, al igual que un iman rechaza otro, en cuanto el comisario se aproximaba, ella pivotaba en otra direccion. Exactamente como ese juguete que habia tenido su hermana de nina, una pequena bailarina que giraba cuando se le acercaba un espejo. Solo mas tarde comprendio que habia dos imanes repeliendose, uno disimulado en el pedestal de la bailarina -con leotardos rosas- y otro detras del espejo. Ariane era, pues, la bailarina, y el era el espejo. Superficie reflectante que ella evitaba instintivamente para no ver a Omega en los ojos de Adamsberg. El se veia entonces obligado a dar vueltas constantemente por el despacho mientras Ariane, inconsciente del movimiento, hablaba al vacio.
Tambien resultaba evidente que ella no entendia en absoluto lo que se le reprochaba. Pero, sin hacer preguntas, sin indignarse, se mostraba docil y casi consentidora, como si otra parte de si misma supiera perfectamente lo que hacia alli y lo aceptara provisionalmente, simple vicisitud de un destino que ella dominaba. Adamsberg habia tenido tiempo de recorrer unos cuantos capitulos de su libro y reconocia en esa actitud conflictiva y pasiva los sintomas desconcertantes de los disociados. Una fractura del ser que Ariane conocia tan intimamente que habia pasado anos explorandola con pasion, sin comprender que su propio caso era el alma de la investigacion. Ante el interrogatorio de un policia, Alfa no entendia nada y Omega callaba, oculta, prudente, buscando la conciliacion y la salida.
Adamsberg suponia que Ariane, rehen de su incalculable orgullo, ni siquiera habia perdonado la ofensa de las doce ratas, no habia soportado la afrenta de la camillera robandole el marido delante de todo el mundo. Eso u otra cosa. Un dia, el volcan habia estallado, liberando rabia y castigos en una desenfrenada sucesion de erupciones. Cuyas deflagraciones mortales ignoraba Ariane la forense. La camillera habia muerto un ano despues en un accidente de montana, pero no por ello volvio el esposo. Este encontro una nueva companera, que murio a su vez en una via de tren. Asesinato tras asesinato, Ariane ya estaba en camino hacia su objetivo final, la conquista de un poder superior al de todas las demas mujeres. Una dominacion eterna que le ahorrase el cerco nauseabundo de sus semejantes. En el corazon de esa carrera, el odio implacable hacia los demas, que nadie sabria captar a menos que algun dia Omega lo expresara.
Pero Ariane habia tenido que aguantar pacientemente diez anos, ya que la receta del