– Una carrera de velocidad no tiene nada de original, teniente. Dos tipos corren uno al lado del otro por una pista, y gana el mas rapido. Eso es todo. Y, sin embargo, hace ya miles de anos que miles de tipos siguen haciendo carreras. Pues es lo mismo. El corre, yo corro. No se trata de innovar, se trata de impedir que llegue antes que nosotros.

– Pero el asesino imagina que vamos a tenderle este tipo de trampa.

– Naturalmente. Pero corre igual, porque no tiene eleccion. Como yo. El tampoco busca ser original, busca ganar.

Y cuanto mas primaria sea la trampa, menos desconfiara el asesino.

– ?Por que?

– Porque, al igual que usted, piensa que elaboro una estrategia inteligente.

– De acuerdo -admitio Veyrenc-. Si elige el metodo primario, ?manda a Francine a su casa? ?Discretamente vigilada?

– No. Nadie en su sano juicio imaginaria a Francine volviendo a su casa por su propia voluntad.

– Entonces ?donde la pondra? ?En un hotel de Evreux? ?Dejando que se filtre la informacion?

– No del todo. Elegire un lugar que creo seguro y secreto, pero que el asesino puede adivinar solo si tiene dos dedos de frente. Y tiene mucho mas que eso.

Veyrenc penso unos instantes.

– Un lugar que usted conoce -dijo reflexionando en voz alta-, un lugar que no debe asustar a Francine y que pueda proteger sin que se vea ningun policia.

– Por ejemplo.

– La posada de Haroncourt.

– Ya ve que no era nada del otro jueves. En Haroncourt, donde todo empezo, y bajo la proteccion de Robert y Oswald. Es mucho menos espectacular que con un madero. Siempre se reconoce a un madero.

Veyrenc hizo un ademan de duda mirando a Adamsberg.

– ?Incluso a un madero caido de su montana sin haberse molestado en abrocharse la camisa y despejar la niebla de sus ojos?

– Si, incluso a mi, Veyrenc. ?Y sabe por que? ?Sabe por que un tipo sentado en un bar delante de su cerveza no se parece a un madero sentado en un bar delante de su cerveza? Porque el madero esta trabajando y el otro no. Porque el tipo que esta solo piensa, suena, imagina. En cambio, el madero vigila. Por eso los ojos del tipo huyen hacia el interior de si mismo, y los ojos del madero apuntan al exterior. Y esa direccion de la mirada a menudo es mas que una insignia. Asi que no habra maderos en el bar de la posada.

– No esta mal.

– Eso espero -dijo Adamsberg levantandose.

– ?A que ha venido, comisario?

– A preguntarle si habia recordado detalles nuevos, desde que situo la escena en el lugar donde se produjo en realidad, en el Prado Alto.

– Solo uno.

– Digame.

– El quinto chaval estaba a la sombra de un nogal, de pie, mirando lo que hacian los demas.

– Bien.

– Tenia las manos en la espalda.

– ?Y entonces?

– Y entonces me pregunto que tendria en las manos, que escondia detras. Un arma, quiza.

– Caliente, caliente. Siga pensando, teniente.

Veyrenc miro al comisario coger su chaqueta, que curiosamente tenia una unica manga mojada, salir y cerrar la puerta. Entorno los ojos y sonrio.

Senor, me habeis mentido, mas vuestro ardid me dice

en que lugar quereis que me hunda en el fango.

LX

Agazapada en una esquina muerta de la reserva de ropa, la Sombra esperaba a que callaran los ruidos de la noche. El relevo no tardaria en llegar, las enfermeras iban a hacer la ronda de las habitaciones, vaciar los orinales, apagar las luces y refluir a su cuartel nocturno.

Entrar en el hospital Saint-Vincent-de-Paul habia sido tan facil como lo habia previsto. Ni desconfianza, ni preguntas, ni siquiera del teniente apostado en el piso, que se quedaba dormido cada media hora y que habia saludado amablemente, senalando que todo iba bien. El cretino hipersomne no podia ser mas oportuno. Habia aceptado con gratitud una taza de cafe cargada con dos somniferos, lo suficiente para poder actuar tranquilamente toda la noche. Cuando la gente no desconfia, todo se vuelve sencillo. En un rato, la gorda ya no tendria nada que decir, ya iba siendo hora de que cerrara el pico de una vez por todas. La imprevisible resistencia de Retancourt habia sido un golpe bajo. Al igual que esos malditos versos de Corneille que habia balbuceado pero que, afortunadamente, los miembros de la Brigada no habian entendido en absoluto, ni siquiera el docto Danglard, y menos aun el cabeza hueca de Adamsberg. Retancourt, en cambio, era peligrosa, tan lista como poderosa. Pero esa noche la dosis de Novaxon era doble y, en su estado, palmaria a la primera.

La Sombra sonrio pensando en Adamsberg, que a esas horas organizaba su trampa de pacotilla en la posada de Haroncourt. Trampa imbecil que lo aprisionaria entre sus dientes, hundiendolo en el ridiculo y la tristeza. En medio de la desesperacion que reinaria tras la muerte de la gorda, podria por fin aproximarse sin dificultad a esa puta doncella que se le habia escapado por tan poco de las manos. Una autentica retrasada mental a la que protegian como una valiosa porcelana. Ese habia sido su unico error. Era inimaginable que alguien adivinara que habia una cruz en el corazon del ciervo. Impensable que la mente ignorante y aberrante de Adamsberg encontrara la relacion entre los ciervos y las virgenes, entre el gato de Pascaline y el De reliquis. Pero, por alguna maldicion, lo habia logrado y habia localizado a la tercera doncella antes de lo previsto. Mala suerte tambien la erudicion del comandante Danglard, que lo impulso a consultar el libro en casa del cura, y que incluso le hizo reconocer la edicion de 1663. El destino habia tenido que jugarle la pasada de ponerle ese tipo de polizontes en el camino.

Obstaculos sin importancia, sin embargo. La muerte de Francine era cuestion de semanas, tenia tiempo de sobra. En otono, la mezcla estaria preparada, y ni el tiempo ni los enemigos podrian hacer nada para evitarlo.

Las mujeres del servicio abandonaban la cocina del piso, las enfermeras daban las buenas noches de puerta en puerta, vamos a ser razonables, vamos a dormir. Se encendia el piloto de noche. Habia que contar todavia una hora larga para que se mitigaran las angustias de los insomnes. A las once, la gorda habria dejado de vivir.

Adamsberg habia tendido la trampa, pensaba, con una sencillez infantil, y estaba bastante satisfecho. Ratonera clasica, evidentemente, pero segura, dotada de un ligero efecto de carambola con el cual contaba.

Sentado detras de la puerta de la habitacion, esperaba, por segunda noche consecutiva. A tres metros a su izquierda estaba apostado Adrien Danglard, excelente en el asalto, por improbable que pudiera parecer. Su cuerpo blando se distendia en la accion como el caucho. Danglard se habia puesto un traje particularmente elegante esa noche. El chaleco antibalas le resultaba incomodo, pero Adamsberg habia exigido que se lo pusiera. A su derecha estaba Estalere, que solia ver bien en la oscuridad, como la Bola.

– No funcionara -dijo Danglard, cuyo pesimismo siempre crecia en las tinieblas.

– Que si -respondio Adamsberg por cuarta vez.

– Es ridiculo. Haroncourt, la posada. Es demasiado zafio, desconfiara.

– No. Y ahora callese, Danglard. Usted, Estalere, tenga cuidado, hace ruido al respirar.

– Perdon -dijo Estalere-. Soy alergico al polen primaveral.

– Suenese bien ahora y no se mueva mas.

Adamsberg se levanto por ultima vez y abrio la cortina diez centimetros. El ajuste de la oscuridad tenia que

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