privados. Para que nunca se sepa quien era el quinto chaval bajo el arbol.

– Claro -reconocio Danglard-. Lo tiene pillado con eso.

– Por otra parte, porque no he acabado de entender lo que me dijo Retancourt.

– Todavia me pregunto como pudo la Bola tragarse treinta y ocho kilometros -dijo Danglard, pensativo ante esa nueva Pregunta sin Respuesta.

– El amor y sus prodigios, Danglard. Tambien es posible que el gato haya aprendido mucho de Violette. Ahorrar la energia atomo a atomo para lanzarla entera en una unica mision, pulverizando todos los obstaculos a su paso.

– Ella formaba equipo con Veyrenc. Por eso comprendio antes que nosotros ese detalle endemoniado que nosotros no habiamos entendido. El sabia que iba a ver a Romain. La espero a la salida. Ella lo encontraba guapo, y lo siguio. La unica vez que Violette no ha sido lista en su vida.

– El amor y sus calamidades, Danglard.

– Y hasta Violette puede dejarse enganar. Por una sonrisa, por una voz.

– Quiero saber que me dijo -insistio Adamsberg volviendo a meter en el coche el brazo empapado-. ?Usted que opina, capitan? ?Que cree que iba a intentar en cuanto fuera capaz de pronunciar dos palabras?

– Hablarle.

– ?Para decirme que?

– La verdad. Y es lo que hizo. Hablo de los zapatos, dijo que habia que pasar. O sea que dijo que no era la enfermera.

– Eso, Danglard, no fue lo primero que dijo. Fue lo segundo.

– No expreso nada inteligible antes de eso. Se limitaba a citar versos de Corneille.

– ?Y quien pronuncia esos versos exactamente?

– Camila, en Horacio.

– ?Lo ve, Danglard? Es una prueba. Retancourt no estaba repasando sus clases del colegio, me estaba dirigiendo un mensaje a traves de una Camila. Y yo no lo entiendo.

– Porque no puede ser claro. Retancourt estaba todavia durmiendo. Solo se puede descifrar su frase como se interpretan los suenos.

Danglard se tomo unos instantes para reflexionar.

– En torno a Camila -dijo-, hay hermanos enemigos, los Horacios, por una parte, y los Curiados, por otra. Ella ama a uno, que quiere matar al otro. En torno a la Camille de verdad, lo mismo. Primos enemigos, usted por una parte, Veyrenc por otra. Pero Veyrenc representa a Racine. ?Quien era el gran rival y enemigo de Racine? Corneille.

– ?De verdad? -pregunto Adamsberg.

– De verdad. El exito de Racine hizo que se hundiera el trono del viejo dramaturgo. Se odiaban. Retancourt elige a Corneille y senala a su enemigo. Racine, o sea Veyrenc. Tambien por eso hablo en verso, para que usted pensara inmediatamente en Veyrenc.

– Y pense en el, efectivamente. Me pregunte si sonaba con el o si el la habia contagiado.

Adamsberg subio la ventanilla y se puso el cinturon.

– Dejeme verlo a solas primero -dijo arrancando el motor.

LIX

Veyrenc, convaleciente, estaba sentado en la cama en pantalon corto, apoyado en dos almohadas, con una pierna doblada y otra estirada. Miraba a Adamsberg que iba y venia, con los brazos cruzados, al pie de la cama.

– ?Le cuesta estar de pie? -pregunto Adamsberg.

– Me tira, me escuece, pero nada mas.

– ?Puede andar, conducir?

– Creo que si.

– Bien.

– Vamos, hablad, senor, veo en vuestro semblante vacilar a lo lejos el brillo de un secreto.

– Es verdad, Veyrenc. El asesino que se cargo a Elisabeth, Pascaline, Diala, La Paille, al cabo Grimal, el que abrio las tumbas, el que estuvo a punto de eliminar a Retancourt, que revento tres ciervos y un gato y vacio un relicario no es una mujer. Es un hombre.

– ?Es una simple intuicion? ?O tiene nuevos elementos?

– ?Que entiende por «elementos»?

– Pruebas.

– Todavia no. Pero se que ese hombre sabia lo suficiente sobre el angel de la muerte como para ponerlo en nuestro camino, para orientar la investigacion y llevarla directamente al naufragio, mientras el actuaba tranquilamente en otro sitio.

Veyrenc entorno los ojos, alargo un brazo hacia su paquete de cigarrillos.

– La investigacion zozobraba -prosiguio Adamsberg-, las mujeres morian, y yo me hundia con ellas. Era una hermosa venganza para el asesino. ?Puedo? -anadio senalando el paquete de cigarrillos.

Veyrenc se lo paso y encendio los dos pitillos. Adamsberg siguio el movimiento de su mano. Ni un temblor, ni la menor emocion.

– Y ese hombre -dijo Adamsberg- es un miembro de la Brigada.

Veyrenc se paso la mano por el pelo atigrado y solto el humo alzando hacia Adamsberg una mirada estupefacta.

– Pero no tengo un solo elemento tangible contra el. Tengo las manos atadas. ?Que le parece, Veyrenc?

El teniente se echo la ceniza en la palma de la mano, y Adamsberg le acerco un cenicero.

– Lo buscabamos lejos, lanzando nuestra flota,

allende los oceanos, a un asalto cruento.

Mas era de los nuestros, y fuimos enganados.

– Si. Que estupenda victoria, ?eh? Un hombre inteligente manipulando el solo a veintisiete imbeciles.

– No estara pensando en Noel, ?no? Lo conozco poco, pero no estoy de acuerdo. Es agresivo, pero no agresor.

Adamsberg sacudio la cabeza.

– Entonces, ?en quien piensa?

– Pienso en lo que dijo Retancourt apenas volvio en si.

– ?De verdad se refiere a los dos versos del Horacio? -pregunto Veyrenc sonriendo.

– ?Como sabe que los cito?

– Porque he ido llamando al hospital con frecuencia. Me lo dijo Lavoisier.

– Es usted muy atento para un ser nuevo.

– Retancourt es mi companera de equipo.

– Creo que Retancourt hizo lo posible para indicarme al asesino, con las pocas fuerzas de que disponia.

– ?Lo dudabais, senor,

que atribuis tan tarde valor a sus palabras,

descuidando el sentido y rozando el error?

– ?Lo ha encontrado usted, Veyrenc, el sentido?

– No -dijo Veyrenc apartando la mirada para dejar caer la ceniza-. ?Que piensa hacer, comisario?

– Algo bastante banal. Pienso esperar al asesino alli adonde vaya. Las cosas se precipitan, sabe que Retancourt va a hablar. Le queda poco tiempo, ocho dias o menos, al ritmo al que se recupera. Tiene que acabar como sea su mixtura antes de que le cortemos el camino. Asi que expondremos a Francine, sin proteccion aparente.

– Muy clasico.

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