– Hablame de tu marido -prosiguio apoyando los codos en la mesa-. ?Que es de el?
– ?Charles? -pregunto Ariane alzando las cejas-. Llevo anos sin verlo. Y cuanto menos lo veo, mejor me encuentro.
– ?Estas segura?
– Segurisima. Charles es un fracasado que no piensa mas que en tirarse a camilleras. Tu lo sabes.
– Pero no te has vuelto a casar despues de que te dejara. ?No has tenido ninguna pareja?
– ?Y a ti que cono te importa?
La unica fisura en la postura de Ariane. Su voz bajaba a tonos graves, su vocabulario se relajaba. Omega se asomaba a la cresta del muro.
– Al parecer, Charles te sigue queriendo.
– Vaya. No me extranaria de ese desgraciado.
– Al parecer, va tomando conciencia de que las camilleras no valen lo que tu.
– Por supuesto. No iras a compararme con esas cerdas, Jean-Baptiste.
Estalere se inclino hacia Danglard.
– ?Tambien las cerdas tienen un hueso en el morro? -pregunto en voz baja.
– Supongo que si -contesto Danglard indicandole que se ocuparian del tema mas adelante.
– Al parecer, Charles volvera a ti -prosiguio Adamsberg-. Es lo que se dice en Lille.
– Vaya.
– Pero ?no temes ser demasiado vieja cuando vuelva?
Ariane lanzo una risita casi mundana.
– El envejecimiento, Jean-Baptiste, es un proyecto perverso producto de la imaginacion viciosa de Dios. ?Que edad me echas? ?Sesenta anos?
– No, en absoluto -dijo espontaneamente Estalere.
– Callate -dijo Danglard.
– ?Lo ves? Hasta el joven lo sabe.
– ?Que?
Ariane saco otro cigarrillo, reconstituyendo mediante el velo de humo la pantalla que la protegia de Omega.
– Fuiste a mi casa poco antes de que me mudara, para hacer un reconocimiento y desbloquear la puerta del desvan. Esa noche, por poco asustas al sabio Lucio Velasco. ?Que te habias puesto en la cara? ?Una mascara? ?Una media?
– ?Quien es Lucio Velasco?
– Mi vecino espanol. Una vez abierta la puerta del desvan, ya podias entrar y salir a tu antojo. Hiciste varias visitas, por la noche, andando con cuidado por ahi arriba y saliendo inmediatamente.
Ariane dejo caer la ceniza al suelo.
– ?Oiste pasos arriba?
– Si.
– Es ella, Jean-Baptiste. Claire Langevin. Te anda buscando.
– Si, eso es lo que querias hacernos creer. Yo tenia que hablar de esas visitas nocturnas, alimentar el fantasma de la enfermera que acecha, dispuesta a atacar. Y habria atacado, efectivamente, por mediacion tuya, con jeringuilla y escalpelo. ?Sabes por que no me preocupe? No, eso no lo sabes.
– Deberias preocuparte. Es peligrosa, luego no digas que no te he avisado.
– Porque, Ariane, yo ya tenia un fantasma en mi casa. Santa Clarisa. Ya ves lo insolito que es todo.
– Asesinada por un curtidor en 1771 -completo Danglard.
– A punetazos -anadio Adamsberg-. No pierdas el hilo, Ariane, no puedes saberlo todo. Asi que pensaba que era Clarisa la que andaba por el desvan. O mejor dicho, que el viejo Lucio hacia su ronda. El tambien tiene brillo propio, y no poco. Se preocupaba mucho cuando mi hijo Tom dormia conmigo. Pero no era el. Eras tu la que pasaba por alli arriba.
– Era ella.
– No hablaras nunca de Omega, ?verdad, Ariane?
– Nadie habla de Omega. Creia que habias leido mi libro.
– En algunos disociados, eso lo escribiste tu, puede abrirse una brecha.
– Solo en los imperfectos.
Adamsberg alargo el interrogatorio hasta la mitad de la noche. Habian tumbado a Romain en la sala de la maquina de bebidas, y a Estalere en una cama plegable. Danglard y Veyrenc apoyaban al comisario con el fuego cruzado de sus preguntas. Ariane, cansada, seguia siendo Alfa, sin oponer resistencia a la interminable sesion, sin negar ni entender nada de Omega.
A las cuatro cuarenta de la madrugada, Veyrenc se levanto cojeando y volvio con cuatro cafes.
– Yo lo tomo con una gota de leche de almendras -explico amablemente Ariane sin volverse hacia la mesa.
– No tenemos -dijo Veyrenc-. Aqui no podemos hacer mezclas.
– Lastima.
– No se si tendran leche de almendras en la carcel -dijo Danglard en un murmullo-. Alli el cafe es sopicaldo para perros, y la comida, una cochinada para las ratas. A los detenidos les dan de comer mierda.
– ?Por que demonios me habla de la carcel? -pregunto Ariane dandole la espalda.
Adamsberg cerro los ojos, rogando a la tercera virgen que viniera en su auxilio. Pero a esas horas la tercera virgen estaba durmiendo en un moderno hotel de Evreux, entre sabanas azules y limpias, ignorandolo todo de las dificultades de su salvador. Veyrenc se tomo el cafe y dejo la taza con gesto descorazonado.
– Cesad pues, mi senor, esta lucha sin tregua.
Con fuerza y estrategia librasteis cien batallas,
a vuestro paso iban cayendo las murallas.
Mas ante vos se yergue un muro inexpugnable
que resistira siempre y se llama Locura.
– Estoy de acuerdo, Veyrenc -dijo Adamsberg sin abrir los ojos-. Llevensela. A ella y su muro, sus mixturas y su odio; no la quiero ver mas.
– Seis silabas -observo Veyrenc-. No
– A este paso, Veyrenc, todos los policias seriamos poetas.
– Ojala fuera verdad -dijo Danglard.
Ariane cerro su mechero con un gesto brusco, y Adamsberg abrio los ojos.
– Tengo que pasar por mi casa, Jean-Baptiste. No se que tramas ni por que, pero tengo suficiente oficio para imaginarmelo. Detencion preventiva, ?no es asi? O sea que pasare a recoger unas cosas.
– Te traeremos lo que necesites.
– No. Ire a buscarlas yo. No quiero que tus agentes pongan sus manazas en mi ropa.
Por primera vez, la mirada de Ariane, que Adamsberg solo veia de perfil, se volvia dura y ansiosa. Ella misma habria diagnosticado que Omega se lanzaba al asalto. Porque Omega tenia algo que hacer, algo vital.
– Te acompanaran mientras hagas la maleta. No tocaran nada.
– No quiero que esten alli, quiero estar sola. Es privado, es intimo. Puedes entenderlo. Si tienes miedo de que me vaya, deja a diez gilipollas delante de la puerta.
Diez gilipollas. Omega se aproximaba a la superficie. Adamsberg vigilaba el perfil de Ariane, su ceja, su labio, su barbilla, siguiendo el estremecimiento de sus nuevos pensamientos.
En la carcel no habria leche de almendras, solo cafe para perros. En la carcel no habria mezclas, ni
Y la mixtura estaba casi acabada. Solo faltaban el vivo de la tercera virgen y el vino del ano. Para el vino, podria arreglarselas, no era mas que un excipiente, y llegado el caso podria usar agua. Faltaba el tercer vivo, claro, de modo que no podia aspirar a la eternidad. Pero la mezcla estaba casi acabada y podria garantizarle