Pero Hunter sabia que la tormenta apenas habia empezado.
Los europeos que habian viajado al Nuevo Mundo habian descubierto los huracanes, uno de los fenomenos mas sobre- cogedores de la naturaleza. La palabra «huracan» deriva del termino con que los indios arawak se referian a aquellas tormentas que no tenian equivalente en Europa. La tripulacion de Hunter conocia la desmedida potencia de aquellos fenomenos ciclonicos gigantescos, y reaccionaba a la terrible realidad de la tormenta con las supersticiones y los ritos mas antiguos del mar.
Enders, al timon, observaba las montanas de agua que lo rodeaban y murmuraba todas las oraciones que habia aprendido de nino, mientras agarraba el diente de tiburon que llevaba colgado al cuello y deseaba poder desplegar mas velas. El Trinidad estaba navegando con solo tres por el momento, y eso traia mala suerte.
Bajo cubierta, el Moro se corto un dedo con un punal y, con su propia sangre, trazo un triangulo sobre el puente. Dejo una pluma en el centro del triangulo y la sostuvo asi mientras susurraba un hechizo.
A proa, Lazue echo un barrilete de cerdo salado por la borda y levanto tres dedos en el aire. Este era el ritual mas ancestral de todos, aunque para ella solo fuera una antigua historia de viejos marineros que decian que aquella practica tenia el poder de salvar un barco que estaba a punto de hundirse. En realidad, los tres dedos levantados simbolizaban el tridente de Neptuno, y la comida lanzada al mar era un sacrificio ofrecido al dios de los oceanos.
Hunter, que siempre aseguraba que desdenaba estas supersticiones, fue a su camarote, cerro la puerta, se puso de rodillas y rezo. En torno a el, el mobiliario del camarote se deslizaba arriba y abajo, de una pared a otra, mientras el barco se balanceaba descontroladamente en el mar.
Fuera, la tormenta aullaba con furia demoniaca y el galeon crujia y gemia con lamentos largos y agonicos. Al principio no oia mas ruidos que estos, pero despues distinguio un grito de mujer. Y despues otro.
Salio del camarote y vio que cinco marineros arrastraban a lady Sarah Almont hacia proa, por la escalera de los camarotes. Ella gritaba y forcejeaba intentando soltarse.
– ?Quietos! -grito Hunter, y fue tras ellos.
Las olas les caian encima, barriendo el puente.
Los hombres no osaban mirarlo a los ojos.
– ?Que sucede aqui? -pregunto Hunter.
Ninguno de ellos respondio. Fue lady Sarah quien hablo finalmente, con voz rota.
– ?Quieren tirarme al mar!
El cabecilla del grupo parecia ser Edwards, un marinero curtido, veterano de docenas de expediciones corsarias.
– Es una bruja -afirmo el, mirando a Hunter con expresion desafiante-. Os lo aseguro, capitan. No sobreviviremos a este huracan con ella a bordo.
– No digas estupideces -dijo Hunter.
– Creedme -insistio Edwards-. No duraremos mucho con ella a bordo. Es la peor bruja que he visto jamas.
– ?Como lo sabes?
– Lo supe en cuanto la vi -afirmo Edwards.
– ?Que pruebas tienes? -insistio Hunter.
– Este hombre esta loco -dijo lady Sarah-. Loco de atar.
– ?Que pruebas? -exigio Hunter, gritando para hacerse oir sobre el estruendo del viento.
Edwards vacilo. Finalmente, solto a la muchacha y se volvio para marcharse.
– No merece la pena seguir discutiendo -dijo-. Pero estais avisados. Os he avisado.
Se alejo. Uno tras otro, los otros hombres retrocedieron. Hunter se quedo solo con lady Sarah.
– Volved a vuestro camarote -ordeno Hunter-. Encerraos por dentro y no salgais. No salgais para nada, y no abrais la puerta a nadie.
Los ojos de la mujer estaban abiertos de pavor. Asintio y regreso a su camarote. Hunter espero hasta comprobar que cerraba la puerta, y entonces, tras un momento de vacilacion, subio a cubierta, exponiendose nuevamente a la furia de la tormenta.
Bajo cubierta, la tormenta daba miedo, pero sobre la cubierta principal superaba a la imaginacion. El viento golpeaba el buque como un bruto invisible, con la fuerza de mil brazos fuertes que tiraban de las extremidades de los marineros, arrancandolos de cualquier agarradero o apoyo. La lluvia golpeo a Hunter con tal fuerza que al principio se puso a gritar. Durante unos segundos no logro ver nada. Distinguio a Enders al timon, firmemente sujeto en su posicion.
Hunter fue hacia el, agarrandose a la cuerda guia que seguia el borde del puente, hasta que llego al refugio del castillo de popa. Cogio otra cuerda y se la ato al cuerpo, se inclino hacia Enders y grito:
– ?Como va?
– Ni mejor, ni peor -contesto Enders gritando-. Aguantamos, y aguantaremos un poco mas, pero no mas de unas horas. Percibo que el barco empieza a quebrarse.
– ?Cuantas horas?
La respuesta de Enders se perdio bajo la montana de agua que les cayo encima y barrio el puente.
Era una respuesta tan buena como cualquier otra, penso Hunter. Ningun barco podria resistir aquella violencia mucho tiempo, y menos aun un barco tan gravemente danado.
De vuelta en su camarote, lady Sarah Almont superviso la destruccion causada por la tormenta y por los marineros que la habian agredido mientras ella hacia sus preparativos. Cuidadosamente, a pesar del balanceo del barco, enderezo las velas en el suelo y las encendio una por una, hasta que las cinco estuvieron encendidas. Despues rasco un pentagrama sobre la madera y se coloco sobre el.
Estaba muy asustada. Cuando madame de Rochambeau, la francesa, le habia mostrado lo que estaba de moda en la corte de Luis XIV, le habia parecido divertido e incluso se habia reido un poco. Pero se decia que en Francia las mujeres mataban a sus hijos recien nacidos para asegurarse la eterna juventud. Si era cierto, quiza aquel pequeno hechizo le salvaria la vida…
?Que mal habia en ello? Cerro los ojos y escucho el aullido de la tormenta a su alrededor.
– Greedigut -susurro, sintiendo como sus labios pronunciaban cada letra. Se acaricio el cuerpo, arrodillada en el suelo sobre el pentagrama inciso-. Greedigut. Greedigut, ven a mi.
El suelo oscilo furiosamente, las velas se deslizaron a un lado y despues a otro. Tuvo que detenerse para cogerlas. Era imposible concentrarse. ?Ser bruja era realmente dificil! Mada- me de Rochambeau no le habia hablado de hechizos a bordo de barcos. Tal vez alli no funcionaban. O tal vez solo eran una sarta de tonterias francesas.
– Greedigut… -gimio. Se acaricio.
De repente, le parecio que la tormenta se aplacaba.
?O era solo su imaginacion?
– Greedigut, ven a mi, tomame, poseeme…
Imagino unas garras, sintio el viento azotando su camison, percibio su presencia…
Y el viento ceso.
QUINTA PARTE. La Boca del Dragon
32
Hunter desperto de un sueno inquieto con la extrana sensacion de que algo andaba mal. Se sento en la cama y se dio cuenta de que todo estaba mas tranquilo; el movimiento del galeon era menos frenetico y el viento se habia reducido a un susurro.
Se apresuro a subir a cubierta, donde caia una ligera lluvia. Vio que el mar se habia calmado y la visibilidad habia mejorado. Enders, todavia al timon, parecia extenuado, pero sonreia.
– Lo hemos logrado, capitan -dijo-. El barco esta maltrecho, pero ha resistido.
Enders apunto a estribor. Habia tierra a la vista; el bajo y gris perfil de una isla.
– ?Que es? -pregunto Hunter.