descubierta.

No le importo ni poco ni mucho.

Lewisham, el juez del Almirantazgo, tenia su cuartel general detras del juzgado. Se desperto alarmado con las campanadas de la iglesia, y mando a un criado a averiguar que estaba sucediendo. El hombre volvio pocos minutos despues.

– ?Que sucede? -pregunto Lewisham-. Habla.

El hombre le miro. Era Hunter.

– ?Como es posible? -se sorprendio Lewisham.

Hunter amartillo la pistola.

– Ha sido facil -dijo.

– Dime que quieres.

– Ahora mismo -respondio Hunter. Y se lo dijo.

El comandante Scott, aturdido por la bebida, estaba echado en un sofa de la biblioteca de la mansion del gobernador. El senor Hacklett y su esposa hacia rato que se habian retirado. Se desperto con las campanadas y al instante supo que habia sucedido; sintio un terror que no habia experimentado jamas en la vida. Poco despues, uno de los guardias irrumpio en la estancia con la noticia: Hunter habia escapado, todos los piratas se habian esfumado, y Poorman, Foster, Phips y Dodson estaban muertos.

– Preparame el caballo -ordeno Scott, y se arreglo apresuradamente la ropa.

Salio a la parte delantera de la mansion del gobernador, miro alrededor cautelosamente y monto en su caballo.

Un momento despues lo descabalgaron y lo lanzaron bruscamente sobre los adoquines a no mas de cien metros de la mansion del gobernador. Una pandilla de vagabundos guiados por Richards, el mayordomo del gobernador, e instruidos por Charles Hunter, el muy canalla, lo esposaron y lo llevaron a Marshallsea.

?En espera de juicio, malditos rufianes!

Hacklett desperto con el fragor de las campanadas de la iglesia, y tambien imagino su significado. Salto de la cama, sin hacer caso de su esposa, que llevaba toda la noche despierta, mirando el techo y escuchando los ronquidos de borracho de su marido. Estaba dolorida y profundamente humillada.

Hacklett abrio la puerta de la estancia y llamo a Richards, que acababa de llegar.

– ?Que ha sucedido?

– Hunter se ha evadido -contesto Richards con tranquilidad-. Dodson, Poorman y Phips estan muertos. Puede que haya mas.

– ?Y sigue suelto?

– No lo se -dijo Richards, evitando deliberadamente decir «excelencia»

– ?Dios Santo! -exclamo Hacklett-. Cerrad con llave. Llamad a la guardia. Alertad al comandante Scott.

– El comandante Scott se ha marchado hace unos minutos.

– ?Se ha marchado? Cielo santo -dijo Hacklett.

Cerro la puerta de la estancia de golpe, con llave y miro hacia la cama.

– Dios santo -repitio-. Dios Santo, ese pirata nos matara a todos.

– A todos no -dijo su esposa, apuntandolo con una pistola. Su marido guardaba un par de pistolas cargadas junto a la cama, y ahora ella le apuntaba con una en cada mano.

– Emily -intento razonar Hacklett-, no hagas tonterias. No es momento para bromas, ese hombre es un malvado asesino.

– No te acerques mas -dijo ella.

El vacilo.

– Es un farol.

– No lo es.

Hacklett miro a su esposa, y luego las pistolas que sujetaba. El no era muy ducho en el manejo de las armas, pero a pesar de su limitada experiencia sabia que era extremadamente dificil disparar una pistola con precision. No sentia tanto miedo como irritacion.

– Emily, te estas portando como una maldita idiota.

– Quieto -ordeno ella.

– Emily, eres una inconsciente y una ramera, pero no una asesina y yo…

Ella disparo una de las pistolas. La habitacion se lleno de humo. Hacklett grito aterrorizado. Paso un buen rato antes de que marido y mujer se dieran cuenta de que no estaba herido.

Hacklett rio, mas que nada de alivio.

– Ya ves que no es tan facil -dijo-. Dame la pistola.

Ella dejo que se acercara antes de volver a disparar, apuntando a la altura de la ingle. El impacto no fue potente. Hacklett siguio de pie. Dio otro paso, acercandose tanto a ella que casi podia tocarla.

– Siempre te he odiado -dijo el, con voz tranquila-. Desde el dia que te conoci. ?Te acuerdas? Te dije «Buenos dias, senora», y tu me dijiste…

Sufrio un acceso de tos y se desplomo en el suelo, doblado de dolor.

Sangraba por la cintura.

– Me dijiste -siguio-. Dijiste… Oh, maldita seas mujer, tu y tus perversos ojos negros… duele… me dijiste.

Se balanceo en el suelo, con las manos apretadas sobre la ingle, la cara contorsionada de dolor, los ojos cerrados con fuerza. Gemia al compas de su balanceo.

– Aaaah… Aaaah… Aaaah…

Ella se incorporo en la cama y solto la pistola. Estaba tan caliente que al tocar la sabana, dejo la marca del canon en la tela. Rapidamente volvio a cogerla y la tiro al suelo; despues miro a su esposo. Seguia balanceandose, gimiendo; de golpe paro y la miro, y hablo entre dientes.

– Acaba de una vez -susurro.

Ella sacudio la cabeza. Las camaras estaban vacias; no sabia como cargarlas de nuevo, ni si habia balas y polvora.

– Acaba de una vez -pidio el otra vez.

Emily Hacklett sintio emociones contradictorias. En vista de que no parecia que fuera a morir tan rapidamente como creia, se acerco a la mesilla, lleno un vaso de vino y se lo ofrecio. Le levanto la cabeza y le ayudo a beber. El dio un sorbo, pero despues le entro una furia repentina y con una mano sangrienta empujo a su mujer con fuerza. Ella cayo hacia atras, con la huella de la mano roja en su camison.

– Maldita seas, puta del rey -susurro, y empezo a balancearse de nuevo.

Estaba tan absorto en su dolor que parecia haber olvidado que ella seguia alli. La mujer se levanto, se sirvio un vaso de vino, tomo un sorbo y contemplo la agonia de su marido.

Una hora despues, cuando Hunter entro en la habitacion, seguia alli de pie. Hacklett estaba vivo, pero con una palidez cetrina, y sus movimientos eran debiles, excepto algun espasmo involuntario. Estaba echado sobre un enorme charco de sangre.

Hunter saco su pistola y fue hacia Hacklett.

– ?No! -grito ella.

El dudo pero despues retrocedio.

– Gracias por vuestra cortesia -dijo la senora Hacklett.

37

El 23 de octubre de 1665, la condena de Charles Hunter y su tripulacion por los cargos de pirateria y hurto fue sumariamente revocada por Lewisham, juez del Almirantazgo, reunido en sesion a puerta cerrada con sir James Almont, que habia recuperado el cargo de gobernador de la colonia de Jamaica.

En la misma sesion, el comandante Edwin Scott, oficial jefe de la guarnicion de Fort Charles, fue condenado por alta traicion y sentenciado a morir en la horca al dia siguiente. Con la promesa de conmutarle la sentencia, se obtuvo una confesion de su puno y letra. Cuando termino de escribir el documento, un oficial desconocido mato a

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