Eadulf hizo un ruido gutural.
La habia visto, pero solamente como parte del desbarajuste general. Ahora que se fijaba bien, se daba cuenta de las marcas de la pluma: era el mismo tipo de flecha que llevaba el arquero en el intento de asesinato, el mismo modelo de flecha que Fidelma llevaba con ella y que habian identificado como obra de los flecheros de Cnoc Aine.
– Ya la veo -respondio.
– ?Y que os sugiere?
– ?Que que me sugiere? Es el asta de una flecha partida por la mitad, y el extremo de la pluma ha caido sobre la mesa.
–
Eadulf bajo la vista al suelo para buscarla. Examino con cuidado la habitacion, pero no vio nada.
– ?Que significa?
– Sabeis tanto como yo -respondio Fidelma con indiferencia-. Si alguien ha preparado la habitacion con cuidado para que la encontraramos asi…, bueno, para que la encontrara asi la persona que se esperara que fuera a entrar, ?que querria hacernos creer?
Con los brazos cruzados, Eadulf espero de pie mirando a su alrededor antes de responder.
– El hermano Mochta ha desaparecido. La habitacion esta preparada para que pensemos que se lo han llevado por la fuerza tras un violento forcejeo. La mancha del colchon y el desorden sugieren esa posibilidad. Luego hay una flecha rota en la mesilla de noche…, ah, eso puede significar que la flecha se rompio cuando el atacante la hundio en el cuerpo de Mochta. El extremo de la punta quedo hundido en el cuerpo de Mochta, partieron la flecha por la mitad y la arrojaron sobre la mesa -explico, mirando a Fidelma en busca de aprobacion.
– Excelente, Eadulf. Es precisamente lo que se esperaba que creyeramos. No obstante, dado que la escena se preparo con mucho cuidado, debemos ver mas alla para averiguar que representa en verdad esta habitacion.
Fidelma entro y empezo a examinarla paso a paso. A continuacion, tomo la flecha rota y la introdujo en el
– No creo que nos aporte mas informacion hasta que no recojamos mas pruebas.
Entonces examino los utensilios de escritura que habia en un rincon y los pedazos de papel de vitela.
– El hermano Mochta tenia buena letra. Al parecer, estaba escribiendo una
– ?Son relevantes estos escritos? -pregunto Eadulf.
– Puede -respondio Fidelma, enrollando los pedazos de vitela para introducirlos en el
Cerro la puerta con la llave que el hermano Madagan habia dejado puesta. Regresaron al refectorio. Fuera habia reunidos una docena o mas de religiosos y religiosas, envueltos en largas capas, cada uno de los cuales iba provisto de un hato y un bordon. El abad Segdae estaba alli tambien, de pie delante de todos, con una mano alzada y el dedo pulgar contra el anular, de manera que el indice, el corazon y el menique quedaban levantados como simbolo de la Santisima Trinidad a la usanza irlandesa.
Pronuncio la bendicion en griego, considerada como la lengua de los Santos Evangelios.
Entonces, los peregrinos se echaron los hatos al hombro y, de dos en dos, se dirigieron hacia las puertas de la abadia, aunando las voces en un canto jubiloso.
– «Cantemos todos los dias, cantemos juntos en variadas armonias, declamando a un Dios un himno digno de santa Maria» -murmuro Eadulf, traduciendo las palabras.
Al poco, la columna de peregrinos habia cruzado las puertas de la abadia para proseguir su camino. El murmullo de sus voces se desvanecio tras los muros.
Mientras contemplaban la marcha, un hombre fornido se les acerco. Era de estatura media, musculoso y corpulento, y tenia un excepcional cabello castano y canoso. Llevaba un jubon de piel sobre un atuendo de trabajo, y una espada corta en el cinturon. Tenia unos ojos brillantes y alegres, y un rostro demasiado rollizo y rubicundo para conservar la hermosura que debio de haber gozado en su juventud. Su aspecto era el propio de un hombre rico hecho a si mismo, porque exhibia su riqueza con ostentacion. Iba cargado de joyas, algo que contrastaba con su vestimenta. Una persona acostumbrada a la opulencia nunca habria tenido tan mal gusto con su riqueza. Fidelma contuvo una sonrisa. De pronto, le sobrevino una imagen de aquel pretencioso personaje, en la que este aparecia con un signo colgado al cuello cuya leyenda rezaba asi:
– ?Sois vos la senora Fidelma? -pregunto el hombre, entornando los ojos al examinarla.
Fidelma inclino la cabeza para saludar al recien llegado.
– Soy Fidelma de Cashel -le confirmo.
– He oido que andabais buscandome. Yo soy Samradan de Cashel.
Fidelma miro a los ojos claros y vivarachos del hombre y sostuvo la mirada. El mercader de Cashel fue el primero en apartarla.
– ?Hay algo que pueda hacer para ayudaros? -pregunto Samradan, incomodo, pasando el apoyo del cuerpo al lado contrario.
Ella lo miro con una sonrisa que lo desarmo.
– ?Conociais al hermano Mochta?
El mercader movio la cabeza.
– ?El monje que ha desaparecido? La gente no habla de otra cosa en la abadia, pero no, yo no le conocia. Yo solo trataba con el hermano Madagan por ser el administrador de la abadia y, claro, con el propio abad. Nunca he conocido al hermano Mochta o, al menos, no habria sabido decir quien era si me hubiera cruzado con el en la abadia.
– ?Teneis un almacen en Cashel?
El mercader asintio con un gesto receloso.
– Junto a la plaza del mercado, senora. Tambien tengo una casa en el pueblo.
– Ayer por la manana intentaron asesinar a mi hermano, el rey, y al principe de los Ui Fidgente desde la azotea de vuestro almacen.
El mercader palidecio.
– Hace dias que estoy en Imleach. No sabia nada. Ademas, cualquiera podria subirse a la azotea de mi almacen. Es muy llana y accesible.
– No os estoy acusando de nada, Samradan -lo reprendio Fidelma-, solo he considerado que debiais estar al corriente.
El mercader asintio con aturdimiento.
– Si, claro… Yo pensaba que…