intento.

– Si, pero ?por que Finguine se ha hecho acompanar por Gionga, cuando sostiene que odia a los Ui Fidgente? Confieso estar igual de confundido que el hermano Bardan.

– ?Recordais que os hable del juego del tomus? Pues acaban de juntarse varias piezas mas. Aunque todavia necesito esa unica pieza que lo hara encajar todo. Y Samradan me la proporcionara. Ahi es donde iremos ahora, a ver a ese avaro mercader.

– ?Sabeis donde vive Samradan? -pregunto Eadulf.

– Si, Donndubhain me indico la casa la otra semana, cuando examinabamos el almacen.

Entraron en un camino trasero, apartado de la calle principal de la ciudad. Un momento despues, Fidelma se detuvo para senalarle una casa. Era una rica construccion de madera de dos plantas. No habia ninguna luz en el interior. Se aproximaron por detras. Fidelma se disponia a cruzar el patio hacia la puerta posterior, cuando oyeron un crujido y luego un leve aullido. Al aguzar la vista en la oscuridad y ver una forma oscura en el suelo, Eadulf se agarro al brazo de Fidelma.

– ?Es el perro guardian de Samradan! -la previno.

Fidelma tambien lo habia visto. El perro yacia junto a un poste, y el crujido parecia venir de la correa de cuero a la que estaba atado y que acompanaba los debiles movimientos del animal. Lo cierto era que el perro parecia estar gimiendo en suenos.

– Menudo perro guardian -murmuro Eadulf-. Aunque para nosotros es una suerte que este atado y durmiendo.

– Tendremos que entrar por la parte delantera de la casa -anuncio Fidelma.

Seguido de Fidelma, Eadulf paso junto a una pared lateral del edificio. No molestaron al perro. Al llegar a la esquina se detuvo en seco, indicando a su companera que volviera a ocultarse en la penumbra.

– Frente a la casa he visto un jinete -susurro Eadulf.

Fidelma se desplazo con cautela hacia delante para ver mejor.

Habia una figura alta montada a caballo que, inclinada ligeramente hacia delante, estaba examinando la casa de Samradan con gran interes. Iba solo.

La luna brillaba con bastante intensidad en un momento en que casi no habia sombras.

Incluso en la penumbra habria reconocido Fidelma a su primo, Finguine, rigdomna de Cnoc Aine.

CAPITULO XXII

Mientras Fidelma observaba, Finguine se irguio como si hubiera tomado una decision y tiro de las riendas, haciendo girar al animal, que echo a trotar por la calle principal, rumbo a la grandiosa fortaleza que dominaba la ciudad. Fidelma y Eadulf esperaron a que se hubiera alejado antes de salir de la sombra.

– ?Por que rondara Finguine por la casa de Samradan? -susurro Eadulf-. Parece que se ha aficionado a frecuentar malas companias. Primero Solam, luego Gionga y ahora el mercader.

– Esperemos poder persuadir a Samradan de que responda con sinceridad a nuestras preguntas -comento Fidelma.

Eadulf miro hacia la casa.

– Por delante tampoco hay luz. A lo mejor no esta.

– ?Con el perro atado atras?

Se acerco a la puerta y algo la impulso, antes de nada, a intentar abrirla. No estaba cerrada con llave, por lo que se abrio. Entro con sigilo, haciendo una sena a Eadulf para que la siguiera.

Se hallaban dentro de la unica sala de la planta baja y que hacia las veces de sala de estar, cocina y almacen. Una breve escalera subia al dormitorio. En la chimenea del centro ardia una lumbre, cuyo fulgor iluminaba lo bastante la sala para ver que no habia nadie.

– ?Que os decia? -murmuro Eadulf-. No esta.

Fidelma lo fulmino con la mirada.

– Entonces no puede andar muy lejos, porque alguien ha echado lena al fuego no hace mucho. Usadlo para encender una vela.

Eadulf hizo lo que le pidio Fidelma. Esta ya iba por la habitacion, examinandola.

– No se que esperais encontrar aqui -mascullo Eadulf, mirando con nerviosismo hacia la puerta-. Samradan podria volver en cualquier momento. Y entonces, ?que?

Fidelma no dijo nada. Tras analizar la estancia, se dirigio a la puerta trasera. El cerrojo no estaba echado por dentro. La abrio y se asomo afuera. El perro seguia tumbado junto al poste, gimiendo en suenos. Entonces advirtio algo extrano en la conducta del animal. En Muman los perros volvian a la vida por las noches, cuando los desataban para proteger las casas contra depredadores tanto humanos como animales. ?Por que, entonces, aquel animal yacia en el suelo, entregado a un sueno que no parecia natural, y dando un gemido tan lastimero?

Obviando las quejas de Eadulf, Fidelma se acerco rapidamente adonde estaba atado el perro y se inclino sobre el.

Eadulf la siguio, decidido a convencerla de que se marcharan. Con las prisas, salio con la vela encendida.

Fidelma, que estaba sobre el perro, le ordeno con sequedad que arrimara la vela. El animal no se movio. Tenia espuma por el hocico.

Fidelma miro a su companero.

– A este animal lo han envenenado -se puso en pie con tal brusquedad, que Eadulf se echo atras sobresaltado-. ?Por que lo habran envenenado? -se pregunto Fidelma.

Eadulf lo considero una pregunta retorica y no dijo nada.

Fidelma se quedo mirando la casa en penumbra.

Acto seguido, volvio a entrar a toda prisa con Eadulf a la zaga, preguntandose que demonio la habria poseido.

Fidelma se detuvo en la habitacion principal donde habian estado y echo varias miradas a su alrededor. Musito algo para si y se dirigio a la escalera que daba a la planta superior. Eadulf se encogio de hombros con impotencia, como si expresara perplejidad ante un publico invisible, y fue tras ella.

Al llegar al dormitorio al final de la escalera, Fidelma se quedo quieta, observando un bulto sobre la cama.

Por detras de ella, Eadulf alzo la vela.

El mercader Samradan estaba tendido sobre la cama, cubierto de sangre, con la empunadura de una daga clavada en el pecho. Tenia los ojos abiertos, aunque con la mirada vidriosa propia de un muerto.

– Demasiado tarde -musito Fidelma-. Alguien ha pensado que Samradan podia habernos ayudado a conocer toda la verdad.

– ?A que verdad os referis? -pregunto Eadulf con desesperacion.

Le enfurecio no obtener respuesta de Fidelma, pero esta tenia la cabeza puesta en otra parte. Se acerco a examinar el punal. Nada lo diferenciaba de cualquier otro punal. Carecia de cualquier marca distintiva, de cualquier pista que pudiera apuntar a su dueno. No habia nada que permitiera identificar al asesino.

– ?Ha sido Finguine! -resolvio Eadulf-. El se iba cuando nosotros llegabamos. Esta confabulado con Solam y Gionga. ?Dios! Ahora comprendo el motivo de tanta inquietud por la desaparicion del hermano Mochta y del relicario.

Ella asintio con la cabeza, absorta en sus pensamientos. Entonces algo capto su mirada. Al caer de espaldas, Samradan debio de agarrarse a la ropa del agresor, ya que entre los dedos agarrotados habia un trozo de tela, un jiron de una camisa de hilo. Dada la sangre que habia por todas partes, dedujo que esta debio de haber salpicado al agresor. Se inclino y abrio los dedos de Samradan para sacar el pedazo de tela y entonces vio que habia algo sujeto a este.

Era un pequeno simbolo solar de plata. Un broche adornado con granates semipreciosos. Habia cinco piedras,

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