demasiado tarde para defenderlo, aun cuando su hermano habia enviado un mensaje a Fianamail pidiendole que postergara las medidas. Fuera como fuere, la idea de que Eadulf pudiera estar implicado en el asesinato de una monja era dificil de creer.

– ?Como iba a cometer semejante atrocidad? ?Sabeis como se llama ese sajon?

– Eso si que no lo se, hermana. Ni quiero saberlo. No es mas que un perro sajon asesino. Es lo unico que se y que me interesa.

Fidelma miro al hombre con reprobacion.

– ?Como sabeis que es un perro asesino, como decis, si no conoceis los detalles? Sapiens nihil affirmat quod non probat.

El pastor quedo desconcertado. Fidelma se disculpo al instante por la arrogancia de citar en latin a un pastor.

– «Un hombre prudente no afirma que algo es verdadero hasta que no se demuestra.» Conviene esperar a que el juez dicte la sentencia.

– Pero si los hechos ya se conocen. Ni siquiera los otros religiosos estan por la labor de defenderle. Dicen que el sajon era un monje, asi que, por ser uno de ellos, cabia esperar que quisieran tapar su acto de depravacion. Se merece el castigo.

Fidelma se lo quedo mirando, irritada por su actitud.

– En eso no consiste la justicia -dijo con calma-. Un hombre debe ser juzgado antes de ser condenado y castigado. No se puede castigar a una persona antes de que la juzguen los brehons.

– Pero es que ya lo han juzgado, hermana. Ya lo han juzgado y condenado.

– ?Que ya lo han juzgado decis? -Fidelma no fue capaz de disimular su turbacion.

– En Fearna corre el rumor de que ya lo han juzgado y que lo han declarado culpable. Y que el brehon del rey esta satisfecho con la condena.

– ?El brehon del rey? ?Su juez supremo? ?Os referis al obispo Forbassach? -Fidelma estaba haciendo un esfuerzo por mantener la calma.

– Ese mismo. ?Le conoceis?

– Si.

Fidelma lo recordo con rencor. El obispo Forbassach era un viejo adversario suyo. Tenia que haber imaginado que intervendria en el juicio.

– Si han declarado culpable al sajon, ?se sabe algo ya del castigo? ?Cual sera el precio de honor que tendra que pagar? ?Que compensacion se le exige?

Bajo la ley, cualquier persona declarada culpable de homicidio o de cualquier otro delito tenia que pagar una compensacion. Era una suerte de multa llamada eric. Cada persona de una comunidad tenia un precio de honor segun su categoria y condicion. El autor tenia que pagar la compensacion a la victima o, en caso de asesinato, a los parientes de esta, asi como las costas del juicio. En ocasiones, segun la gravedad del delito, el culpable perdia todos sus derechos civiles y tenia que trabajar para la comunidad para rehabilitarse. Si no lo hacia, podia ser rebajado a la categoria de mero peon itinerante, condicion apenas mejor que la de esclavo. Estos recibian el nombre de daer-fudir. Sin embargo, la ley estipulaba sabiamente: «la muerte de un hombre extingue sus deudas». Asi, los hijos del condenado recuperaban su lugar en la sociedad y el mismo precio de honor del que su padre o su madre habian gozado antes de ser declarados culpables del delito.

El pastor miraba a Fidelma como si le sorprendiera la pregunta.

– No han pedido ninguna multa eric -respondio al fin.

Fidelma no lo entendia y asi se lo hizo saber.

– ?Y de que castigo estan hablando?

El pastor dejo sobre la mesa la taza vacia y, limpiandose la boca con la manga, se levanto para marcharse.

– El rey ha declarado que el juicio deberia hacerse de acuerdo con los nuevos Penitenciales cristianos, ese nuevo sistema de leyes que dicen que viene de Roma. El sajon ha sido condenado a muerte. Creo que ya lo han colgado.

Capitulo II

Por las puertas de roble tachonado de la capilla, los monjes salieron en lenta procesion al patio principal de la abadia bajo el velo de una luz gris y fria. Era un patio grande, enlosado con piedras de granito oscuro, pero los cuatro lobregos muros de piedra de la edificacion lo empequenecian.

La hilera de monjes encapuchados, precedida por un solo hermano de la comunidad, el cual portaba una cruz de metal ornamentado, se movia pausadamente; con la cabeza gacha y las manos ocultas en los pliegues de los habitos, iban cantando un salmo en latin. A poca distancia les seguian otras tantas monjas encapuchadas, con la cabeza baja tambien, que acompanaban las voces masculinas con notas mas agudas, con acompasada armonia, marcando con su cadencia el contrapunto. El efecto que creaba el conjunto era un eco fantasmagorico en el espacio cerrado.

Cada uno ocupo su posicion a ambos lados del patio frente a una plataforma de madera sobre la que se alzaba una extrana construccion de tres postes verticales que sostenian un triangulo de vigas.

De una de ellas colgaba una cuerda anudada como una soga. Justo debajo habia una banqueta de tres patas. Junto a este siniestro aparato se erguia un hombre alto de pie, con los pies separados. Estaba desnudo de cintura para arriba, con unos brazos toscos y musculosos cruzados sobre un pecho ancho y velludo. Sin reflejar ninguna emocion, contemplaba la procesion religiosa, asumiendo de modo impasible y sin verguenza alguna la labor que le tocaba realizar en aquella macabra plataforma.

Por la puerta de la capilla salieron otros dos religiosos, un hombre y una mujer, que se acercaron pausadamente y con naturalidad a la plataforma. El cuerpo delgado de la mujer sugeria cierta altura, aunque de cerca era de mediana estatura, y sus rasgos oscuros y un tanto arrogantes hacian de ella una presencia imponente. El habito y el crucifijo ornamentado que portaba en una cadena, alrededor del cuello, revelaban su alto cargo eclesiastico. A su lado iba un hombre de baja estatura y rostro adusto y ceniciento. Su vestimenta tambien revelaba una alta posicion eclesiastica.

Se detuvieron en seco entre las dos hileras de monjes, frente a la plataforma. El canto se extinguio cuando la mujer alzo la mano de manera casi imperceptible.

Una monja se adelanto con diligencia y se detuvo ante ella, inclinando la cabeza con respeto.

– ?Podemos proceder ya, hermana? -le pregunto la religiosa ricamente ataviada.

– Todo esta preparado, madre abadesa.

– Procedamos, pues, con la gracia de Dios.

La monja miro hacia la puerta abierta al fondo del patio y levanto la mano.

La puerta se abrio casi al instante y dos hombres bajos y fornidos -dos monjes, como indicaban los habitos- la cruzaron llevando a rastras a un joven en medio, tambien vestido con habito, aunque rasgado y manchado. Estaba palido y los labios le temblaban por el miedo. Su cuerpo se sacudio con sollozos incontrolables al ser arrastrado a traves de las losas del patio hacia el grupo expectante. El trio se detuvo ante la abadesa y compania.

Se impuso el silencio unos instantes, perturbado solamente por los sollozos angustiosos del joven.

– Bien, hermano Ibar -dijo la mujer con voz dura e implacable-, ?confesareis vuestra culpa ahora que os hallais en el umbral de vuestro viaje al Otro Mundo?

El joven empezo a farfullar palabras sin sentido. Estaba demasiado asustado para ser capaz de expresar nada mejor.

El monje que acompanaba a la abadesa se inclino hacia el.

– Confesad, hermano Ibar -susurro en un tono sibilante y persuasivo-. Confesad y evitad el dolor de sufrir en el purgatorio. Id con Dios habiendo limpiado de culpa vuestra alma y El os recibira con dicha.

Al fin, unas palabras inteligibles asomaron a su boca.

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