tener personas cerca en caso de necesitar ayuda.

– Tengo prohibido vivir en ellas.

– ?Prohibido?

Eadulf miro a su anfitrion con inquietud. Sabia que en su propio pais se prohibia a los leprosos vivir en pueblos y ciudades. Pero Dalbach no parecia padecer lepra.

– Soy un desterrado -explico Dalbach-. Me cegaron y me forzaron a alejarme de mi gente, obligandome a valerme por mi mismo.

– ?Os cegaron?

Dalbach se paso una mano por la cicatriz que le cruzaba los ojos y sonrio sardonicamente.

– ?No creeriais que naci asi, hermano Eadulf?

– ?Y como os cegaron y por que?

– Soy hijo de Crimfhann, que goberno este reino treinta anos atras. A su muerte, su primo Faelan reivindico la corona…

– ?El mismo rey de Laigin que murio el ano pasado y cuyo trono heredo el joven Fianamail?

Dalbach inclino la cabeza.

– Me consta que el sistema de sucesion de la realeza sajona es muy distinto al nuestro. ?Estais al corriente de nuestra ley brehon de sucesion?

– Lo estoy. El hombre mas apropiado entre la familia real es elegido por su derbhfine para ser el rey.

– Asi es. El derbhfine es el colegio electoral formado por los integrantes de la familia, y esta constituido por tres generaciones masculinas descendientes de un bisabuelo comun. Por entonces yo era un muchacho, un guerrero, y no hacia mucho que habia alcanzado la edad de elegir. Faelan tenia el trono asegurado cuando fue elegido, pero con el paso de los anos se obsesiono con la idea de que alguien hiciera peligrar su posicion y penso que solo habia un hombre que podia hacerlo: yo. Mando que me apresaran una noche y que me pusieran un atizador al rojo vivo sobre los ojos para incapacitarme e impedir que el derbhfine me tomara en consideracion para cualquier cargo real. Luego tuve que arreglarmelas solo: me prohibieron vivir en cualquier pueblo o ciudad del reino de Laigin.

La historia de Dalbach no asombro al hermano Eadulf, pues sabia que aquellas cosas sucedian a menudo. Entre los reyes sajones, donde la ley dictaba que el sucesor era el varon de mayor edad, la brutalidad para hacerse con el trono era similar. Se daban casos de hermanos que se mataban entre ellos, de madres que envenenaban a sus hijos, de hijos que mataban a padres y de padres que mataban o encarcelaban a sus hijos. En los cinco reinos de Eireann, bastaba una imperfeccion fisica para prohibir que un candidato ocupara un cargo en la realeza, de manera que tal vez la brutalidad no era tanta en comparacion con los sajones, que eliminaban sin mas al aspirante.

– Debio de ser dificil volver a adaptarse a la vida, Dalbach -comento Eadulf con lastima.

El ciego nego con la cabeza.

– Tengo amigos, y hasta parientes, que me prestan apoyo. Uno de mis primos es un clerigo en Fearna que viene a verme a menudo y me trae comida o regalos, si bien su conversacion es limitada. Mis familiares y amigos me han ayudado a salir adelante. Ahora Faelan esta muerto y ya no corro peligro. Ademas, llevo una vida interesante.

– ?Interesante?

– He renunciado a la espada para componer poesia, y toco el cruit, un arpa pequena. Estoy muy satisfecho con mi vida.

Eadulf miro con recelo el fisico poderoso del hombre.

– No se desarrolla la musculatura tocando el arpa, Dalbach.

Dalbach se dio una palmada en la rodilla y solto una carcajada.

– Sois observador, hermano. Lo cierto es que sigo haciendo ejercicio, pues en mi estado uno necesita tener un cuerpo fuerte.

– Cierto, cierto… ?Ah!

El ciego levanto la cabeza ante la inesperada exclamacion de Eadulf.

– ?Que sucede?

Eadulf sonrio algo compungido.

– Es que acabo de entender para que son las estacas de ogham alrededor de la cabana. Son una guia, ?verdad?

– Sois observador, sin lugar a dudas, hermano Eadulf -confirmo el otro con apreciacion-. Las estacas me sirven para saber, cuando salgo al claro, en que punto cardinal me encuentro y como regresar a la cabana.

– Es muy ingenioso.

– Las circunstancias lo hacen a uno ingenioso.

– ?Y no guardais rencor a Faelan por haberos hecho algo tan horrible?

Dalbach considero la pregunta y, acto seguido, se encogio de hombros.

– Creo que el rencor se ha disipado. ?No dijo Petrarca que no hay nada mortal que sea imperecedero…?

– …y no hay nada dulce que no termine en amargura -termino Eadulf.

Dalbach se rio, encantado.

– Bueno, debo reconocer que, durante unos anos, le guarde rencor. Pero cuando un hombre muere, ?que sentido tiene odiarle? Ahora es el nieto de mi tio Ronan Crach quien gobierna el reino. Asi son las cosas.

– ?Os referis a Fianamail? ?Es vuestro primo?

– Los Ui Cheinnselaig son todos primos.

– ?Y vos sois pariente cercano de Fianamail? -pregunto Eadulf sin poder disimular cierta desconfianza en el tono.

Dalbach percibio al instante el sutil cambio en su voz.

– Hace como si yo no existiera y eso mismo hago yo. No ha hecho nada por indemnizar mis danos. ?Por que recelais tanto de el?

A Eadulf le sorprendio que le preguntara aquello a bote pronto. Hizo memoria de que estaba ante una persona capaz de percibir minimos matices e interpretarlos. Con todo, aquel hombre ciego le inspiraba confianza.

– Porque ha querido ejecutarme -confeso Eadulf, decidiendo que la verdad seria la via mas facil.

No vio ningun cambio en la expresion de Dalbach. Espero, sentado a la mesa, en silencio unos instantes y, a continuacion, solto un leve suspiro.

– He oido hablar de vos. Vos sois el sajon al que iban a colgar por violar y matar a una nina. Vuestro nombre me resultaba familiar, y ahora entiendo por que habeis dudado en decirmelo.

– Yo no lo hice -se apresuro a defenderse Eadulf, pero entonces se dio cuenta de que tendria que haberle sorprendido que Dalbach supiera quien era-. Juro que soy inocente de esa acusacion.

El ciego parecia ser capaz de leerle el pensamiento.

– Puede que viva en un lugar remoto, pero eso no quiere decir que este solo. Ya os he dicho que tengo amigos y parientes que me traen noticias. Si no sois culpable, ?por que os condenaron?

– Quiza por lo mismo que os condenaron a vos a la ceguera. El miedo puede ser un gran movil para cometer un acto injusto. Yo solo puedo decir que no lo hice. Daria lo que fuera para conocer que motivos hay detras de esta falsa acusacion.

Dalbach se echo atras contra el respaldo con aire pensativo.

– Es extrano que en cierto modo una debilidad agudice otros sentidos. Hay algo en vuestro timbre de voz, hermano Eadulf, que trasluce sinceridad. Puede que sea una inmodestia por mi parte, pero aseguraria que no mentis.

– Os lo agradezco, Dalbach.

– Asi que habeis esquivado a vuestros captores. Porque imagino que os estaran buscando. ?Os dirigis hacia la costa para huir a vuestro pais?

Eadulf vacilo en responder, y Dalbach enseguida anadio:

– ?Oh!, podeis confiar en mi, que no revelare vuestras intenciones.

– No es eso -respondio Eadulf-. Habia pensado en poner rumbo a la costa. Pero lo mejor que puedo hacer es quedarme y tratar de descubrir la verdad. Eso pretendo.

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