de una hoguera», penso. El hambre, el frio y el cansancio decidieron por el. Se abrio paso entre los arboles y fue a parar a un claro en el que habia una cabana junto a un riachuelo. Era una estructura maciza de piedra, con un techo bajo cubierto de paja. Se detuvo al darse cuenta de algo raro. El claro era muy plano, como si ademas hubieran eliminado cualquier obstaculo salvo el representado por unos gruesos postes clavados en el suelo en diversas partes alrededor de la cabana, equidistantes entre si. Era como si la disposicion siguiera un orden. Sobre cada uno de ellos se habian tallado muescas.

Eadulf habia pasado suficiente tiempo en los cinco reinos de Eireann para saber que las muescas eran orgham, la antigua escritura, llamada asi por el antiguo dios de la cultura y la educacion, Ogma. Fidelma sabia leerla con facilidad, pero el nunca habia llegado a dominarla, pues representaba palabras arcaicas y cripticas. Se pregunto que simbolizarian aquellas estacas. Al principio creyo que habia ido a parar a la casa de un carpintero, pero nunca habia visto una con aquella extrana estructura de postes a su alrededor.

Avanzo unos pasos sobre una capa de hojas otonales muertas y secas que, al parecer, estaban dispuestas en profusion a cierta distancia de la cabana; curiosamente, entre esta y las hojas quedaba un espacio limpio, sin hojas. Eadulf estaba perplejo, pero dio otro paso adelante, sintiendo el crujido bajo los pies.

– ?Quien va? -pregunto de subito una potente voz masculina, y un hombre aparecio por la puerta de la cabana.

Era de mediana altura y cabello largo y pajizo. La sombra del umbral le tapaba el rostro, aunque Eadulf distinguio la corpulencia propia de un guerrero, impresion que confirmo la postura de su cuerpo, preparado para hacer frente a cualquier amenaza.

– Un hombre con hambre y frio -respondio Eadulf a la ligera y dio otro paso adelante.

– ?No os movais de donde estais! -exclamo el hombre con brusquedad-. Quedaos donde estan las hojas.

Eadulf fruncio el ceno, extranado por la peticion.

– No voy a haceros dano -aseguro, pensando que aquel hombre estaba algo desquiciado.

– Sois extranjero… sajon, por vuestro acento. ?Estais solo?

– Como podeis ver… -respondio Eadulf, cada vez mas desconcertado.

– ?Estais solo? -insistio el otro.

Eadulf perdio la paciencia y pregunto con sarcasmo:

– ?Acaso no confiais en lo que ven vuestros ojos? Claro que estoy solo.

El hombre inclino levemente la cabeza, y su cara salio de la sombra. Era un rostro que habia sido hermoso, pero una quemadura cicatrizada le cruzaba la frente y los ojos.

– Pero… ?si sois ciego! -exclamo Eadulf con sorpresa.

El hombre se echo atras, nervioso.

Eadulf levanto una mano con la palma abierta en son de paz y, acto seguido, percatandose de que era una sena inutil, la dejo caer.

– No tengais miedo. Estoy solo. Soy el hermano…

Vacilo un momento, pues su nombre podria haber cruzado el reino y haber llegado incluso a oidos de un ciego.

– Soy un hermano sajon de la fe.

El hombre inclino la cabeza a un lado.

– No parece que esteis dispuesto a decirme como os llamais. ?A que se debe? -pregunto con hosquedad.

Eadulf miro a su alrededor. Parecia un lugar bastante aislado, y parecia que el ciego tampoco le haria dano.

– Eadulf. Me llamo Eadulf.

– ?Y estais solo?

– Asi es.

– ?Y que haceis solo por estos lares? Es inhospito y recondito. ?Que trae a un clerigo sajon por estas colinas?

– Es una larga historia -respondio Eadulf.

– Tengo tiempo de sobra -replico a su vez el otro con gravedad.

– Pero estoy cansado y, sobre todo, tengo hambre y frio.

El hombre vacilo, como si tomara una decision.

– Yo me llamo Dalbach. Esta es mi cabana. Os invito a pasar y tomar un caldo. Es de carne de tejon y esta recien hecho. Tengo pan y aguamiel para acompanarlo.

– ?Carne de tejon? Suena delicioso, desde luego -observo Eadulf.

Sabia que mucha gente de Eireann lo consideraba un plato exquisito. Si no recordaba mal, en el antiguo cuento, Molling el Veloz prometia, en senal de aprecio al gran guerrero Fionn Mac Cumhail, buscarle un plato de carne de tejon.

– Mientras comemos podeis contarme vuestra historia, hermano Eadulf. Ahora caminad en linea recta, derecho a mi.

Eadulf avanzo hacia el, y Dalbach le tendio la mano para saludarle. Eadulf le dio la suya. El ciego le dio un apreton firme y, sin soltarlo, levanto la otra para tocar ligeramente el rostro de Eadulf a fin de asimilar sus facciones. Eadulf no se asusto: recordaba el caso de Moen, el sordomudo ciego de Araglin, que «veia» con el tacto. Espero con paciencia a que el hombre quedara satisfecho con su reconocimiento.

– Estais avezado a la excesiva curiosidad de los ciegos, hermano sajon -observo el ciego al fin, soltandole la mano.

– Se que solo quereis «ver» mis rasgos -asintio Eadulf.

El hombre sonrio. Era la primera vez que lo hacia.

– Se puede saber mucho del rostro de una persona. Confio en vos, hermano sajon. Teneis rasgos amables.

– Es una forma cortes de describir la falta de belleza -senalo Eadulf con una sonrisa burlona.

– ?Eso os atormenta? ?Que no tengais la suerte de ser bien parecido?

Eadulf advirtio que era un hombre avispado y nada se le escapaba.

– Todos somos un poco vanidosos, hasta los mas feos como yo.

– Vanitas vanitatum, omnis vanitas -cito el ciego con una carcajada.

– Eclesiastes -reconocio Eadulf-. Vanidad de vanidades, todo es vanidad.

– Esta es mi casa. Pasad.

Dicho esto, el hombre dio media vuelta y entro en la cabana. Eadulf quedo impresionado con el orden reinante. Dalbach se movia entre los obstaculos con experta precision. Eadulf penso que los muebles debian de estar colocados de manera que Dalbach pudiera recordar su posicion.

– Dejad el abrigo sobre el respaldo de la silla y sentaos a la mesa -sugirio el anfitrion al tiempo que se dirigia hacia una caldera colgada sobre un fuego radiante. Eadulf se quito el abrigo de oveja. Luego contemplo como Dalbach cogia un cuenco de una balda y vertia el caldo con destreza. Fue directamente a la mesa y lo dejo encima, casi delante de Eadulf.

– Disculpadme si cometo algun error. -Le sonrio-. Acercaos el cuenco y coged una cuchara que deberia haber sobre la mesa. Tambien hay pan.

Desde luego que lo habia, y Eadulf apenas si tuvo tiempo de murmurar un gratias antes de ponerse a comer.

– Veo que no mentiais, sajon -observo Dalbach al volver a la mesa con un cuenco de caldo e inclino la cabeza para escuchar bien.

– ?Que no mentia? -farfullo Eadulf entre cucharada y cucharada.

– Sin duda teniais mucha hambre.

– Gracias por vuestra generosa hospitalidad, amigo Dalbach, el hambre empieza a menguar y vuelvo a entrar en calor. Hoy hace un dia muy frio. El Senor debe de haber guiado mis pasos hasta vuestra cabana. Aunque si que es un lugar remoto para… para…

– ?Para un ciego, hermano Eadulf? No temais usar la palabra.

– ?Que os hizo elegir este apartado lugar para vivir?

Dalbach torcio la boca con un gesto cinico que no le favorecia.

– Mas que elegir el lugar, el lugar me eligio a mi.

– No entiendo que quereis decir. Yo habria dicho que la vida en una aldea o una ciudad seria mas facil por

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