Gabran. Etromma se mostro excesivamente preocupada, aunque hizo lo posible por disimularlo. Y se marcho a toda prisa para indagar. Si hubiera sido la embarcacion de Gabran, quizas habrian salvado a Fial, o habrian investigado el naufragio, en cuyo caso podria haberse descubierto el terrible trafico de ninas.

Dicho esto, callo un momento.

– Eso por una parte. Por otra, claro, mintio al negar haberme visto sacar el baston de oficio y la carta a Teodoro del colchon donde los habiais guardado. Me habia visto sacarlos de alli, de eso estaba segura. Al principio pense que simplemente se sintio intimidada por el obispo Forbassach y la abadesa, pero la verdadera razon era que queria que mis investigaciones acabaran con vuestra ejecucion…

* * *

Varios dias despues, Eadulf y Fidelma se encontraban en el muelle junto al lago Garman. En realidad no era un lago ni una laguna, sino mas bien una gran bahia en el mar, un puerto importante para barcos procedentes de Galia, de Iberia, del pais de los francos y de los sajones, y de muchas otras naciones. El lago Garman era el puerto con mas movimiento de los cinco reinos, pues quedaba en el extremo sudeste de la isla y, por tanto, era un buen lugar donde hacer parada. Esta ubicacion proporcionaba a Laigin una rica actividad comercial, pero tambien suponia una lacra por los frecuentes asaltos de bucaneros.

Fidelma y Eadulf estaban de pie, cara a cara. El viento les alborotaba el pelo y agitaba sus ropas.

– Bueno -suspiro Fidelma-, ya ha acabado todo. El rey supremo ha convocado al joven Fianamail a Tara para amonestarle. Forbassach ha sido destituido de su cargo y ya no puede ejercer la ley. Lo han enviado a una comunidad recondita, y su esposa le ha pedido el divorcio. La abadesa Fainder ha vuelto a marcharse al extranjero, seguramente a Roma, y el abad Noe…, en fin, creo que el tambien pensara en volver a Roma ahora que ya no es consejero espiritual de Fianamail.

– Fainder es una mujer extrana -reflexiono Eadulf-. Por una parte es una fanatica de los Penitenciales y de la doctrina de Roma. Por otra, no tuvo reparo en usar su sexualidad para hacerse con el cargo de abadesa. Lo que no puedo entender es como consiguio dominar a la vez al abad Noe y al obispo Forbassach. Ni siquiera me parece una mujer atractiva.

Fidelma echo la cabeza atras y se rio.

– De gustibus non est disputandum.

Eadulf hizo una mueca ironica.

– Supongo que si, que algunas cosas que me parecen detestables a otros les resultan atractivas -dijo, apretando los labios y con gesto pensativo-. En fin, supongo, como habeis dicho, que ya ha acabado todo. Imagino que Laigin recuperara la doctrina de la ley de Fenechus.

Fidelma sonrio con seguridad y dijo:

– Si, habra de pasar mucho tiempo antes de que vuelvan a intentar aplicar los castigos que dictan los Penitenciales.

Hubo un silencio incomodo entre ellos antes de que Fidelma levantara la vista para mirarle a los ojos.

– ?Estais decidido a emprender este viaje? -le pregunto de repente.

Eadulf parecia triste pero resuelto.

– Si. Tengo deberes que cumplir para con Teodoro, arzobispo de Canterbury, y para con vuestro hermano, con quien me comprometi a entregar estos mensajes.

La determinacion que habia tomado Eadulf de proseguir el viaje al pais de los sajones habia causado no poca inquietud en Fidelma aquellos ultimos dias. Le habia dicho con la mayor claridad de la que habia sido capaz que le complaceria que regresara con ella a Cashel. Jamas habia visto actuar a Eadulf con tanta terquedad. Su orgullo no le habia permitido ser mas directa con el. Estaba segura de que Eadulf sabia que sentia por el, y aun asi… aun asi no queria volver a Cashel con ella. El habia insistido en bajar hasta el puerto de mar para buscar un barco, y ella lo habia acompanado, creyendo que le haria cambiar de parecer y lo convenceria para regresar con ella. El brehon le habia dicho en una ocasion que el orgullo no era mas que una mascara que ocultaba los propios defectos. ?Cual era el suyo? ?Que mas podia decirle? ?Que mas podia hacer? Fidelma titubeo, como si no le costara expresarse con claridad.

– ?Seguro que no puedo convenceros de que volvais conmigo a Cashel? Ya sabeis que en la corte de mi hermano sereis bien acogido.

– Tengo deberes que cumplir -respondio Eadulf con solemnidad.

– Cuando el deber deviene credo, podemos empezar a despedirnos de la felicidad -se arriesgo a decir, recordando las excusas que ella misma habia dado alguna vez para negar los sentimientos que el le inspiraba.

Eadulf la tomo de las manos.

– Cuanto os gusta citar a los sabios, Fidelma. ?No escribio Plauto que, para un hombre honesto, es un honor recordar su deber?

– La ley de Fenechus dice que Dios no exige a un hombre que de mas de lo que le permite su capacidad - contrapuso ella con vehemencia al creer que Eadulf le estaba tomando el pelo con apreciaciones que ella otrora habia pronunciado.

Oyeron un grito en el agua, y vieron que un esquife se apartaba de uno de los barcos de altura anclados en la ensenada. Los remeros impulsaban la embarcacion con rapidez hacia el muelle, donde varias personas cargadas con equipajes esperaban.

– La marea esta cambiando. -Eadulf levanto la cabeza y sintio el cambio del viento en las mejillas-. El capitan del navio no querra demorarse. Debo embarcar. Bueno, parece que siempre nos estamos separando. Todavia recuerdo la ultima vez que nos despedimos en Cashel. Entonces teniais la conviccion de que vuestro deber era hacer un peregrinaje a Iberia, al sepulcro de Santiago de Compostela.

– Pero volvi para ayudaros -recalco Fidelma como un reproche.

– Cierto -reconocio Eadulf con una fugaz sonrisa-. Y gracias a Dios que vinisteis, porque ahora no estaria aqui. Pero entonces me dijisteis que tenia un compromiso con Teodoro de Canterbury. Recuerdo perfectamente vuestras palabras: «Siempre llega el momento de partir de un lugar, aun sin estar uno seguro del rumbo que piensa tomar».

Inclino la cabeza, contrita.

– Recuerdo esas palabras. Quiza me equivocaba.

– ?Y recordais que yo respondia que en Cashel me sentia como en casa y que podia hallar un modo de quedarme pese a las exigencias de Canterbury?

Recordaba sus palabras con claridad, y tambien recordaba que habia dicho por respuesta.

– Heraclito dijo que no es posible entrar dos veces en un mismo rio, pues las aguas fluyen constantemente. Eso respondi. Me acuerdo bien.

– Ahora no puedo regresar a Cashel. Es una cuestion de honor. Tengo compromisos que cumplir en Canterbury.

Eadulf hizo ademan de marcharse, pero volvio a mirarla, tomandole las manos otra vez. Tenia los ojos empanados. Estuvo a punto de decirle que regresaria a Cashel, pero tenia que ser fuerte si queria compartir un futuro con ella.

– No me gusta tener que separarme tan pronto de vos, Fidelma. Una de vuestras antiguas triadas dice: ?de que tres dolencias podeis padecer sin verguenza?

Fidelma se sonrojo un poco y respondio con voz queda:

– De comezon, de sed y de amor.

– ?Por que no venis conmigo? -pregunto Eadulf con brusco entusiasmo-. Venid conmigo a Canterbury. No habria nada vergonzoso en ello.

– ?No creeis que seria una imprudencia por mi parte? -pregunto Fidelma con una sonrisa asomandole en los labios.

Su corazon la empujaba a irse con el, pero la razon la frenaba.

– No estoy seguro de que la prudencia no tenga nada que ver en estos asuntos -dijo Eadulf-. Solo se que de nada servira que los vientos empujen el navio de vuestra vida si no lo poneis rumbo a un puerto.

Fidelma miro a sus espaldas.

En el muelle, Dego, Enda y Aidan aguardaban de pie con paciencia a que Fidelma y Eadulf se despidieran.

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