– ?Ese? Pues cuando sor Canair anuncio su proposito de guiar a un grupo al Santo Sepulcro.

– ?Vaya! Asi que la idea de peregrinar al Sepulcro de Santiago fue de Canair?

– Iba a ser nuestra guia. Cian era de Bangor, aunque venia a Moville con frecuencia. Lo conociamos bien. Hacia de emisario del abad de Bangor para los recados a Moville. Cuando Canair anuncio la peregrinacion, Cian se unio al grupo desde el principio.

De pronto oyeron un grito procedente de la cubierta por encima de ellas y Wenbrit aparecio corriendo.

– ?Que ha ocurrido? -pregunto Fidelma al verlo pasar como una exhalacion.

– La bruma escampa -exclamo el muchacho-, pero creo que hay dificultades.

CAPITULO X

Fidelma encontro a varios pasajeros reunidos en la cubierta, deseosos de averiguar a que venia el alboroto que armaba la tripulacion del Barnacla Cariblanca. Era casi mediodia y el sol habia dispersado buena parte de la niebla, aventandola como volutas de humo de una hoguera.

Al asomarse a cubierta, habia oido otro grito procedente del palo mayor; era un grito de alarma. Se volvio hacia la cubierta de popa, donde vio a Murchad de pie junto a sus timoneles; Fidelma siguio la mirada del capitan, a babor. Entre la niebla que rapidamente se dispersaba distinguio la albura del oleaje que rompia contra unos escollos sobre los que una bandada de cormoranes posaba como centinelas rutilantes. Entonces se apercibio de que en derredor, aqui y alla, sobresalian a flor de agua rocas e islotes como aquellos.

Gurvan, el oficial de cubierta, acudio como alma que lleva el diablo junto al capitan.

– ?Donde estamos? -le pregunto Fidelma a voz en cuello.

– Sylinancim -gruno el breton, que no parecia contento-. La tempestad nos ha empujado demasiado al sureste.

Asi que Murchad estaba en lo cierto cuando le habia dicho que la tormenta los habia desviado fuera de rumbo hacia el este.

Ni Gurvan ni Murchad pusieron objecion alguna a que Fidelma siguiera al breton hasta la cubierta de popa para quedarse junto al capitan que tenia el semblante preocupado.

– No sabia que las islas Sylinancim fueran tan desoladas e inhospitas -observo, maravillada ante los penascos escabrosos que los rodeaban.

– Las islas principales estan habitadas y tienen partes en las que es posible desembarcar -explico Gurvan-. Normalmente evitamos esta zona navegando en direccion oeste. Hemos pasado de largo el estrecho de Broad, que habria sido un paso seguro, y ahora los vientos y la marea estan impeliendo el barco hacia el istmo de Crebawethan.

Estas ultimas frases iban dirigidas a Murchad, que asentia con la cabeza a la evaluacion del oficial de cubierta. Fidelma nada sabia de aquellos lugares, pero capto la desazon en el tono de voz del breton, normalmente flematico.

– ?Es un mal sitio por el que pasar? -pregunto.

– Digamos que no es conveniente estar aqui -respondio Gurvan-. Si logramos sortear el istmo, quiza podamos evadir por el sur los arrecifes de Retarrier… mas rocas. Una vez los hayamos esquivado podremos navegar en linea recta hasta la isla de Uxantis. Nos habremos desviado un dia de nuestro rumbo, claro, siempre y cuando…

De pronto cayo en la cuenta de que estaba hablandole a una pasajera y lanzo una mirada de culpabilidad a su companero. Murchad estaba demasiado preocupado para percatarse.

– ?Siempre y cuando consigamos sortear el istmo de Crebawethan? -termino Fidelma por el.

– Eso mismo, senora.

El capitan miraba la vela hinchada con ojo avizor; hizo senales a uno de los hombres encargados de la espadilla para que cambiara su puesto con el. Algunos marineros se agolpaban en la proa, prontos para avisar a gritos en caso de que el barco se acostara demasiado a los escollos.

– ?Asegurad la bolina! -grito Murchad.

Dos marineros corrieron al costado de barlovento y agarraron un cabo amarrado a la vela cuadra. Tiraron de el, y la vela se movio hacia estribor de manera que el viento daba de lleno contra toda la extension de cuero.

Murchad se volvio hacia Fidelma y le dijo gritando:

– Senora, preferiria que todos los peregrinos esten en cubierta durante este pasaje. ?Os importaria pedir al resto que suba?

Dado que el capitan debia seguir prestando atencion a la espadilla, dejo que Gurvan explicara sus razones a Fidelma.

– Si… -vacilo Gurvan y luego se encogio de hombros-. Si abordaramos contra los escollos, bueno… mas vale que los peregrinos esten en cubierta, porque tendrian mas posibilidades.

– ?Tan peligroso es? -pregunto ella, pero vio la respuesta afirmativa en los ojos del timonel.

Sin decir nada mas, Fidelma se apresuro a traves de la cubierta para bajar por la escalera de camara. Alli encontro a Wenbrit.

– El capitan quiere a todos en cubierta -le explico al joven.

Wenbrit dio media vuelta y desaparecio. En cuestion de segundos lo oyo apremiando a los peregrinos que habia en los camarotes a subir arriba con el resto. La mayor parte salio a reganadientes. Wenbrit tomo el mando y les indico donde debian colocarse. Casi nadie estaba al corriente del peligro que corrian, e incluso cuando Fidelma secundo los ruegos del joven grumete, se movieron con lentitud exasperante y sin dejar de quejarse. Pero cuando algunos vislumbraron la proximidad de rocas y escollos, se impuso el silencio al comprender al fin el peligro en que se hallaban.

Los peregrinos se apinaron en la cubierta principal, apoyados contra la baranda para contemplar las rocas negras, banadas por la espuma amarillenta, que pasaban raudas y peligrosamente a ambos costados del navio.

Soplaba un viento fresco, pero sobre el oleaje empezaban a formarse blancas cabrillas que no auguraban nada bueno. A diestro y siniestro se oia el murmullo de las aguas rapidas, y Fidelma se dio cuenta de que ello suponia una amenaza mayor para el barco que la de los afloramientos de granito negro, de mayor altura. Significaba que habia rocas bajo la superficie que podian romper la quilla en un decir amen.

Fidelma se estremecio. El sol habia adquirido un cariz debil y frio. Nubes blancas se extendian como luengos vellones por la boveda celeste. Una extrana reverberacion cubria las aguas con tal intensidad, que Fidelma se froto los ojos. La sal de las gotas suspendidas los irritaba. El viento decaia. La vela perdio fuerza; flameaba con desanimo, casi con languidez.

Murchad miro hacia arriba y movio los labios, acaso soltando una maldicion. Fidelma se lo podia perdonar. Entonces Gurvan corrio hacia la proa y grito una orden. En la proa quedaron dos hombres, pero los demas corrieron a colocarse de pie en medio del barco, a la espera de instrucciones.

Las rocas seguian pasando a los lados de la nave, que se desplazaba todavia por el impulso que le daban la marea y la velocidad.

Fidelma miro alrededor y la embargo una tremenda sensacion de aislamiento. Alli, en medio del mar y el golpeteo del oleaje contra las rocas, se sentia terriblemente vulnerable y sola. Estaba aterida por el frio, y abrumada por los presentimientos.

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