– Con eso he querido decir que era lo bastante testaruda como para subir a cubierta pese a los consejos que le habian dado. Cuando se le metia algo en la cabeza, lo hacia.

Fidelma parpadeo con interes y se apresuro a preguntarle:

– ?Alguien le aconsejo que no subiera a cubierta durante la tempestad?

Cian movio la cabeza.

– Solo lo he puesto como ejemplo. Me referia a su modo de ser. Bueno, ya te he dicho cuanto sabia de este asunto.

Dicho esto, dio media vuelta y empezo a marcharse por la cubierta, pero Fidelma lo llamo de pronto.

– Una cosa mas…

Cian se volvio con expectacion.

– Quisiera saber algo mas sobre las circunstancias en las que el grupo se separo de sor Canair. No acabo de entender como pudo retrasarse para embarcar ni por que no subio a bordo con el resto de vosotros.

Cian la miro con incertidumbre un momento.

– ?Por que te interesa tanto sor Canair, si estas investigando las circunstancias en que sor Muirgel cayo al agua? -objeto.

– Sera mi curiosidad natural, Cian. Recordaras, supongo, que cuando era joven carecia de curiosidad hasta que aprendi que debia interesarme mas por las razones y los motivos de la conducta de los otros.

Un gesto agresivo ensombrecio el semblante de Cian, pero desaparecio en el acto.

– Segun recuerdo, nos separamos de sor Canair antes de llegar a Ardmore - dijo.

– ?Por que?

– Nuestra intencion era pasar la noche en la abadia de St. Declan, pero sor Canair se separo del grupo cuando estabamos a dos kilometros de la abadia.

– ?Por que lo hizo?

– Nos dijo que queria ir a ver a un amigo o un pariente que vivia en la region. Prometio que se reuniria con nosotros en la abadia donde pasariamos la noche. Sin embargo no lo hizo, y al ver que no se presentaba en el muelle a la hora acordada, sor Muirgel asumio el mando. Asi consiguio por fin lo que queria: el control del grupo.

– Pero el control no le duro mucho -observo Fidelma secamente-. De hecho, dos de los guias no han podido disfrutar mucho tiempo de su cargo. ?Estas seguro de que quieres ocuparlo ahora? -le pregunto con una sonrisa sarcastica en los labios.

Las facciones de Cian se tensaron.

– No se que insinuas.

Fidelma ensancho la sonrisa.

– Nada, es solo una sugerencia. Gracias por tu tiempo y por responder a mis preguntas.

Cian dio media vuelta para irse y vacilo un momento. Levanto el brazo sano con un curioso movimiento de impotencia.

– Fidelma, no deberiamos estar enemistados. Tanto rencor…

Ella lo miro con desden.

– Ya te lo he dicho antes, Cian: no hay enemistad entre nosotros. Para haberla tendria que mediar algun sentimiento entre los dos. Y ya no queda nada. Ni siquiera rencor.

Pese a pronunciar esas palabras en voz alta, Fidelma sabia muy bien que mentia. El desprecio que sentia por el era en si un sentimiento; y no le gustaba ni gota. Si de verdad se hubiera recuperado del dano que le habia causado entonces, no habria sentido nada en absoluto. Y esta realidad la inquietaba mas de lo que estaba dispuesta a reconocer.

CAPITULO XI

Fidelma decidio que el siguiente en ser interrogado seria el oficial de cubierta breton, Gurvan, que habia realizado una busqueda exhaustiva por el barco. Pregunto a Murchad donde podia encontrarlo, a lo que este le respondio que estaba abajo, «calafateando». Fidelma no supo a que se referia, pero Murchad hizo una sena a Wenbrit y le mando conducirla a donde Gurvan se hallaba trabajando.

Gurvan estaba en una parte delantera del barco, donde al parecer se guardaban pertrechos. Estaba algo mas alla del lugar donde colgaban los coyes de la tripulacion del Barnacla Cariblanca; los coyes eran las camas colgantes de malla de tela suspendidas a ambos extremos de cabos que iban atados a las vigas del barco de manera que se balanceaban con el vaiven del navio. Algunos marineros dormian, exhaustos tras pasar la noche en vela debido a la tormenta. Con un farol en la mano, Wenbrit paso entre los coyes con cuidado de no tocarlos y llego a un camarote lleno de cajas y toneles.

Gurvan habia movido las cajas necesarias para tener acceso al costado de la embarcacion. Habia equilibrado un farolillo sobre unas cajas y estaba encorvado; sostenia un cubo y metia barro -o eso le parecio a Fidelma- entre las juntas de la madera. Wenbrit los dejo despues de asegurarse de que Fidelma sabria volver sola a la cubierta principal.

Gurvan no interrumpio su labor y Fidelma se agacho junto a el. Advirtio que de entre las junturas del barco brotaban regueros de agua aqui y alla y, de pronto, comprendio que al otro lado de los tablones estaba el mar.

– ?Hay peligro de que el agua inunde el barco? -susurro.

Gurvan se rio con picardia.

– No, senora, por Dios. Hasta los mejores barcos tienen filtraciones, sobre todo despues del pasaje endemoniado que acabamos de superar. Primero la tormenta y luego el paso por el istmo. Lo raro es que no se haya roto algun tablon. Pero el nuestro es un buen barco, solido y resistente. Los tablones estan unidos a tope: contienen la presion de cualquier mar.

– ?Y entonces que estais haciendo?

Fidelma no estaba convencida del todo y no queria reconocer que no tenia idea de que queria decir «unidos a tope».

– A esto se le llama calafatear, senora -dijo y senalo el cubo-. Eso de ahi son hojas de avellano. Las meto entre las juntas de los tablones y sirven para taponar hermeticamente los resquicios.

– Parece tan… endeble frente a la turbulencia del agua.

– Es un metodo de calidad probada -le aseguro Gurvan-. Los grandes navios de nuestros antepasados veneti combatieron contra Julio Cesar con barcos calafateados de un modo similar. Pero no habreis venido a preguntarme sobre esto, ?no?

Fidelma le dio la razon con renuencia.

– No. Solo queria preguntaros acerca de la busqueda de sor Muirgel.

– ?La religiosa que cayo al mar? -pregunto.

Se detuvo un momento a examinar su trabajo y luego dijo:

– El capitan me pidio que llevara a cabo una busca. En un barco de veinticuatro metros de eslora no hay muchos rincones donde esconderse, ya sea accidental o intencionadamente. Enseguida nos percatamos de que esa mujer no iba a bordo.

– ?Buscasteis en todas partes?

Gurvan sonrio sin perder la paciencia.

– En cualquier parte donde alguien podria esconderse si quisiera. Bueno, salvo en el pantoque, porque pense que una mujer nunca se esconderia alli… Es la parte mas honda del casco, donde

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