Que sus ojos se oscurezcan y no vean,

Y que su lomo vacile siempre

Derrama sobre ella tu ira;

Que el furor de tu colera la alcance;

… y acrecento el dolor del que t u llagaste.

Anade esta iniquidad a sus iniquidades,

Y que no tenga parte en tu justicia.

Que sea borrada del libro de la vida

?Y no sea inscrita con los justos!

Fidelma parpadeo ante la vehemencia de la joven y luego trato de sacar algo en claro.

– Pero si es una version modificada del Salmo 69 -observo.

– ?Pero surtio efecto! ?Surtio efecto! ?Mi maldicion surtio efecto! -exclamo con una nota de histeria-. Debio de subir a cubierta al poco rato, y la mano vengadora de Dios se la llevo.

– No lo creo -respondio Fidelma con sequedad-. Si intervino alguna mano, fue humana.

Sor Gorman se la quedo mirando y luego tuvo un cambio brusco de animo. En sus ojos habia recelo.

– ?Que quereis decir? Todo el mundo ha dicho que una ola la arrastro al mar, ?no?

Fidelma advirtio que habia hablado mas de la cuenta.

– Simplemente quiero decir que no ocurrio a causa de tu maldicion ni tu invocacion.

Sor Gorman se paro a pensar un momento.

– Pero una maldicion es algo terrible, y yo debo expiar mi pecado. Sin embargo, no puedo hacerlo perdonando a sor Muirgel, ni sintiendome culpable.

– Decidme una cosa solamente, sor Gorman -pidio Fidelma, que empezaba a aborrecer el egocentrismo de la muchacha, asi como su empeno en autoinculparse por la muerte de sor Muirgel-. Habeis dicho que salisteis de vuestro camarote sobre la medianoche.

La joven asintio con la cabeza.

– Lo compartis con sor Ainder, ?cierto?

– Asi es.

– ?Os vio salir del camarote?

– Concilio el sueno en el acto. Suele dormir como un leno. No creo que me viera salir.

– ?La tormenta ya se habia desatado?

– Si.

– Vuestro camarote esta junto a las escaleras, o como se llamen. Si lo he entendido bien, descendisteis por ellas hasta su camarote, ?y no os cruzasteis ni visteis a nadie?

Sor Gorman movio la cabeza y confirmo lo dicho:

– No habia nadie por alli a esa hora, y la tormenta era muy fuerte.

– Entonces, repito, si lo he entendido bien, os quedasteis frente a la puerta: no llegasteis a entrar en el camarote, sino que permanecisteis fuera maldiciendola. ?Y nadie os oyo?

– En ese momento la tormenta arreciaba. Dudo que nadie hubiera podido oirme aun estando a mi lado.

Fidelma la miraba sin convencerse de aquellas palabras. Parecia una version muy extrana pero, por otra parte, la verdad solia ser lo increible, y la mentira lo plausible.

– ?Cuanto tiempo estuvisteis frente a la puerta del camarote echando esa maldicion? -quiso saber.

– No estoy segura. Unos momentos. Un cuarto de hora quiza. No lo se.

– ?Que hicisteis tras echar la maldicion?

– Regrese a mi camarote. Sor Ainder aun dormia y la tormenta seguia rugiendo. Me tumbe en la cama, pero no me dormi hasta que la tormenta no amaino.

– ?Oisteis algo en el pasillo?

– Me parecio oir un portazo en el camarote de enfrente. Empezaba a adormecerme y el golpe me desperto.

– ?Como ibais a oirlo con el estruendo de la tormenta? Acabais de decir que nadie os habria oido a vos. ?Como ibais a oir entonces una puerta cerrandose?

Sor Gorman apreto las mandibulas con pugnacidad.

– La oi porque fue despues de que la tormenta empezara a amainar.

– De acuerdo. Solo quiero asegurarme de que he entendido bien los hechos. Y la puerta del camarote a la que os referis, la que oisteis cerrar de un golpe, ?decis que era la del camarote frente al vuestro?

– Es el que comparten Cian y Bairne.

– Vaya. Y luego os volvisteis a dormir.

Sor Gorman parecia muy inquieta.

– Mi maldicion la mato. Supongo que merezco un castigo.

Fidelma se puso en pie y se quedo mirando con lastima a la joven. Sor Gorman era decididamente inestable y, desde luego, precisaba la ayuda de su alma amiga, el companero que todos tenian, encargado de escuchar los problemas y hablar de ellos. Todas las personas de las iglesias de los Cinco Reinos escogian para ello a un anamchara, o alma amiga.

– Quiza no conozcais el antiguo proverbio que dice: «Jamas un millar de maldiciones rasgaron una camisa» -dijo Fidelma para tranquilizar a la chica.

Esta alzo la cabeza para decirle:

– He maldecido a sor Muirgel y he causado su muerte. Ahora yo debo ser condenada.

Empezo a mecer el cuerpo adelante y atras, rodeandose los hombros con los brazos y cantando con voz suave:

Perezca el dia en que naci

Y la noche en que se dijo: «?Ha sido concebida una nina!».

Conviertase ese dia en tiniebla, no se c uide Dios desde lo alto,

No resplandezca sobre el un rayo de luz,

Apoderese de ella oscuridad y sombras d e muerte;

Encobe sobre el negra nube, llenelo d e terrores la negrura del dia.

Hagan presa de aquella noche l as tinieblas,

No se junte a los dias del ano,

Ni entre en el computo de los meses.

Sea noche de tristeza,

No haya en ella regocijos.

Maldiganla…

Fidelma dejo a aquel ser desequilibrado salmodiando solo y salio de alli algo ahuyentada. ?A cual de todas las religiosas dificiles debia acudir para pedir que se ocuparan de ella? La joven

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