ricamente vestido, sus azules ojos prenados de ira pese a que sonreia.

Yo me tapaba la cara con las manos. No queria ver mas. Le oia susurrar:

– ?Te estoy observando, nino angel! Esperando a ver que tramas. Muy bien: camina como un nino, come como un nino, juega como un nino, trabaja como un nino. Pero yo te vigilo. Y puede que no conozca el futuro, de acuerdo, pero si se una cosa: tu madre es una prostituta, tu padre un embustero, y el suelo de tu casa esta sucio. La tuya es una causa perdida, perdida cada dia y cada hora, incluso tu lo sabes. ?Crees que tus pequenos milagros ayudaran a esos pobres? Escucha bien: lo que manda es el caos. Y yo soy su principe.

Entonces le miraba. De haber querido, habria podido responderle. Las palabras saldrian sin dificultad y me dirian cosas de las que yo aun no era consciente: sacarian ese conocimiento de mi mente, tan seguro como que el sonido saldria de mi boca. Todo estaria alli a mi alcance, todas las respuestas, todo el devenir del tiempo. Pero no, no iba a ser asi, ni de esa manera ni de otra. Me quedaba callado. Su desdicha me hacia dano. Su cara sombria me hacia dano. Su furia me hacia dano.

Desperte en una habitacion a oscuras, empapado en sudor y con la boca reseca. Solo habia una lampara encendida y se oian gemidos. La cabeza me dolia insoportablemente. Mi madre estaba cerca, pero con alguien mas.

Cleofas rezaba en voz baja. Oi una voz desconocida, una voz de mujer.

– Si esto sigue asi, es mejor que ella no vuelva…

Cerre los ojos. Sone. Vi campos de trigo en Nazaret. Vi los almendros floridos de cuando llegamos a esta tierra. Vi los pueblecitos de casas blancas encaramados a las colinas. Hojas abarquilladas que las rafagas de viento sacudian. Sone con agua. Aquel hombre queria aparecer de nuevo, pero yo no iba a permitirselo. No, no queria volver a los palacios y los barcos.

– Alto -dije-. No lo hagas.

– Estas sonando -dijo mi madre-. Yo te abrazo, estas a salvo. «A salvo.»

Tarde dias y noches en volver en mi. De eso me entere despues, pero de momento pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo. Al final me despertaron unos gemidos y lloros, y entonces supe que alguien habia muerto.

Abri los ojos y vi a mi madre alimentando al pequeno Simeon, recostado y arrebujado en unas mantas. La pequena Salome dormia mas alla y tenia la cara humeda, pero ya no estaba muy enferma.

Mi madre me miro y sonrio. Su rostro, sin embargo, estaba palido y triste.

Supe que habia estado llorando, y tambien que uno de los que gemian y lloraban al fondo era Cleofas. Oi el mismo llanto desigual de hombre maduro que habia percibido en el sueno.

– ?Que ha pasado? -susurre. El miedo volvio a atenazarme la garganta.

– Los ninos estan mejor -dijo ella-. ?No te acuerdas? Anoche te lo explique.

– No; quiero saber quien…

Ella no respondio.

– ?Es mi tia Maria? -pregunte, volviendo la cabeza. Recorde que estaba acostada a mi lado. Ya no.

Mi madre cerro los ojos y dejo escapar un sollozo. Me volvi y le toque una rodilla, pero no creo que lo notara. Adverti que se mecia.

Cuando desperte de nuevo, me parecio que estaban celebrando el funeral No podia ser otra cosa. El lamento de una flauta cortaba el aire como un cuchillo de madera.

Jose me hizo tomar un poco de sopa. La pequena Salome, de pie a mi lado, dijo con los ojos muy abiertos:

– ?Sabias que mi mama ha muerto?

– Lo siento mucho -dije.

– Y el bebe tambien ha muerto porque el bebe estaba dentro de ella.

– Lo lamento de verdad -dije.

– Ya la han enterrado. La metieron en la cueva.

No dije nada.

Entraron mis tias Salome y Esther, e hicieron que la pequena Salome tomara sopa y se acostara. La nina no paraba de preguntar sobre su madre.

– ?Estaba tapada? ?Tenia la cara blanca?

Le dijeron que no preguntara mas.

– ?Lloraba cuando murio?

Me quede dormido.

Al despertar, en la habitacion habia aun muchos ninos durmiendo, y tambien estaban mis primos mayores, enfermos todos.

No me levante hasta la manana siguiente.

Al principio pense que no habia nadie despierto en la casa. Sali al patio.

Corria un aire calido y las hojas de la higuera habian crecido. Las enredaderas tenian flores blancas y el cielo azul estaba salpicado de nubes blancas que no traian lluvia.

Estaba tan hambriento que me habria comido cualquier cosa. Nunca habia sentido tanta hambre en mi vida.

Oi voces procedentes de una de las habitaciones que utilizaban Cleofas y los suyos al otro lado del patio. Entre y vi a mi madre y a mi tio sentados en el suelo, hablando y comiendo pan y salsa. La ventana tenia solamente un velo fino. La luz les daba en los hombros. Me sente al lado de mi madre.

– …yo me ocupare de ellos, los acogere y los confortare, porque ahora soy su madre y ellos son mis hijos -le estaba diciendo a Cleofas-. ?Entiendes?

Ahora son hijos mios. Son hermanos de Jesus y Santiago. Yo puedo cuidar de ellos, creeme que puedo hacerlo. Todos me tratan como si fuera una nina, pero no lo soy. Cuidare de ellos. Formaremos una sola familia.

Cleofas asintio con la mirada perdida.

Me paso pan, susurro la bendicion y yo la repeti. Empece a zamparme el pan.

– No, no tan deprisa -dijo mi madre-. No comas asi. Ve despacio, y bebe esto. -Me dio un jarro de agua. Yo queria pan. Me paso la mano por el pelo y beso la mejilla-. ?Has oido lo que le he dicho a tu tio?

– Que los ninos son mis hermanos -dije-·, como siempre lo han sido. -Comi mas pan mojado en salsa.

– Ya es suficiente -dijo ella. Cogio todo el pan y la salsa, se levanto y salio.

Quedamos a solas mi tio y yo. Me acerque a el. Tenia el rostro sereno, como si hubiera agotado todas las lagrimas y se hubiera vaciado.

Me miro con aire grave.

– Creo que el Senor tenia que llevarse a uno de nosotros -dijo-, y que como yo me salve, se la llevo a ella en mi lugar.

Aquello me sorprendio. Recorde la oracion que yo habia pronunciado en el Jordan pidiendo que el viviera. Recorde la fuerza saliendo de mi cuando lo toque con la mano mientras el cantaba en el rio, sin darse cuenta de nada.

Intente decir algo pero no encontre las palabras. Solo me quedaba llorar.

El me rodeo con los brazos y ambos nos mecimos.

– ?Ah, mi pequeno! -susurro. Y luego rezo-: Oh Senor de la Creacion, tu me has devuelto la vida. Habra sido por mi bien que he conocido toda esta amargura… Los que vivimos te damos las gracias, como yo ahora. El padre hablara a los hijos de tu lealtad.

Durante varias semanas no salimos del patio.

Los ojos me dolian con la luz. Cleofas y yo pintamos algunas habitaciones con jalbegue, pero los que tenian que trabajar en Seforis se marcharon.

Por fin todo el mundo se recupero de la enfermedad, incluso Esther, por quien habiamos temido lo peor dado que era tan pequena. Ahora volvia a berrear a pleno pulmon.

El rabino Sherebiah, el de la pata de palo, vino a nuestra casa con el agua de la purificacion a fin de que pudieramos ser rociados durante varios dias.

Esta agua se preparaba con las cenizas de la vaquilla que habia sido sacrificada e incinerada en el templo a tal fin, y con el agua viva del manantial que habia al salir del pueblo, pasada la sinagoga.

Con el agua de la purificacion nos rociaron a nosotros y luego la casa entera, asi como a los cacharros de cocina y los recipientes que contenian alimentos, agua o vino. Tambien el mikvah, donde nos banabamos despues

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