bebe de alguna mujer que venia a visitar a la vieja Sara. La pequena Salome ya no era pequena, no era la nina con quien yo compartia juegos y risas en Alejandria, ni la que lloro en el viaje desde Jerusalen. De vez en cuando iba con nosotros a la escuela -las pocas chicas que asistian se sentaban aparte de los chicos-, pero se mostraba impaciente por volver a casa a trabajar. Cleofas insistio en que tenia que aprender a leer y escribir el hebreo, pero a Salome le daba igual.
Yo la echaba de menos.
Lo que mas les gustaba hacer a nuestras mujeres era tejer, y cuando sacaban sus telares al patio en los meses calidos, eso era motivo de conversacion en todo Nazaret. Por lo visto, las mujeres de la region utilizaban un telar con una vara y una pieza transversal sobre la que tenian que estar de pie. Pero nosotros habiamos traido de Alejandria telares mas grandes con dos piezas deslizantes sobre las cuales las mujeres podian estar sentadas, y todas las mujeres del pueblo venian a ver el invento.
Asi pues, como hacia mi madre, una mujer podia estar sentada ante el telar, y, como hacia mi madre, podia ir mucho mas rapido y hacer tejidos para vender en el mercado, como hacia mi madre… cuando tenia tiempo, es decir, cuando Salome le echaba una mano con los pequenos Simeon y Judas.
Pero mi madre adoraba tejer. Sus dias en Jerusalen, tejiendo los velos del templo con las ochenta y cuatro muchachas elegidas, le habian dado mucha velocidad y destreza, y sus telas eran de la mejor calidad. Tambien sabia tenir, e incluso trabajar con purpura.
A nosotros nos habian explicado que elegian a muchachas para confeccionar los velos porque todas las cosas destinadas al Templo tenian que ser hechas en estado de pureza. Y que solo muchachas menores de doce anos eran puras con seguridad, y que habia una tradicion de chicas elegidas y la familia de mi madre formaba parte de esa tradicion. Pero ella no hablaba mucho de sus dias en Jerusalen. Solo para comentar sobre lo grande y lo complicado que era el velo, y que cada ano tenian que tejer dos. Este velo era el que cubria la entrada al sanctasanctorum, el lugar donde el Senor estaba presente. Ninguna mujer entraba nunca alli: solo el sumo sacerdote. Mi madre habia sido feliz tejiendo una parte del velo y sabiendo que sus manos colaboraban en aquella obra.
Varias mujeres del pueblo venian a hablar con mi madre y verla trabajar en su telar. Y su numero aumento cuando empezo a tejer en el patio, al aire libre.
Tenia mas amigas. Los parientes que no habian venido todavia a vernos, lo hacian ahora con frecuencia.
Pasado aquel verano seguian yendo a verla, y las chicas jovenes que no estaban cuidando ninos pequenos acudian para acunar a los bebes sobre sus rodillas. Esto era bueno para mi madre, porque ella era muy aprensiva. En un pueblo como Nazaret, las mujeres estan al corriente de todo. Como, no lo se, pero asi ocurre y asi ocurria entonces. Y mi madre sin duda sabia del interrogatorio al que fue sometido Jose cuando me llevaron a la sinagoga. Y tenia aprension por ello.
Yo lo sabia porque me conocia hasta el mas pequeno gesto de su cara, sus movimientos de ojos y labios, y me daba cuenta. Veia su temor ante las otras mujeres. Los hombres no la preocupaban, porque ningun hombre iba a mirarla o dirigirse a ella, ni importunarla de manera alguna. Un hombre no hablaba con una mujer casada salvo que fuese un pariente muy proximo, e incluso en tal caso nunca a solas, salvo que fuese su hermano. De modo que mi madre no temia a los hombres, pero ?a las mujeres? Si, las habia temido hasta los dias del telar, cuando acudian para aprender de ella.
Todos estos pensamientos acerca del temor de mi madre no los hice yo conscientes hasta que la cosa cambio; ella siempre habia sido de talante apocado. Por eso me alegre mucho del cambio que experimento.
Y se me ocurrio algo mas, un pensamiento secreto, uno mas de los que no podia revelar a nadie: mi madre era inocente. Tenia que serlo. De lo contrario, habria tenido miedo de los hombres, ?no? Pero a los hombres no los temia.
Como tampoco temia ir por agua al arroyo, ni ir de vez en cuando a Seforis para vender la ropa que tejia. Sus ojos eran mas inocentes aun que los de la pequena Salome. Si, no me equivocaba.
La vieja Sara ya no estaba en condiciones de hacer trabajo de filigrana -ni de ninguna clase- con una aguja o en el telar, pero ensenaba a las muchachas a hacer bordados y a menudo las veia alli juntas, charlando y riendo y contando historias, con mi madre muy cerca.
Martillear y pulir y ensamblar y coser y tejer: el patio era un hervidero de actividad. Y luego los gritos y lloros y risas de los ninos, bebes gateando por el suelo, el establo donde los hombres atendian a los burros que transportaban nuestras cosas hasta Seforis, los chicos mayores entrando y saliendo con haces de heno, uno o dos de nosotros frotando incrustaciones de oro en un nuevo divan de banquete (un hombre nos habia encargado ocho), la lumbre de cocinar sobre el brasero y despues las esteras extendidas en el suelo de piedra cuando comiamos, todos alli reunidos rezando y procurando que los mas pequenos callaran un momento para poder dar gracias al Senor; todo esto, sumado, da una imagen de lo que fue ese primer ano en Nazaret, un ano que quedo grabado en mi memoria durante los muchos que todavia iba a vivir alli.
«A buen resguardo», habia dicho Jose. Yo estaba «a buen resguardo». Pero de que, no quiso decirlo, y yo no podia preguntar. Pero estaba felizmente escondido. Y cuando pensaba en eso y en las extranas palabras de Cleofas -que algun dia yo habria de dar las respuestas-, me sentia como si fuera otro; me palpaba el cuerpo y despues dejaba de pensar en ello.
Mi aprendizaje iba muy bien.
Aprendia nuevas palabras, palabras que habia oido y dicho pero cuyo significado solo conocia ahora, la mayor parte proveniente de los Salmos. «Que los campos sean gozosos, si, gozosos, y que los arboles del monte se regocijen. Escribid una cancion gozosa al Senor; cantad alabanzas.»
La oscuridad habia desaparecido; los incendios tambien. Y aunque la gente hablaba de los chicos que se habian sumado a la rebelion, y aunque de vez en cuando una mujer se desganitaba de pena al tener noticias de un hijo perdido, nuestra vida estaba llena de cosas agradables.
A la ultima luz de la tarde, subia y bajaba cuestas entre los arboles hasta que perdia de vista Nazaret. Encontre flores tan dulces que me lleve algunas a casa para plantarlas alli. Y en casa, el olor dulzon de las virutas y el del aceite con que untabamos la madera; el omnipresente olor del pan horneandose y el aroma de la salsa que nos recibia a nuestro regreso.
Bebiamos buen vino del mercado de Seforis. Comiamos deliciosos melones y pepinos de nuestro propio huerto.
En la sinagoga aprendiamos las Escrituras batiendo palmas, bailando y cantando. La escuela era un poco mas dificil, pues los maestros nos hacian redactar cartas en nuestras tablillas, y repetir lo que no haciamos bien. Pero incluso esto era agradable, y el tiempo pasaba volando.
Los hombres empezaron a recolectar la aceituna, batian las ramas de los olivares con sus largas varas y recogian los frutos. La prensa estaba siempre en funcionamiento, y a mi me gustaba pasar por alli para ver como los hombres extraian aquel aceite que olia tan bien.
Las mujeres de la casa aplastaban aceitunas en una prensa pequena para conseguir el mejor aceite de cocina.
Las uvas de nuestro huerto estaban maduras, y tambien los higos, de los que teniamos todos los que queriamos y mas, para secar, hacer tartas, o comer tal cual. Eran tantos los ultimos higos del patio y el huerto, que el sobrante lo vendimos en el mercado al pie de la colina.
La uva que no consumiamos la poniamos a secar; no se hacia vino con ella pues en la zona no habia vinedos, todo era trigo y cebada y pasto para las ovejas, y los bosques que tanto me gustaban.
El aire empezo a refrescar y llegaron las primeras lluvias, muy abundantes.
Tronaba con fuerza sobre los tejados, y todo el mundo ofrecia plegarias en accion de gracias. Las cisternas de la casa se llenaron, y se cambio el agua del mikvah.
El rabino Jacimus, el mas estricto de los fariseos, nos dijo en la sinagoga que el agua que ahora iba a parar al mikvah estaba viva, y que eso era lo que demandaba el Senor, que nos purificasemos con agua viva. Debiamos rogar que las lluvias fueran suficientes, no solo para los campos y arroyos sino para que las cisternas estuvieran llenas y nuestro mikvah tambien.
El rabino Sherebiah no estuvo del todo de acuerdo con Jacimus y empezaron a citar a los sabios sobre este particular y a discutir, y finalmente el anciano rabino nos pidio que ofrecieramos oraciones de accion de gracias por que las ventanas del cielo se hubieran abierto, lo que permitiria empezar a plantar muy pronto los campos.
Durante la cena, mientras la lluvia repiqueteaba en los tejados, hablamos del rabino Jacimus y de aquel
