como si, en un arbol cercano, dos urracas parlotearan absurdamente y me llamaran «papa» y «marido», se abalanzaran sobre mi, agitaran las alas y me picotearan sin piedad. Gruni y agite los brazos para repeler el ataque. Tras un breve combate, se batieron en retirada hacia las nubes de escarcha, dejandome sonar en paz.

Las nubes de escarcha se abrieron de repente. Un chaparron de agua helada me cayo en pleno rostro.

Me sente de un brinco farfullando y maldiciendo. Con aire de satisfaccion, Bethesda coloco un cuenco vacio junto a un vacilante candil que habia en una mesita pegada a la pared. Eco estaba a los pies de la cama recogiendo la manta que acababa de quitarme. Me abrace tiritando de frio.

?Robamantas! -masculle ferozmente. En aquel momento me parecia el mayor crimen imaginable-. ?Impedir el descanso de un anciano!

Eco se mantuvo impasible. Bethesda se cruzo de brazos y enarco una ceja. A la debil luz de la llama, ambos seguian pareciendome dos urracas.

Cerre los ojos.

– Tened piedad de mi -suspire, creyendo que invocando misericordia podria conseguir un maravilloso momento de sueno.

Pero antes de que mi cabeza rozara la almohada, Eco me cogio del hombro y volvio a ponerme derecho.

– No, papa, esto es serio.

– Que es lo que es serio? -Hice un torpe intento de apartarlo de un empujon-. ?Esta ardiendo la casa? -Ya estaba irremediablemente despierto y con un humor de perros… hasta que me di cuenta de que faltaba alguien en el grupo de conspiradores. Mire por la habitacion maldiciendo y me estremeci de terror-. ?Diana! ?Donde esta Diana?

– Aqui, papa. -Entro en el dormitorio y se metio en el circulo de luz. La larga cabellera, que se soltaba por las noches, le caia por los hombros, resplandeciente como las oscuras aguas a la luz de las estrellas. Los almendrados ojos, ojos egipcios heredados de su madre, estaban ligeramente hinchados por el sueno-. ?Que pasa? -dijo bostezando-. Eco, ?que haces aqui? ?Por que estais todos levantados? ?Y que es todo ese alboroto en la calle?

– ?Alboroto? -pregunte.

Diana irguio la cabeza como un gallo de pelea.

– Claro, supongo que no podras oirlo desde la parte de atras de la casa, pero desde mi habitacion si que se oye. Tanto que me han despertado.

– ?Quienes?

– Los alborotadores. Corren con antorchas gritando no se que.

Arrugo la naricilla, algo que suele hacer cuando esta confusa. Al ver mi cara de haba, se volvio a su madre, que se le acerco con brazos tiernos. A sus diecisiete anos, Diana sigue siendo bastante nina para apreciar el calor maternal. Mientras tanto, Eco se mantenia apartado con la sombria expresion del mensajero que porta malas noticias.

Por fin me di cuenta de que debia de haber ocurrido algo realmente terrible.

Poco despues estaba vestido y caminaba con viveza por las oscuras calles junto a Eco y sus cuatro guardaespaldas.

Volvi la cabeza alarmado cuando un grupo de hombres de aspecto sombrio llego corriendo por detras y nos adelanto. Las antorchas que portaban cortaban el aire como un cuchillo afilado. Nuestras sombras danzaban alocadamente, agrandandose cuando las antorchas se acercaban y perdiendose como espectros en la oscuridad a medida que sus portadores nos dejaban rezagados.

Tropece con un adoquin mal colocado.

?Por las pelotas de Numa! Deberiamos haber traido antorchas.

– Prefiero que mis guardaespaldas vayan con las manos libres -dijo Eco.

– Bueno, si, guardaespaldas no nos faltan -dije mientras echaba un vistazo a los cuatro esclavos formidables que, literalmente, nos rodeaban. Tenian aspecto de gladiadores entrenados: mandibulas firmes, mirada petrea, atenta a cualquier movimiento que hubiera a nuestro alrededor.

Los buenos gladiadores son caros tanto a la hora de comprarlos como a la hora de mantenerlos. Mi nuera Menenia se quejaba cada vez que Eco anadia otro al servicio de la casa, aduciendo que el dinero estaria mejor invertido en esclavos para la cocina o en un mejor tutor para los mellizos. «La proteccion es lo primero -replicaba Eco-. Son los tiempos que corren.» Con lo que, muy a mi pesar, yo estaba de acuerdo.

Mis pensamientos se detuvieron en la esposa y los hijos de Eco, que habian quedado en la casa del monte Esquilino.

– Menenia y los mellizos… -dije al tiempo que aceleraba el paso para no quedarme atras. Mi aliento iba formando nubes en el aire; por lo menos la marcha me mantenia caliente. Pese a lo rapido que ibamos, otro grupo de hombres que venia detras nos adelanto, ahuyentando nuestras sombras con sus antorchas.

– Estan a salvo. El mes pasado puse otra puerta en la casa. Haria falta un ejercito para derribarla. Ademas, he dejado a mis dos guardaespaldas mas corpulentos para que cuiden de ellos.

– ?Cuantos guardaespaldas posees ahora mismo?

– Solo seis: los dos que hay en casa y los cuatro que nos acompanan.

– ?Solo seis? -Yo seguia teniendo unicamente a Belbo, al que habia dejado al cuidado de Bethesda y de Diana. Por desgracia, Belbo era demasiado viejo y no podria seguir siendo un guardaespaldas apropiado durante mucho tiempo. En cuanto al resto de los esclavos de la casa, apenas si podia esperarse que soportaran una lucha en condiciones, si algo realmente terrible sucediera…

Intente apartar de la mente aquellas ideas.

Otro grupo de hombres llegaba por detras a toda mecha. Al igual que nosotros, no portaban antorchas. Mientras nos adelantaban en la oscuridad, observe que los guardaespaldas de Eco se ponian nerviosos y metian la mano bajo la capa. Los desconocidos sin antorcha podian llevar algo mas peligroso, una daga sin ir mas lejos.

El grupo paso sin que ocurriera el menor incidente. Mas adelante, alguien abrio de par en par los postigos en la ventana de un piso superior para asomarse.

?Por Hades! Pero ?que ocurre esta noche?

?Lo han matado! -grito uno de los hombres que iban delante-. ?Lo han asesinado a sangre fria, cobardes bastardos!

– ?A quien han matado?

– A Clodio. Esta muerto.

La figura de la ventana permanecio en silencio un instante entre las sombras y despues dejo escapar una prolongada y sonora carcajada que resono a traves de la fria brisa nocturna. El grupo que nos precedia se detuvo bruscamente.

– ?Problemas! -dijo Eco. Asenti, pero entonces me di cuenta de que el comentario en susurros era una senal para sus guardaespaldas. Estrecharon el cerco a nuestro alrededor y apretamos el paso.

– Entonces, ?adonde… -dijo jadeando el hombre de la ventana, que con las carcajadas apenas si podia articular palabra-… adonde va la gente con tanta prisa? ?A celebrarlo acaso?

El grupo de la calle estallo en gritos exasperados. Algunos alzaban el puno. Otros se agachaban a buscar piedras. Incluso en el monte Palatino, con sus inmaculadas calles y sus elegantes casas, aun pueden encontrarse pedruscos sueltos. El hombre de la ventana siguio riendose hasta que de repente solto un grito:

– ?Ay, mi cabeza! ?Sucios bastardos! -Cerro los postigos de golpe ante la subita lluvia de piedras.

Nos apresuramos y doblamos la esquina. -Eco, ?crees que es cierto?

Que Clodio este muerto? No tardaremos en saberlo. ?No es aquella su casa? ?Mira cuantas antorchas se han reunido en la calle! Eso fue lo que me hizo salir de casa…, podia verse el resplandor reflejado en las nubes. Menenia me llamo para que fuera a verlo desde la azotea. Creyo que todo el monte Palatino estaba en llamas.

– De manera que pensaste venir a ver si tu querido padre ya estaba chamuscado.

Eco sonrio, pero en seguida se puso serio.

– De camino, en la Subura, vi gente por todas partes; reunida en las esquinas, escuchando a los oradores.

Вы читаете Asesinato en la Via Apia
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×