Apinada a las puertas de las casas hablando en voz baja. Unos echando pestes, otros lloriqueando. Centenares de hombres andaban en direccion al Palatino, como un rio corriente arriba, y en sus labios las mismas palabras: «?Clodio esta muerto!».

La casa de Publio Clodio (la nueva, pues hacia solo unos meses que la habia comprado y se habia mudado) era una de las maravillas arquitectonicas de la ciudad, segun las opiniones de algunos. Las casas de los ricos del monte Palatino eran cada ano mas grandes y mas ostentosas, como enormes bestias presumidas que devoran las minusculas casas que las rodean y exhiben sus pieles cada vez mas suntuosas. La piel de aquella bestia en particular era de marmol de muchos colores. El resplandor de las antorchas permitia ver el tenue brillo de las placas y de las columnas de marmol que adornaban las terrazas del exterior (porfido verde pulimentado de Lacedemonia, marmol egipcio rojo veteado con lunares blancos como la piel del fauno, marmol amarillo de Numidia con vetas rojas). Las terrazas, situadas en la ladera del monte y sembradas de desnudos rosales en el invierno, rodeaban el antepatio pavimentado con grava. La verja de hierro que normalmente cerraba el acceso al patio se hallaba abierta, pero el paso estaba totalmente bloqueado por la multitud de planideras que llenaba el patio y se desperdigaba por las calles.

En algun lugar, detras de aquella multitud, al final del antepatio, estaba la entrada a la casa propiamente dicha, que se extendia por la colina como un pueblo independiente, con sus diversas alas rodeadas por mas terrazas y comunicadas entre si por porticos con mas columnas de marmol multicolor. La magnifica casa se perfilaba por encima de nosotros, una minuscula montana de sombras profundas y reluciente marmol, iluminada por dentro y por fuera, suspendida como en un sueno entre las amenazadoras nubes y el humo nebuloso que desprendian las antorchas.

– Y ahora ?que? -le pregunte a Eco-. Ahora ni siquiera podemos entrar en el antepatio con todo este gentio. Los rumores deben de ser ciertos…, fijate en todos esos hombres llorando. Vamos, lo mejor sera que volvamos a casa a cuidar de nuestras familias. Nadie sabe lo que puede pasar despues.

Eco asintio con la cabeza pero parecio que no me oia. Se puso de puntillas para ver que pasaba dentro del antepatio.

– Las puertas de la casa estan cerradas. No parece que entre ni salga nadie. Lo unico que hacen es permanecer ahi apinados…

Hubo una repentina oleada de excitacion entre la muchedumbre.

?Dejadla pasar! ?Dejadla pasar! gritaba alguien. La aglomeracion fue aun mayor cuando la gente retrocedio para dar paso a una suerte de transporte que atravesaba la calle. En primera linea aparecio una falange de gladiadores que se abrian paso a codazos y empujones. La gente hacia lo que buenamente podia para quitarse de en medio. Los gladiadores eran altos como gigantes; a su lado, los guardaespaldas de Eco parecian ninos. Dicen que al otro lado de las costas del norte de las Galias hay unas islas donde los hombres crecen asi de grandes., Aquellos tenian el rostro palido y llevaban corto el pelo de color rojizo.

El gentio que nos precedia se comprimio. A Eco y a mi nos estrujaron juntos, con los guardaespaldas formando aun un circulo a nuestro alrededor. Alguien me piso un pie. Tenia los brazos atrapados a los lados. Divise una litera que se aproximaba; los porteadores que la llevaban hacian parecer enanos a los gigantes gladiadores. Suspendido por encima de la multitud, el dosel de seda a rayas rojas y blancas resplandecia a la tremula luz de las antorchas.

Me dio un vuelco el corazon. Conocia aquella litera. A mi mismo me habian transportado en ella. Por supuesto, Clodia estaria alli.

La litera se iba aproximando. Las cortinas estaban corridas, como debian estar. No tendria ningun deseo de ver a la multitud, ni de que esta la viera a ella. Pero por un momento me parecio ver que las cortinas se descorrian ligeramente. Me estire para ver por encima de las cabezas de los porteadores, pero me confundieron las luces y sombras que ondulaban sobre la seda roja y blanca. Quizas fue tan solo una sombra lo que vi y no el descorrer de las cortinas.

La mano de Eco me tiro bruscamente del hombro haciendome retroceder, apartandome del camino de los gladiadores que avanzaban junto a la litera. Me dijo al oido:

– ?Crees que…?

– Pues claro, debe de ser ella. Las rayas rojas y blancas…, ?quien mas podria ser?

No creo que fuera el unico hombre entre la multitud que reconocia la litera y sabia quien iba en su interior. A fin de cuentas, aquella era la gente de Clodio, los pobres de la Subura que se amotinaban a una orden suya, los antiguos esclavos que contaban con el para que protegiera su derecho al voto, la hambrienta plebe que habia engordado con el grano que se repartia gratis por disposicion suya. Habian apoyado siempre a Clodio como este los habia apoyado a ellos. Habian seguido su carrera politica, habian chismorreado acerca de sus aventuras sexuales y sus asuntos familiares y habian proyectado terribles muertes para sus enemigos. Lo adoraban. Tal vez no adoraran igualmente a su escandalosa hermana mayor, pero reconocian su litera cuando la veian. De repente oi que alguien entre la multitud susurraba su nombre. Otros lo repitieron y cantaron al unisono hasta convertirlo en una cantinela suave que seguia tras el dosel:

– Clodia… Clodia… Clodia…

La litera entro en el antepatio por la estrecha puerta. Los gladiadores habrian podido despejar el camino por la fuerza, pero la violencia no fue necesaria. Al oir su nombre, las planideras que habia en el patio se apartaron con temor. Se formo un vacio delante de la litera y se cerro tras ella, de manera que avanzo rapido y sin incidentes hasta el otro extremo del patio y subio el corto tramo de escalones de la entrada. Las altas puertas de bronce se abrieron hacia dentro. Giraron el dosel para que no pudiera verse a sus ocupantes apearse de la litera y entrar en la casa. Las puertas se cerraron tras ellos con un sonido metalico amortiguado.

El canto se desvanecio. Un silencio inquietante descendio sobre la multitud.

– Clodio, muerto -dijo Eco quedamente-. Parece imposible.

No has vivido tanto como yo -dije con aire compungido-. Todos mueren tarde o temprano, grandes y pequenos, y la mayoria mas temprano que tarde.

– Claro, solo me referia…

– Se lo que querias decir. Cuando algunos hombres mueren, es como si se lanzara un grano de arena al rio, ni siquiera se percibe una simple ondulacion. Con otros, es como un gran canto rodado, las olas salpican la orilla. Y con muy pocos…

– Como un meteorito caido del cielo -dijo Eco.

Aspire una profunda bocanada de aire.

– Esperemos que no sea tan terrible -dije. Pero algo me decia que lo seria.

Esperamos un rato, atrapados por la apatia que cae sobre una multitud cuando sucede algo de importancia. Entre las personas que nos rodeaban oimos numerosos y contradictorios rumores sobre lo que habia sucedido. Se habia producido un incidente en la Via Apia, en las afueras de Roma…, no, a doce millas, en Bovilas…, no, mas al sur. Clodio habia salido a cabalgar solo…, no, con un pequeno guardaespaldas…, no, en una litera con su esposa y su habitual sequito de esclavos y sirvientes. Habia sido una emboscada…, no, un unico asesino…, no, un traidor entre los mismos hombres de Clodio…

Y asi seguian, sin que fuera posible conocer la verdad, solo habia un unico y unanime punto de acuerdo: Clodio estaba muerto.

Las amenazadoras nubes proseguian su marcha gradual hasta revelar el firmamento desnudo: sin luna, oscuro como boca de lobo, salpicado de estrellas que brillaban como bolas de cristal. El breve pero rapido paseo desde mi casa me habia calentado la sangre. Los achuchones de la gente y las antorchas me habian mantenido caliente, pero a medida que refrescaba la noche me iba quedando frio. Encogi los dedos de los pies y me frote las manos mientras observaba como mi aliento se entremezclaba con el humo en el aire.

– Esto no sirve de nada -dije por fin-. Me estoy congelando. No he traido una toga lo bastante gruesa.

Eco parecia estar muy a gusto con su toga, no mas gruesa que la mia, pero un hombre de cincuenta y ocho anos tiene la sangre mas delicada que uno que tiene veinte anos menos.

– ?A que estamos esperando? Ya sabemos a que venia tanto revuelo. Clodio esta muerto.

– Si, pero ?como ha muerto?

No pude evitar una sonrisa. Habia aprendido el oficio de mi. La curiosidad se convierte en costumbre. Aunque no huela dinero en el asunto, el Sabueso no puede evitar sentir curiosidad, y menos aun cuando hay asesinato por medio.

– Esta gente no nos ayudara a descubrirlo -dije.

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