de dormir bien y en buenos lugares, que ya no esta la edad de ninguna de las tres para pasar desdichas en sus camas, mucho menos en las de hoteles desdichados. Clemencia pierde las cosas casi con entusiasmo y dado que en los viajes siempre se pierden cosas, nadie como ella para recuperarlas o consolar a quien las ha perdido. Asi es como entre las tres extraviaron en veintinueve dias lo mismo las sombrillas, que los lentes de sol, que un tubo de labios o el collar de los dos corales. Lo mismo las maletas en los vuelos de Iberia que un par de zapatos en la isla de Lido, sin permitirse nunca un sollozo de mas o una afliccion inutil. Igual abandonaron en Udine unos pantalones negros y un saco verde que en Mantova una blusa naranja. Igual desaparecio un rimel en el tren rumbo a Verona que un boleto de regreso a Mexico en los pliegues sin fondo de su maleta.

Para todas las perdidas tuvo Clemencia al uso la frase de la hermana mayor: “la vida siempre devuelve”. Se la habia oido decir un dia que se puso en filosofa, y de tal frase se hicieron mil versiones a lo largo y lo ancho de cuanta perdida y hallazgo hubo en la obra de arte que quisieron hacer con ese viaje.

No tuvieron ni un si, ni un no, ni un entredicho. No pelearon ni por las cuentas, ni por los restoranes, ni por el tiempo que cada una queria pasar en cada tienda, ni por el ocio que cada cual queria poner en diferente sitio.

Cargadas con un libro de proverbios budistas, uno de viajes en veleros antiguos y otro con los mejores cuentos del siglo diecinueve, se hicieron a la mar y al cielo, para ver que pasaba en lugares menos reconditos que los que caben en los suenos de un marido.

Y hubo de todo en ese viaje: en Espana los ojos vivos de risa de una mujer excepcional, las flores de Tenerife hablando en verso, la repentina voz de un lobo al que es imposible no verle las orejas porque solo su corazon las desafia, la deslumbrante bondad de una merluza bajo la luz de una rotonda de cristales, la seda de un jamon de bellota, el aroma a jazmin de un arroz con leche, la pelicula de Almodovar y las dos bocas de Gael Garcia.

En Venecia las tres exhaustas y aventadas a la mala suerte de coincidir con la mitad del festival de cine, las tres con solo sus seis brazos cargando el equipaje para cuatro semanas y diez distintos climas, las tres subiendose por fin a un taxi que, como cualquiera bien sabe, alli es una lancha guiada por un barbaro. Las tres frente a la tarde aun dorada y andando sobre el agua con el juicio en vilo con que uno mira la ciudad si respeta el milagro que la mantiene viva. “Nessuno entra a Venezia da stranniero”, escribio el poeta y recordo una de las hermanas que en asunto de versos tiene la rara memoria de los que todo olvidan menos lo que conviene.

Hay un leon con alas mirando al Gran Canal y esa noche un atisbo de luna en el cielo sobre la plaza que quita el aire y lo devuelve solo si esta tocado por su hechizo. Un haz de luz prestado por la muestra de cine pintaba de violeta el marfil de la catedral. Debajo de este orden, un caos con los arreglos hidraulicos de una compania coreana prometiendo redimir el futuro del suelo que se hunde. Y al fondo del tiradero el insigne reloj, aun cubierto de andamios, al que por fin le sirven las campanas, dando las doce para anunciar la media noche. Tocaban al mismo tiempo las tres bandas de musica y bajo el leon bailaba una pareja suspendida en si misma. ?Quien queria irse de ahi al mal proceder de indagar en que anda su marido? Nadie, menos Clemencia que como si le hiciera falta tuvo a bien decidir enamorarse del leon. Porque “la vida compensa” y esa fiera desafiando la inmensidad parecia declararle un amor de esos que a nadie sobran y todo el mundo anhela.

La hermana mayor en los ultimos tiempos habia perdido el sueno de modo tan notorio que cuando todo el mundo sucumbia a su lado, ella seguia moviendose por el cuarto del hotel como si tuviera miedo de que al dormir fueran a perderseles las llaves de algun reino. Sin embargo, hasta ella se habia ido a la cama cuando Clemencia entro al cuarto, del palacio en que dormian, con el leon en el alma y el desayuno en bandeja.

En Mantova, hecha de terracota y tiempo, murallas y castillos, encontraron un festival de libros por toda la ciudad. Los hoteles, los patios, los mercados, las tiendas, los museos, las agencias de viajes, las escuelas, la noche, los telefonos, la manana, las cafeterias y el cielo, estan tomadas durante una semana por una feria de escritores y lectores. El platillo local: ravioli di zucca. ?Que iba Clemencia a hacer hurgando en algo mas recondito que aquella pasta con relleno de calabazas tiernas?

Al dia siguiente fueron a caminar a la vera de un lago hasta que, cansadas de si mismas, se dejaron caer en una orilla. El sol se fue perdiendo en el perfil que corta el horizonte. Ellas no dejaron minuto sin despepitar un enigma. Y con la misma intensidad dedicaban un rato a imaginar la receta de un spaghetti o treinta a reirse con el recuerdo de la noche en que alguien dio con el valor que le urgia para dejar el infortunio que eran los gritos de su tercer marido solo para caer en poco tiempo en los gritos del cuarto. Lo mismo iban de un tigre que deslumbro la tardia infancia de una de las hermanas al pianista cuyos amores invisibles se invento la otra. Se reian de si mismas siguiendo los consejos de la unica monja que algo les enseno en la escuela: la risa cura y el que se cura resuelve. Frente a ellas y su conversacion como una trama de tapiz persa, dos cisnes empezaron una danza y viendolos hacer se acercaron dos mas y despues otros dos hasta que seis se hicieron. Clemencia, que aun andaba urgida de pasiones, se enamoro sin mas de los seis cisnes, del pedazo de sol y de las dos hermanas con que andaba de viaje para escapar de un sueno. Cenaron luego una pasta con berenjena y durmieron nueve horas hasta que sono el telefono del que salio una voz inusitada.

El cuarto oscuro de la memoria funciona discriminando, y nunca se sabe cual es la exacta mezcla de luz y sombra que da una foto memorable. Se sabe si, que todo lo que trae puede ser un prodigio: cerca de Udine las montanas y el rio de un denso azul como pintado por Leonardo. Sobre el puente del diablo, detenidas mirando Cividale para reconocer el siglo doce. En Udine una pasta con tomate y albahaca, una rucola con queso parmesano y un muchacho que cantaba al verlas entrar como si veinte anos tuvieran. De ese, faltaba mas, tambien se enamoro Clemencia. De ese y de un violinista al que encontraron ensayando a Vivaldi junto al altar de una iglesia cerca de la Academia, de regreso en Venecia como quien al desastre y al absoluto vuelve. ?De que andar preguntandose por los suenos de un hombre, cuando se puede andar de pie entre tantos suenos? Los estudiantes han llenado un puente de acero con sus cuerpos jovenes y dos antorchas cada uno. Todo el paso arde sobre el agua que atraviesan doce gondolas en las que juegan cien remeros cantando para enganar a quien se deje. Los jovenes los miran sin soltar las antorchas con que piden la paz en mitad del canal mas hermoso del mundo. Una de ellas celebra su cumpleanos, se lo cuenta a Clemencia que todo quiere saber y le ha preguntado que significa todo eso. “Preguiamo per la pace” contesta la criatura de veinte anos que en si misma parece una oracion. ?La pace? ?A Irak!, le responde la nina.

Una muestra de Turner esta en Venecia con todas las pinturas que hizo en tres semanas de visitarla. Turner que pinto en brumas el puente de los suspiros: en cada mano una carcel y un palacio. Turner las enamoro a las tres desde un lugar en mitad del siglo diecinueve. ?Como iban a envidiar otros amores?

No podian estar mas radiantes que de regreso en Venecia. La Venecia ridicula y divina vista del mar parece un barco de cristal y desde la terraza del Hotel Danielli, vista parece con el ojo de un dios que solo vive de mirarla, como si fuera el mas voraz de los turistas. Porque turismo hacemos todos en Venecia, tal vez incluso las palomas. Por mas que las tres damas de nuestra historia se creyeran mas arraigadas en el palacio de los Dogos que el dueno de una tienda de Murano diciendo muy solemne: Yo no vengo de una familia con abolengo en el Venetto. Mis antepasados apenas llegaron aqui en el siglo dieciocho.

Semejante comentario sumio a la hermana mayor en un conflicto del cual Clemencia la salvo aventurando una tesis: dado el oscuro contorno de sus ojos, ellas podrian tener en su estirpe un viajero cuya curiosidad lo llevo a Mexico en el siglo dieciseis y cuya familia vivia en el Venetto desde principios del siglo trece.

– Podria ser -dijo la hermana menor. Todo puede ser.

Para entonces Clemencia habia olvidado de punta a rabo los suenos del marido y la mania de entregarse a conjeturas sin rumbo. Ya no cobijaba en la mente ni un segundo la imagen de una mujer ridicula bailando en el ultimo piso de un edificio art deco. Ni recordaba cuando en una tienda le preguntaron si le servian las dos computadoras que su marido le habia comprado en Navidad. ?Las dos? Y si a ella le toco la fija, ?a quien le habria tocado la portatil? Se olvido de la tia de la amiga de una diabla que conocia de cerca a una mujer con voz de pito, cintura de rombo y ojos de cangrejo que andaba diciendo que ella andaba, y pruebas tenia mil, con el dueno de la fabrica que, no por casualidad, era la herencia mas preciada de un senor cuyos nombres y apellidos resultaron los mismos del famoso conyuge de Clemencia. Olvido preguntarse si alguien mas tendria atada la luz de su marido con la niebla del recuerdo o el caballo al que le dan sabana. Se olvido de las facturas de un albergue, mas cursi que un postre de quince anos, que el dejo una noche sobre el lavabo. Y lo mas importante, se olvido de rumiar: ?Que ropa se pondrian aquellas damas? ?Que tan damas serian? ?La del cuerpo flexible habria ido a colegio trilingue? ?Con que se emborrachaban y a donde las cargaban? ?Y quien y cuando y como? ?Y de que color podrian ser sus pantuflas? ?De que genuina densidad sus vellos pubicos? ?Cuan largos y frecuentes los gritos de un hallazgo? ?Que tan facil o dificil hallarles el hallazgo? Y ?en donde exactamente tenia cada una el clitoris?

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