– ?Sabes, Julie? -me decia mientras recogia las hojas muertas de una planta de interior o colgaba del arbol de Navidad un angel detras de otro-, siempre podrias volver aqui una temporada, mientras decides lo que quieres hacer con tu vida.

Sin embargo, por mucho que me tentara, sabia que no podia hacerlo. Janice ya se habia independizado, ganaba dinero emparejando gente y tenia alquilado un apartamento de dos habitaciones con vistas a un lago artificial; volver a casa seria como admitir que me habia vencido.

Claro que ahora todo eso habia cambiado: regresar a casa de tia Rose ya no era posible. El mundo tal y como yo lo conocia pertenecia a Janice, y a mi no me quedaba mas que el contenido de un sobre de papel manila. Sentada en el avion, mientras releia la carta de tia Rose y me tomaba un vino agriado en vaso de plastico, cai en la cuenta de lo sola que estaba ahora que ella se habia ido y solo me quedaba Umberto.

De pequena, nunca se me habia dado bien hacer amigos. En cambio, las amigas mas intimas de Janice no habrian cabido, ni a presion, en un autobus de dos pisos. Siempre que salia de noche con aquella panda risuena, tia Rose daba vueltas a mi alrededor un rato, nerviosa, fingiendo buscar la lupa o su lapiz de hacer crucigramas. Al final, terminaba sentandose a mi lado en el sofa, aparentemente interesada en mi lectura, aunque yo sabia que no lo estaba.

– Oye, Juliet -me decia, quitandome hilachas de los botones del pijama-, yo me entretengo muy bien sola. Si quieres salir con tus amigas…

La propuesta quedaba suspendida en el aire un rato, hasta que yo urdia una respuesta apropiada. Lo cierto era que no me quedaba en casa porque me diese pena tia Rose, sino porque no tenia interes en salir. Siempre que me dejaba arrastrar a algun bar, terminaba rodeada de cachitas y empollones que parecian creer que representabamos algun cuento de hadas en el que yo tendria que elegir a uno de ellos antes de que acabase la noche.

El recuerdo de tia Rose sentada a mi lado, pidiendome con su habitual dulzura que viviera la vida, me produjo una punzada en el corazon. Mientras contemplaba taciturna el vacio exterior a traves de la pringosa ventanilla del avion, me sorprendi preguntandome si quiza aquel viaje seria una especie de castigo por como la habia tratado. Tal vez Dios iba a hacer que el avion se estrellase para darme mi merecido. O puede que me dejara llegar a Siena para descubrir, acto seguido, que otro se habia apoderado ya del tesoro de la familia.

De hecho, cuanto mas lo pensaba, mas convencida estaba de que tia Rose jamas habia mencionado el tema en vida porque todo aquello era una enorme chorrada. Puede que hubiera perdido la cabeza al final, en cuyo caso el supuesto tesoro podria no ser mas que una quimera. Ademas, aunque, contra todo pronostico, hubiera habido algo verdaderamente valioso tras nuestra partida hacia mas de veinte anos, ?que posibilidad habia de que aun siguiera alli? Teniendo en cuenta la densidad de poblacion de Europa y el ingenio de la humanidad en general, me sorprenderia mucho que aun quedara algo de queso en la trampa cuando yo llegara, si es que llegaba.

Lo unico que lograba animarme durante ese interminable vuelo nocturno era que cada botellita de alcohol que me daban las sonrientes azafatas me alejaba mas de Janice. Alli estaba ella, bailando por una casa que le pertenecia, riendose de mi mala suerte sin saber que yo me iba a Italia, que la pobre anciana tia Rose me habia enviado a la caza de la gallina de los huevos de oro. Al menos podia alegrarme por eso, ya que, si mi viaje no resultaba en la recuperacion de algo significativo, preferia no tenerla cerca para mofarse de mi.

Aterrizamos en Frankfurt en un dia medio soleado, y yo me baje del avion con mis chanclas, los ojos hinchados y un pedazo destrudel aun atascado en la garganta. Mi vuelo de enlace a Florencia aun tardaria un par de horas en salir, asi que, en cuanto cruce la puerta, me tumbe sobre tres asientos y cerre los ojos, con la cabeza apoyada en mi bolso de macrame, demasiado cansada para preocuparme por si alguien se llevaba el resto.

En algun punto entre el sueno y la vigilia, note que alguien me tocaba el brazo.

– Ahi, ahi… -dijo una voz perfumada de cafe y tabaco-, mi scusi!

Al abrir los ojos, vi que la mujer sentada a mi lado se afanaba en sacudirme las migas de la manga. Mientras echaba una cabezadita, la zona de embarque se habia llenado a mi alrededor, y la gente me miraba como se mira a un indigente, con una mezcla de desden y compasion.

– No se preocupe -dije incorporandome-. Voy hecha un asco de todas formas.

– ?Toma! -Me ofrecio medio cruasan, tal vez a modo de compensacion-. Seguro que tienes hambre.

La mire, sorprendida de su amabilidad.

– Gracias.

Calificar a aquella mujer de elegante habria sido un burdo eufemismo. Todo lo llevaba a juego; no solo el lapiz de labios y la laca de unas, sino tambien los escarabajos dorados que adornaban sus zapatos, su bolso y el alegre sombrerito asentado en lo alto de su pelo impecablemente tenido. Sospechaba -y su sonrisa coqueta lo confirmaba- que aquella mujer tenia motivos de sobra para estar satisfecha de si misma. Probablemente millonaria -o casada con uno-, parecia no tener una sola preocupacion en la vida, salvo la de enmascarar su alma madura con un cuerpo cuidadosamente conservado.

– ?Vas a Florencia? -pregunto con un fuerte acento absolutamente encantador-. ?A ver todas las llamadas obras de arte?

– A Siena, en realidad -respondi con la boca llena-. Naci alli, pero no he vuelto desde entonces.

– ?Que maravilla! -exclamo-. Pero ?que raro! ?Por que no has vuelto?

– Es una larga historia.

– Cuentamela. Cuentamelo todo. -Al verme titubear, me tendio la mano-. Lo siento, que cotilla soy. Me llamo Eva Maria Salimbeni.

– Julie…, Giulietta Tolomei.

Casi se cae de la silla.

– ?Tolomei? ?Te apellidas Tolomei? No, ?no me lo puedo creer! ?Es imposible! Espera…, ?en que asiento estas? Si, en el vuelo. Dejame verlo… -Le echo un vistazo a mi tarjeta de embarque, luego me la arrebato de la mano-. ?Un momento! ?Quedate ahi!

La vi acercarse garbosa al mostrador y me pregunte si ese seria un dia normal en la vida de Eva Maria Salimbeni. Me figure que intentaba cambiar las plazas para que pudieramos sentarnos juntas durante el vuelo y, a juzgar por su sonrisa al volver, lo habia conseguido.

– E voila! -Me entrego una nueva tarjeta de embarque y, en cuanto la vi, tuve que contener una sonrisa de satisfaccion. Logicamente, para que pudieramos seguir hablando, yo tendria que pasar a preferente.

Ya en el aire, a Eva Maria no le costo mucho sonsacarme la historia. Los unicos detalles que omiti fueron mi doble identidad y el posible tesoro de mi madre.

– ?Asi que vas a Siena a ver… el Palio? -dijo al fin, ladeando la cabeza.

– ?El que?

Mi pregunta le provoco un aspaviento.

– ?El Palio! La carrera de caballos. Siena es famosa por la carrera de caballos del Palio. ?El mayordomo de tu tia, el astuto Alberto, no te hablo nunca de ella?

– Umberto -la corregi-. Si, supongo que si, pero no sabia que aun se celebrara. Cuando me hablo de ello, me sono a algo medieval, con caballeros de resplandeciente armadura y todo eso.

– La historia del Palio -asintio Eva Maria- se remonta a la mismisima… -tuvo que buscar la palabra adecuada en ingles- oscuridad de la Edad Media. Ahora la carrera se hace en el Campo, delante del ayuntamiento, y los jinetes son profesionales. Sin embargo, en los primeros tiempos, se cree que los jinetes eran nobles en sus caballos de batalla, y que cabalgaban desde el campo hasta la ciudad para terminar delante de la catedral de Siena.

– Suena dramatico -dije, aun perpleja ante su efusiva amabilidad, aunque quiza se creyera en la obligacion de educar a los desconocidos sobre Siena.

– ?Ah! -Eva Maria puso los ojos en blanco-. Es el mayor drama de nuestras vidas. Durante meses y meses, el pueblo de Siena no habla de otra cosa mas que de caballos, rivales y tratos con tal o cual jinete. -Meneo la cabeza de un modo encantador-. Es lo que llamamos unadolce pazzia…, una dulce locura. En cuanto lo vivas, no querras marcharte.

– Umberto siempre dice que lo de Siena no se puede explicar -senale, deseando de pronto que estuviese conmigo, escuchando a aquella fascinante mujer-. Hay que estar alli y oir los tambores para entenderlo.

Eva Maria sonrio benigna, como una reina piropeada.

– Umberto dice bien. Tienes que sentirlo… -alargo una mano y me la llevo al pecho- aqui. -Si hubiera venido de

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