veranos en direccion al sur para reunirse con Marima y Maou, para ver a Geoffroy de nuevo. Medir en sus semblantes el tiempo transcurrido. Ahora todo es distinto. Es como una luz que deja de brillar. Geoffroy se muere.

Fintan piensa en la estrecha carretera que sube desde Valbonne, a la clara luz de la manana. La casa esta en equilibrio al fondo de un vallejo, en lo alto de los bancales En la parte baja del terreno se encuentra, en estado casi ruinoso, el gallinero. Maou, al llegar, instalo series de gallinas y pollos, llego a tener mas de cien. Una vez que cayo enfermo Geoifroy, dejo de ocuparse de la cria, ya no le queda mas que una decena de gallinas. Varias son viejas y esteriles. Son apenas utiles para vender algunos huevos a los vecinos. Esta tambien esa vieja gallina negra de despeluzadas plumas que sigue como un perro a Maou por todas partes y le salta al hombro, e intenta picotearle su diente de oro.

Maou sigue siendo bella. Su pelo es gris, el sol y el viento le han surcado de arrugas las comisuras de los ojos, de los labios. Se le han endurecido las manos. Dice que se ha transformado en lo que siempre quiso ser, una campesina italiana. Una mujer de Santa Anna.

Ya no escribe por la tarde en sus cuadernos escolares esos largos poemas que recuerdan cartas. Cuando Geoffroy y ella partieron hacia el sur de Francia con Marima, hace mas de quince anos, Maou entrego todos sus cuadernos a Fintan, en un sobre grande. En el sobre anoto las ninnenanne que tanto gustaban a Fintan, la de la Befana y el Uomo nero, la del puente del Stura. Fintan fue leyendo todos los cuadernos, uno tras otro, durante un ano. Despues de tanto tiempo aun se sabe paginas de memoria.

Por medio de uno de esos cuadernos, Fintan descubrio el secreto del nacimiento de Marima, su anuncio por la mantis religiosa, y su pertenencia al rio a orillas del cual habia sido concebida. Hurgando bien en su memoria logro dar incluso con el dia en que ocurrio, durante las lluvias.

En el cuarto, con las persianas echadas para evitar la luz de la tarde, Geoffroy esta tendido en la cama. Su macilento rostro esta ya minado por una muerte cada vez mas proxima.

Hace mucho que la esclerosis se ha aduenado de su cuerpo y no puede moverse. No oye los ruidos del exterior, el ruido del viento entre las zarzas, el ruido de la tierra seca que azota las persianas. Una cubierta de plastico, en algun sitio, que aletea.

Lo han devuelto del hospital porque no hay esperanza. La vida aminora su marcha, a pesar del gota a gota que dosifica el suero en su vena. La vida es un agua que se escurre. Maou fue quien decidio que lo devolvieran a casa. Sigue esperando, contra toda razon. Mira el rostro de depurados rasgos, la sombra que pesa sobre los parpados. El halito es tan liviano que una nimiedad puede anularlo.

Por la manana viene la enfermera a ayudarla a lavar a Geoffroy, a cambiar los panales de proteccion. Bana las ulceras y las escaras con una solucion de borax. Los ojos se mantienen cerrados, los parpados pegados. A veces se forma una lagrima fugitiva en el angulo interno del ojo, se engarza en las cejas, brilla a la luz. Los ojos parpadean, algo resbala por la cara, una onda, una nube. Cada dia Maou habla con Geoffroy. Con el paso del tiempo ya no esta muy segura de que le cuenta. No dice nada importante, habla, eso es todo. Por la tarde llega Marima. Se sienta en la silla de rejilla, junto al lecho, y tambien habla a Geoffroy. Su voz es muy fresca, tan joven. Puede que la oiga Geoffroy, alli, en esa lejania donde se desliza su espiritu y se desprende de su cuerpo. Igual que antes, en San Remo, cuando escuchaba la voz de Maou, la musica de su desvanecida dicha. «I am so fond of you, Marilu…»

Es aun mas lejos, hace mucho, como en otro mundo. La nueva ciudad, en las islas, en medio del rio ambarino. Como en un sueno. Geoffroy se desliza sobre el agua, transportado por la balsa de canas. Ve las riberas cubiertas de tupidas selvas, y de improviso, al borde de la playa, las casas de adobe, los templos. Aqui, a la orilla del gran rio, fue donde se detuvo Arsinoe. El pueblo ha desbrozado y roturado la selva, ha abierto los caminos. Las canoas se desplazan con lentitud entre las islas, los pescadores lanzan las redes en los canaverales. Algunas aves levantan vuelo en el palido cielo del alba, grullas, zaidas, patos. De pronto aparece el dorado disco solar, alumbra los templos, alumbra la estela de basalto que lleva inscrito el signo de Osiris, el ojo y el ala del halcon. Es el signo itsi, Geoffroy lo reconoce, esta grabado en el rostro de Oya, el sol y la luna en la frente, las plumas de las alas y la cola del halcon en las mejillas. El signo lo ciega, pupila que lanzaran como un dardo hasta el fondo de su cuerpo. En el islote Brokkedon, la estela mira erecta hacia el sol naciente. Geoffroy siente que la luz entra en el, lo abrasa en lo mas hondo. La verdad no es mas que eso, solo el peso de su cuerpo le impedia verla. Brokkedon, con el pecio del George Shotton, osamenta antediluviana. La luz es muy hermosa y tan cegadora como la dicha. Geoffroy mira la estela, que luce el magico signo, ve el rostro de Oya, y todo se vuelve evidente, legible hasta el fin de los tiempos. La nueva Meroe se extiende a ambas laderas del rio, frente a la isla entre Onitsha y Asaba, en el lugar mismo donde ha esperado todos estos anos, en el Wharf, en el desgastado piso de las oficinas de la United Africa, al sofocante amparo de los cobertizos. Aqui es donde la reina negra condujo a su pueblo, a las cenagosas orillas donde vienen a descargar los barcos las cajas de mercancias. Aqui es donde ella mando erigir la estela del sol, el signo sagrado de los umundri. Aqui volvio Oya, para dar a luz a su hijo. La luz de la verdad es tan fuerte que ilumina un instante el rostro de Geoffroy, pasa por su frente y sus mejillas, a modo de reflejo dichoso, y todo su cuerpo se pone a temblar.

«Geoffroy, Geoffroy, ?que te ocurre?» Maou se inclina sobre el, lo mira. El semblante de Geoffroy expresa una indecible alegria, un centelleo. Se levanta de la silla, se arrodilla junto a la cama. Afuera, la noche esta a punto de caer sobre las colinas, la luz es suave y gris, del color del follaje de los olivos. Se oyen los chirridos de las urracas, los angustiados chillidos de los mirlos. Los crujidos de los insectos se hinchan en la hierba en fermentacion. Se oyen los primeros reclamos de los sapos en el aljibe grande, mas abajo. Maou no puede dejar de pensar en la noche, tal como era entonces, en Onitsha, en la inquietud y la euforia que transmitia la noche; un escalofrio le recorre la piel.

Cada anochecer, desde que regresaron al sur, ese mismo escalofrio la vincula a lo que ya ha desaparecido.

En la habitacion de al lado duerme Marima tumbada sin desvestirse en la colcha blanca de su cama, con el brazo doblado encima de la cara. Esta cansada por haber velado a su padre la noche anterior. Suena que Julien, al que Maou llama con rechifla su «novio», la lleva en su moto a lo largo de las umbrias carreteras hasta el borde del mar. Marima aun es muy joven, Maou no queria que se quedara, que presenciara todo esto. Es ella la que insiste en preparar la comida, ayudar a asear a Geoffroy, lavar mudas y panales. Siempre habla de Fintan, que ha de presentarse de un momento a otro, como si todo fuese a cambiar en cuanto el llegue. Maou piensa: «?Traemos hijos al mundo para que nos cierren los ojos?»

En la habitacion, Maou se ha incorporado. Ya no se atreve a hablar. Examina con atencion el rostro de Geoffroy, los ojos, cuyos finos parpados tiemblan como si por fin fueran a abrirse. Apenas un instante y el calor y la luz pasan, al otro lado de los parpados, como un reflejo sobre el agua.

La luz del sol brilla en las paredes y las murallas de la ciudad, los templos de las islas, la piedra negra que luce el magico signo. Es algo fuerte y extrano, lejano, intrincado en el corazon del sueno de Geoffroy Allen. Disminuye la luz. La oscuridad penetra en la pequena habitacion, le cubre el rostro al hombre que va a morir, sella para siempre sus parpados. La arena del desierto cubrio los huesos del pueblo de Arsinoe. La ruta de Meroe no tiene fin.

Poco antes de anochecer llego Fintan. Todo esta en perfecta calma en la vieja casa encaramada en lo alto de la colina, con si acaso el ruido del viento entre las zarzas y el calor del sol que aun emana de las paredes. Queda tan lejos de todo, tan fuera del tiempo. Delante de la puerta, a la luz de la bombilla electrica, la vieja gallina despeluzada persigue mariposas con gestos de insomne.

Maou ha besado a Fintan. No necesita decir nada, a el le basta con mirar su rostro desencajado para comprender en que momento llega. Entra en la habitacion de Geoffroy, y siente que algo se agita en su corazon, como hace mucho, antes de abandonar Onitsha. Geoffroy tiene la cara muy blanca, muy fria, con una expresion de dulzura y paz que Fintan no ha visto en su vida. Ya no hay el menor halito. Es una noche como las otras, bella y tranquila. Se va sintiendo la primavera. Afuera rechinan enloquecidos los insectos, los sapos han reanudado su canto en el aljibe.

En la habitacion de al lado, acostada en la estrecha cama, Marima duerme profundamente, con la cabeza ladeada, el pelo castano se le ha resbalado sobre el hombro. Es hermosa.

Fintan se sienta en el suelo, al lado de Maou, en el cuarto inundado por las sombras. Juntos escuchan los

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