Jean-Marie Gustave Le Clezio

Onitsha

A la memoria de M. D. W. Jeffreys

UN LARGO VIAJE

El Surabaya, un buque de trescientas toneladas, ya viejo, de la Holland Africa Line, acababa de dejar las sucias aguas del estuario del Gironda y tomaba rumbo hacia la costa oeste de Africa, y Fintan miraba a su madre como si fuera la primera vez. Puede que nunca hubiera apreciado hasta que punto era tan joven, cerca de el, como esa hermana que nunca habia tenido. No lo que se dice guapa, pero tan viva, tan fuerte. La tarde estaba declinando; la luz del sol iluminaba los oscuros cabellos de reflejos dorados, la linea del perfil, la alta y abombada frente, que formaba con la nariz un abrupto angulo, el contorno de los labios, el menton. Una pelusa transparente, como en la fruta, le cubria la piel. La miraba, le encantaba su rostro.

Al cumplir diez anos, Fintan decidio que no llamaria a su madre mas que por su diminutivo. Se llamaba Maria Luisa, pero le decian Maou. Era cosa de Fintan; cuando era un bebe no sabia pronunciar su nombre, y asi le habia quedado. Tomo a su madre de la mano, la miro fijamente, estaba decidido: «A partir de hoy te llamare Maou.» Mostraba tal seriedad que ella permanecio un momento sin responder, luego rompio a reir, uno de esos ataques de risa que le daban algunas veces y no era capaz de resistir. Fintan se rio tambien, y asi quedo sellado el acuerdo.

Con el busto apoyado en la madera de la borda, Maou miraba la estela del buque, y Fintan la miraba. Era el final del domingo 14 de marzo de 1948, Fintan no olvidaria jamas esta fecha. El cielo y el mar eran de un azul intenso, casi violeta. El aire estaba inmovil, o sea que el buque debia avanzar a la misma velocidad. Algunas gaviotas volaban pesadamente sobre la cubierta de popa, acercandose y alejandose del mastil, donde se agitaba como un trapo viejo el pabellon de tres bandas. De vez en cuando se dejaban caer de lado lanzando chillidos, y sus gimoteos componian una curiosa musica al mezclarse con la trepidacion de las helices.

Fintan miraba a su madre, escuchaba con una atencion casi dolorosa todos los ruidos, los chillidos de las gaviotas, sentia el deslizamiento de las olas que venian a la contra y oponian larga resistencia a la proa, levantaban el casco a la manera de una respiracion.

Era la primera vez. Miraba el rostro de Maou, a su izquierda, que poco a poco se mudaba en puro perfil frente al brillo del cielo y el mar. Pensaba que era eso, era la primera vez. Y al mismo tiempo, no podia entender por que, se le ponia un nudo en la garganta y el corazon le palpitaba con mas fuerza, y en sus ojos asomaban las lagrimas, porque tambien era la ultima vez. Se iban, ya nada volveria a ser como antes. Al final de la blanca estela se desvanecia la franja de tierra. El cieno del estuario dio paso de pronto al azul profundo del mar. Las lenguas de arena erizadas de canas, donde las chozas de los pescadores parecian juguetes, y todas esas extranas formas de las orillas, torres, balizas, nasas, canteras, blocaos, todo se lo trago el movimiento del mar, se diluyo en la marea.

A proa del buque, el disco solar descendia hacia el horizonte.

«Ven a ver el rayo verde.» Maou estrechaba a Fintan contra su pecho, creia sentir las palpitaciones de su corazon a traves del grosor del abrigo. En la cubierta de las primeras, a proa, la gente aplaudia, se reia por no se sabia que. Los marineros, de rojo vivo, corrian entre los pasajeros, trasladaban jarcias, arrumaban el portalon.

Fintan descubria que no estaban solos. Habia gente por todas partes. Iban y venian sin cesar entre la cubierta y los camarotes, con aspecto atareado. Se asomaban a la baranda, se esforzaban por ver, se interpelaban, usaban gemelos, catalejos.

Llevaban abrigos grises, sombreros, fulares. Empujaban, hablaban a voces, fumaban cigarrillos libres de impuestos. Fintan queria ver una vez mas el perfil de Maou como una sombra sobre la luz del cielo. Pero ella tambien le hablaba, le brillaban los ojos: «?Estas bien? ?Tienes frio? ?Quieres que bajemos al camarote, quieres descansar un poco antes de la cena?»

Fintan se aferraba a la borda. Tenia los ojos secos y ardientes como guijarros. Queria ver. No queria olvidar este instante en que el barco se internaba en alta mar, se separaba de la franja de tierra lejana, y Francia desaparecia en el azul oscuro del oleaje, estas tierras, ciudades, casas, estos rostros sumergidos, triturados en la estela, mientras a proa, ante las siluetas de los pasajeros de primera apoyados en la borda cual pajaros hirsutos, con sus gritos quejicas y sus risas, y el fragor bien temperado de las maquinas en el vientre del Surabaya, desperdigado sobre el lomo huidizo de las olas, tan sonoro y yerto en el aire inmovil como los fragmentos de un sueno, mientras a proa, en el punto donde el cielo cae al mar, como un dedo que entrara por las pupilas y alcanzara el fondo del craneo, ?rutilaba el rayo verde!

Por la noche, esta primera noche de mar, Fintan no era capaz de conciliar el sueno. No se movia, contenia la respiracion para oir el halito regular de Maou, pese a las vibraciones y los crujidos de las cuadernas. La fatiga le quemaba la espalda, las horas de espera en Burdeos, en el muelle, al frio viento. El viaje en ferrocarril desde Marsella. Y todas esas jornadas que habian precedido a la partida, los adioses, las lagrimas, la voz de la abuela Aurelia, que contaba mil historias divertidas para no pensar en lo que pasaba. El descuaje, el agujero dejado en la memoria. «No llores, bellino, ?quieres que vaya a verte alli?» El lento movimiento del oleaje le oprimia el pecho y la cabeza, era un movimiento que atrapaba y transportaba, un movimiento que agarrotaba y hacia olvidar, como un dolor, una molestia. En la estrecha litera, Fintan crispaba los brazos contra el cuerpo, dejaba que el movimiento lo meciera sobre sus caderas. Tal vez caia, como antes, durante la guerra, se escurria hacia atras, hacia el otro lado del mundo. «?Que hay alli? ?Alli?» Oia la voz de su tia Rosa: «?Que hay alli que este tan bien? ?Es que alli no se mueren?» Se esforzaba por ver, tras el rayo verde, tras el cielo que caia sobre el mar. «Erase una vez un pais al que se llegaba tras un largo viaje, un pais al que se llegaba cuando se habia olvidado todo, cuando uno ya no sabia ni quien era…»

La voz de la abuela Aurelia seguia resonando en el mar. En el duro regazo de la litera, con la vibracion de las maquinas en el cuerpo, Fintan escuchaba la voz que hablaba sola, que pugnaba por retener el hilo de la otra vida. Ya le dolia olvidar. «Lo detesto, lo detesto. No quiero partir, no quiero irme alli. Lo detesto, ?no es mi padre!» Las cuadernas del barco crujian con cada ola. Fintan intentaba oir la respiracion tranquila de su madre. Susurraba en alto; «?Maou!, ?Maou!» Y como ella no respondia, saltaba con sigilo de la litera. Encima de la puerta, seis ranuras verticales filtraban una claridad que iluminaba el camarote. Habia una bombilla electrica justo al otro lado, en el pasillo. Mientras iba desplazandose, veia brillar el filamento a traves de cada ranura. Era un camarote interior, sin ojo de buey, no podian permitirselo. El aire era gris, asfixiante y humedo. Con los ojos abiertos como platos, Fintan trataba de ver la silueta de su madre, dormida en la otra litera, arrastrada tambien al reves por el oceano en movimiento. Las cuadernas crujian trabajadas por el oleaje, que empujaba, aguantaba, volvia a empujar.

Fintan tenia los ojos llenos de lagrimas, sin saber muy bien por que. Le dolia el centro del cuerpo, donde la memoria se deshacia, se desvanecia.

«No quiero ir a Africa.» Nunca se lo dijo a Maou, ni a la abuela Aurelia, ni a nadie. Al contrario, lo quiso con gran intensidad, hasta arder en deseos, no era ya capaz de conciliar el sueno, en Marsella, en el pisito de la abuela Aurelia. Ardia en deseos, presa de una febril agitacion, en el tren que circulaba hacia Burdeos. Ya no queria oir voces, ni ver caras. Era preciso cerrar los ojos, taparse los oidos para que todo resultara facil. Queria ser alguien distinto, fuerte, que no hablara, llorara o tuviera el corazon palpitante, ni dolores en el vientre.

Hablaria ingles, tendria dos arrugas verticales en el entrecejo, como un hombre, y Maou dejaria de ser su madre. El hombre que esperaba alli, al final del viaje, no seria su padre jamas. Era un

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