del buque, y nunca se desprendia de el ninguna estrella.

Maou venia a sentarse a su lado. Se sentaba en la cubierta misma, con la espalda apoyada en la pared del salon, la falda azul cubriendole las rodillas, formando con sus brazos desnudos un circulo alrededor de las piernas. No hablaba. Tambien miraba la noche. Puede que no viera las mismas cosas. En el salon, los pasajeros fumaban, hablaban alto. Los oficiales ingleses jugaban a los dardos.

Fintan miraba el perfil de Maou, como cuando el buque se deslizaba por el estuario el dia de la partida. Ella era tan joven. Se habia recogido su hermoso pelo castano en una sola trenza detras de la cabeza. Le encantaba ver como se clavaban en el pelo esos grandes alfileres negros, brillantes. El sol marino le habia tostado la cara, los brazos, las piernas. Una tarde, al ver llegar a Maou, la senora Botrou exclamo: «?Aqui viene la africana!» Sin saber por que, Fintan percibio que su corazon latia mas deprisa, de gozo.

Una manana, el senor Heylings lo llamo otra vez a la toldilla para mostrarle nuevas formas negras en el horizonte. Pronuncio nombres magicos: «Tenerife, Gran Canaria, Lanzarote.» Con la ayuda de los gemelos, Fintan vio temblar las montanas, el cono del volcan. Habia nubes enganchadas en las cumbres. Valles verde oscuro sobre el mar. Las columnas de humo de los buques ocultos en el seno de las olas. Todo el dia estuvieron alli las islas, a babor, igual que una manada de ballenas petrificadas. Incluso unas aves se llegaron hasta popa, unas gaviotas chillonas que volaban suavemente sobre cubierta y miraban a los hombres. La gente les tiraba pan para verlas caer en picado bruscamente. Luego volvieron a desaparecer, y las islas no eran mas que algunos puntos apenas perceptibles en el horizonte. El sol se puso envuelto en una gran nube roja.

Hacia tanto calor en el camarote sin ventana que Fintan no podia parar en su litera. En compania de Maou iba a sentarse a cubierta. Miraban el balanceo de las estrellas. Cuando notaba que lo ganaba el sueno, reclinaba la cabeza en el hombro de Maou. Al alba se despertaba en el camarote. El frescor de la manana cruzaba la puerta. La bombilla electrica seguia brillando en el pasillo. Christof era el encargado de apagar las luces en cuanto se levantaba. La trepidacion de las maquinas parecia mas cercana. Una especie de trabajo, de jadeo. Los dos arboles engrasados giraban en sentido contrario en el vientre del Surabaya. Bajo su cuerpo desnudo, Fintan sentia la sabana empapada. Sonaba que se habia orinado en la cama, y la inquietud lo despertaba. Pero tenia todo el cuerpo cubierto de minusculos botones transparentes que se despellejaba con las unas. Era terrible. El sufrimiento y el miedo le hacian lloriquear. El doctor Lang, reclamado por Maou, se inclino sobre la litera, examino sin tocarlo el cuerpo de Fintan, y se limito a decir, con un inequivoco acento alsaciano: «La sarna beduina, querida senora.» En la farmacia de a bordo, Lang encontro una botella de talco. Maou espolvoreaba los botones de Fintan, les pasaba la mano con mucha suavidad. Al final, se reian los dos. Solo era eso. Maou decia: «?Una enfermedad de gallinas!…»

Los dias eran larguisimos. Debido tal vez a la luz del verano, o al horizonte, tan lejano, sin nada que atrajera la mirada. Era como esperar, hora tras hora, hasta no saber muy bien que se espera. Maou permanecia en el comedor, despues del desayuno, frente a la gruesa luna que enturbiaba el color del mar. Escribia. Con la hoja blanca de papel bien desplegada en la mesa de caoba, el tintero encajado en el hueco reservado al vaso, la cabeza un poco inclinada, escribia. Adquirio el habito de encenderse un cigarrillo, un Player's comprado en paquetes de cien en la tienda del auxiliar de a bordo, que dejaba consumirse solo en el borde del cenicero de cristal grabado con las iniciales de la Holland Africa Line. Eran historias, o cartas, no estaba muy segura. Palabras. Ella se ponia, sin saber donde iria a parar, en frances, en italiano, incluso a veces en ingles, poco importaba. Simplemente le gustaba hacerlo, sonar contemplando el mar, con el suave humo que serpenteaba, escribir inmersa en el lento balanceo del buque que avanzaba sin descanso, hora tras hora, un dia tras otro, hacia lo desconocido. Despues el calor del sol abrasaba la cubierta, y habia que marcharse al comedor. Escribir, escuchando el roce del agua contra el casco, como si remontaran un rio sin fin.

Ella escribia:

«San Remo, la plaza a la sombra de los grandes arboles multiplicantes, la fuente, las nubes sobre el mar, los escarabajos en el aire caliente.

Siento el aliento en mis ojos.

En mis manos retengo la presa del silencio,

Espero el estremecimiento de tu mirada sobre mi cuerpo.

En un sueno, esta noche, te he visto al final del paseo de carpes, en Fiesole. Estabas como el ciego que busca su casa. Afuera, yo oia voces susurrar injurias, u oraciones.

Me acuerdo bien, me hablabas de la muerte de los ninos, de la guerra. Los anos que no han vivido abren clamorosas brechas en los muros de nuestras casas.»

Ella escribia:

«Geoffroy, estas en mi, estoy en ti. El tiempo que nos separo ya no existe. El tiempo me habia borrado. En las huellas presentes en el mar, en los signos de espuma, he leido tu memoria. No puedo perder lo que veo, no puedo olvidar lo que soy. Por ti hago este viaje.»

Ella sonaba, el cigarrillo se consumia, la hoja iba escribiendose. Los signos se enmaranaban, habia grandes playas blancas. Una escritura inclinada, amanerada decia Aurelia, que abordaba las letras altas con una larga cola combada, y trazada hacia abajo los rabillos de las tes.

«Recuerdo bien la ultima vez que nos hablamos; en San Remo te referias al silencio del desierto, como si fueras a remontar el curso del tiempo, hasta Meroe, para encontrar la verdad, y yo ahora en el silencio y el desierto del mar, me parece que tambien remonto el tiempo para encontrar la razon de mi vida, alli, en Onitsha.»

Escribir era sonar. Una vez alli, en Onitsha, todo seria diferente, todo seria facil. Alli estarian los grandes herbazales que Geoffroy habia descrito, los altisimos arboles, y el rio, tan ancho que podria tomarse por el mar, con el horizonte perdiendose en los espejismos del agua y el cielo. Estarian las suaves colinas, plantadas de mangos, las casas de barro rojo con sus techumbres de hojas trenzadas. Arriba, dominando el rio, rodeada de arboles, la casona de madera, con su techo de chapa pintado de blanco, la veranda y los macizos de bambu. Y ese nombre extrano, Ibusun, Geoffroy habia explicado lo que queria decir en la lengua de la gente del rio: el lugar donde se duerme.

Alli es donde iba a vivir toda la familia de Geoffroy. Seria su casa, su patria. Cuando se lo dijo a su amiga Leone, en Marsella, como una confidencia, se extrano de su respuesta en un timbre sobreagudo: ?y ahi es donde vas, pobrecita mia? ?A esa choza? La idea de Maou era hablar de la hierba, tan alta como para desaparecer en ella de cuerpo entero; del rio, tan vasto y lento, por el que navegaban los barcos de vapor de la United Africa. Describir la selva, oscura como la noche, habitada por miles de aves. Pero prefirio no decir nada. Se limito a decir: si, en esa casa. En modo alguno se le ocurrio pronunciar el nombre de Ibusun, porque Leone lo habria desbaratado y le habria sentado fatal. Peor aun; Leone tal vez se hubiera echado a reir.

Ahora, daba gusto esperar en el comedor del barco, con esas palabras que se escribian. Estaban cada minuto mas cerca de Onitsha, mas cerca de Ibusun. Fintan se sentaba frente a ella, con los codos apoyados en la mesa, y la miraba. Tenia una mirada muy negra, penetrante, atenuada por unas pestanas largas y rizadas como las de una chica, y un bonito pelo liso, castano como el de Maou.

Desde muy pequeno, ella le repetia todos estos nombres casi a diario, los del rio y sus islas, la selva, los herbazales, los arboles. El sabia ya todo sobre los mangos y el name sin haberlos probado. Conocia el lento movimiento de los barcos de vapor, que remontan el rio hasta Onitsha para transportar las mercancias hasta el Wharf [1] y vuelven a partir cargados de aceite y llantenes.

Fintan miraba a Maou. Le decia:

«Hablame en italiano, Maou.»

«?Que quieres que te diga?»

«Dime unos versos.»

Y ella recitaba unos versos de Manzoni, de Alfieri, Antigona, Maria Estuardo, fragmentos que habia aprendido de memoria, en el colegio San Pier d'Arena, en Genova:

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