desconocido que habia escrito unas cartas para que fueran a reunirse con el en Africa. Era un hombre sin mujer y sin hijo, un hombre al que no conocian, no habian visto nunca, asi es que ?por que los esperaba? Tenia un nombre, un bello nombre, es cierto, se llamaba Geoffroy Alien. Pero cuando llegaran alli, a la otra punta del viaje, pasarian muy deprisa por el muelle y el no veria nada, no reconoceria a nadie, no tendria mas remedio que volver a su casa de vacio.

En cubierta, en medio de la noche, se puso a soplar el viento. El viento del oceano soplaba bajo las puertas, abofeteaba la cara. Fintan caminaba contra el viento, hacia proa. Las lagrimas de sus ojos eran saladas como las salpicaduras de las olas. Brotaban ahora en libertad debido al viento que arrancaba los pedazos de tierra. La vida en Marsella, en el apartamento de la abuela Aurelia, y antes de eso, la vida en San Martin, la partida al otro lado de las montanas, hacia el valle del Stura, hasta Santa Anna. El viento soplaba, barria, hacia saltar las lagrimas. Fintan caminaba por cubierta, siguiendo la pared metalica, cegado por las bombillas electricas, por el negruzco vacio del mar y el cielo. No sentia el frio. Con los pies desnudos, avanzaba aferrandose a la borda, hacia la cubierta ahora desierta de las primeras. Al pasar frente a los camarotes, veia siluetas en las ventanas, a traves de las cortinas de muselina, oia voces de mujeres, de risas, musica. Al fondo de la cubierta se hallaba el gran salon de las primeras, con gente todavia sentada en las mesas, en sillones rojos, hombres fumando, jugando a las cartas. Delante estaba la cubierta de carga, con las escotillas cerradas, el mastil, el castillo de proa iluminado por una lampara amarilla, con el agresivo viento y las olas rompiendo en una nube de vapor que brillaba sobre los charcos, como las rachas de la lluvia sobre una carretera. Fintan se pego con la espalda a la pared, entre las ventanas del salon, y se dedico a mirar sin moverse, casi sin respirar. Con tanto tiempo de pie, tanto tiempo mirando, tenia la impresion de caer hacia adelante, de que el buque se hundia hacia el fondo del mar. El negruzco vacio del oceano y el cielo se le subia a los ojos. Un marinero holandes, llamado Christof, que vino a cubierta por casualidad, descubrio a Fintan en el momento en que iba a desmayarse. Se lo llevo en brazos hasta el salon, y una vez que el segundo de a bordo lo hubo interrogado lo devolvieron al camarote de Maou.

Maou nunca habia conocido una felicidad semejante. El Surabaya era un buque agradable, con cubiertas protegidas por donde se podia pasear, tumbarse en una chilena para leer un libro y sonar. Se podia ir y venir con entera libertad. El senor Heylings, el segundo de a bordo, era un hombre alto y fuerte, de tez bastante rojiza, casi calvo, que hablaba frances con soltura. Tras la aventura nocturna de Fintan trabo amistad con el muchacho. Se lo llevo con Maou a visitar la sala de maquinas. Estaba muy orgulloso de las maquinas del Surabaya, de las viejas turbinas de bronce que giraban despacio haciendo un ruido que el comparaba al de un reloj de pared. Les explico el funcionamiento de los rodajes y las bielas. Fintan se quedo un buen rato admirando las valvulas, que se elevaban alternativamente, y, a traves de las lumbreras, los dos ejes de las helices.

Hacia dias que el Surabaya avanzaba por el oceano. Un atardecer, el senor Heylings se llevo a Maou y Fintan al puente de mando. Un rosario de islas negras estaba prendido en el horizonte. «Mira: Madeira, Funchal.» Eran nombres magicos. El barco se aproximaria durante la noche.

Cuando el sol entraba en contacto con el mar, todo el mundo, salvo algunos escepticos, se iba a proa, por donde las primeras, con la ilusion puesta en el rayo verde. Pero cada tarde sucedia lo mismo. En el ultimo instante, el sol se ahogaba en una bruma que parecia surgir del horizonte para eclipsar el milagro.

Eran las veladas que preferia Maou. Ahora que el buque se acercaba a las costas de Africa reinaba una languidez en el aire, con el crepusculo, un soplo tibio que acariciaba la cubierta y satinaba el mar. Sentados en chilenas contiguas, Maou y Fintan se hablaban bajito. Era la hora del paseo. Los pasajeros iban y venian, se saludaban. Los Botrou, con quienes compartian mesa en las comidas, una pareja de comerciantes instalada en Dakar. La senora O'Gilvy, mujer de un oficial ingles destinado en Acra. Una joven enfermera francesa llamada Genevieve, y un italiano engominado que era su galan. Una hermanita del Tesino, Maria, que se dirigia al centro de Africa, a Niger; tenia un rostro muy liso y ojazos verde agua, una sonrisa infantil. Maou no habia conocido antes gente asi. Jamas se habia imaginado poder un dia coincidir con ellos, compartir su aventura. Le dirigia la palabra a todo el mundo, con entusiasmo, tomaba tes, se iba al salon de las primeras despues de cenar, se sentaba en aquellas mesas tan blancas en que brillaba la vajilla de plata y los vasos tintineaban al ritmo de las valvulas de bronce.

Fintan escuchaba la cantarina voz de Maou. Le encantaba su acento italiano, pura musica. Se quedaba dormido en la silla. El espigado senor Heylings lo cogia en brazos, lo acostaba en la estrecha cama. Al abrir de nuevo los ojos, veia las seis ranuras encima de la puerta del camarote brillando misteriosamente como la primera noche en el mar.

Sin embargo, no se dormia. Con los ojos bien abiertos en la penumbra, se quedaba esperando a Maou. El buque arfaba pesadamente, provocando el crujido de las cuadernas. Entonces Fintan podia hacer memoria. Los detalles del pasado no habian desaparecido. Se hallaban agazapados en la oscuridad, bastaba con fijarse bien, con escuchar bien, y alli estaban. Los herbazales del valle del Stura, los ruidos del verano. Las carreras hasta el rio. Las voces de los ninos, que gritaban: ?Gianni! ?Sandro! ?Sonia! Las gotas de agua fria por la piel, la luz que se engarzaba en el pelo de Esther. En San Martin, mas lejos todavia, el ruido del agua que caia en cascada, el arroyo que galopaba por la calle mayor. Todo ello regresaba, penetraba en el estrecho camarote, poblaba el aire pesado y gris. Luego el buque arrojaba todo a las olas, lo trituraba todo en su estela. La vibracion de las maquinas era mas poderosa que esos recuerdos; se debilitaban y enmudecian.

Luego se oian risas en el pasillo, la voz clara de Maou, la voz grave y lenta del holandes. Decian: ?Sss!… La puerta se abria. Fintan apretaba los parpados. Olia el perfume de Maou, escuchaba el fruncimiento de las telas mientras se desvestia en la penumbra. ?Que bien se estaba con ella, tan cerca de ella dia y noche! Aspiraba el aroma de su piel, de su pelo. Antes, en la habitacion, en Italia. De noche, las ventanas cegadas con papel azul, el fragor de los aviones americanos que iban a bombardear Genova. Se apretaba contra Maou, en la cama, escondia la cabeza entre su pelo. Oia su aliento, el ruido de su corazon. Cuando ella se dormia se sentia algo suave, ligero, una corriente de aire, un halito. Eso es lo que aguardaba con impaciencia.

Se acordaba de cuando la vio desnuda. Fue en el verano, en Santa Anna. Los alemanes estaban muy cerca, se oia el estruendo de los canones en el valle. En la habitacion estaban bajadas las persianas. Hacia calor. Fintan abrio la puerta sin hacer ruido. En la cama estaba acostada Maou, desnuda del todo encima de la sabana. Su cuerpo era inmenso y blanco, delgado, con las costillas marcadas, las negras matas de las axilas, los oscuros botones de los senos, el triangulo del pubis. Reinaba el mismo aire gris que en el camarote, el mismo agobio. De pie ante la puerta entreabierta, Fintan se quedo mirando. Recordaba que le ardia la cara, como si ese cuerpo blanco irradiara calor. Dio luego dos pasos hacia atras, sin respirar. En la cocina zumbaban las moscas contra los cristales. Ademas una columna de hormigas recorria la pila, y el grifo de cobre goteaba. ?Por que se acordaba de todas estas cosas?

El buque Surabaya era un arcon de acero que arramblaba los recuerdos, los devoraba. No cejaba el ruido de las maquinas. Fintan se imaginaba las bielas y los ejes reluciendo en el vientre del buque, y las dos helices que, girando en sentido contrario, desmenuzaban las olas. Todo era arramblado. Iban quizas al otro confin del mundo. Iban a Africa. De alli eran esos nombres que llevaba oyendo desde siempre, Maou los pronunciaba despacio, esos nombres familiares y tremendos, Onitsha, Niger. Onitsha. Muy lejos, en el otro confin del mundo. Ese hombre que estaba a la espera. Geoffroy Alien. Maou enseno las cartas. Las leia como quien recita una plegaria, o una leccion. Se paraba, miraba a Fintan con unos ojos que brillaban de impaciencia. Cuando esteis en Onitsha. Os espero a los dos, os quiero. Ella decia: «Tu padre ha escrito, tu padre dice…» Ese hombre que se llama igual. Os espero. Entonces cada giro de helice en el agua negruzca del oceano queria decir eso, repetia esos nombres, tremendos y familiares, Geoffroy Alien, Onitsha, Niger, esas palabras carinosas y amenazadoras, os espero, en Onitsha, a orillas del rio Niger. Soy tu padre.

Alli estaban el sol y el mar. El Surabaya parecia inmovil en la mar infinitamente llana, inmovil como un castillo de acero frente al cielo casi blanco, sin un pajaro, mientras el sol se hundia en el horizonte.

Inmovil como el cielo. Pasaban dias y dias con tan solo este severo mar, el aire que se movia a la velocidad del buque, el progresivo avance del sol sobre las planchas de chapa, una mirada que se desplomaba sobre la frente, sobre el pecho, que abrasaba en lo mas profundo del cuerpo.

De noche Fintan no podia conciliar el sueno. Sentado en la cubierta, en el sitio donde estuvo a punto de perder el conocimiento la primera velada, miraba el cielo al acecho de las estrellas fugaces.

El senor Botrou menciono la existencia de lluvias de estrellas. Pero el cielo se mecia despacio frente al mastil

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