traslado en una motora con los tres cuartos de millon a la isla de Fisher para entregarlos a los dos hombres que Tynan habia designado…
Ahora el asesino de Maynard habia resultado ser uno de aquellos hombres.
– Creame, es el mismo hombre, Chris -estaba diciendo Radenbaugh-. Ello significa que Tynan queria el dinero para librarse de Maynard. Significa que me saco de la prision con el fin de conseguir el suficiente dinero como para pagar a un asesino a sueldo, un dinero cuyo origen no pudiera establecerse. Tynan ha urdido el asesinato. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de evitar que Maynard destruyera la Enmienda XXXV, estaba dispuesto incluso a asesinar a Maynard…
– Ya basta -dijo Collins con firmeza-. No puede usted demostrarlo.
– Pero, hombre de Dios, ?que otra prueba necesita usted? Yo estaba alli con Tynan cuando este me hizo el ofrecimiento. Me saco de la carcel, me facilito una nueva identidad, me envio a Miami y a la isla de Fisher y me hizo entregar tres cuartos de millon de dolares… ?a quien? Pues ni mas ni menos que al hombre que esta madrugada ha asesinado al presidente del Tribunal Supremo, Maynard. ?Que otra prueba le hace falta a usted?
Collins estaba intentado reflexionar y aclarar sus ideas.
– No necesito ninguna otra prueba, Donald -dijo-. Le creo a usted. Pero, ?que otra persona iba a creerle?
– Puedo acudir a la policia. Puedo revelar lo que ocurrio. Puedo decir que entregue dinero a ese asesino en nombre de Tynan.
– No daria resultado -dijo Collins sacudiendo la cabeza.
– ?Y por que no iba a darlo? Harry Adcock conoce la verdad. El director Jenkins conoce la verdad…
– Pero no hablaran.
Radenbaugh agarro a Collins por las solapas de la chaqueta.
– Oigame, Chris. La policia me creera. Soy yo mismo. Estuve alli, en aquella isla. Podemos librarnos de Tynan. Puedo revelar toda la verdad.
Collins aparto las manos de Radenbaugh de su chaqueta.
– No -dijo-. Donald Radenbaugh podria revelar la verdad.
– Pero Donald Radenbaugh no existe… el testigo no existe…
– ?Pero si estoy aqui!
– Lo lamento. El que esta aqui es Dorian Schiller. Donald Radenbaugh ha muerto. No existe la menor prueba de que viva. No existe.
Radenbaugh se abatio subitamente. Por fin lo habia comprendido.
– Creo… creo que tiene usted razon -dijo mirando a Collins con desamparo.
Como si hubiera experimentado una transformacion que le hubiera infundido nuevos brios, Collins dijo:
– Pero yo si existo. Acudire directamente al presidente. Con pruebas o sin ellas, creo en lo que usted me ha revelado y en todo lo que he podido averiguar y voy a exponerselo todo al presidente. Han sucedido demasiadas cosas para que puedan pasarse por alto. Es necesario que el presidente se entere de lo que esta ocurriendo, de que la ilegalidad y los crimenes de este pais los esta cometiendo Vernon T. Tynan. Es imposible que el presidente evite enfrentarse con la verdad. En cuanto lo sepa, hara lo que el presidente del Tribunal Supremo, Maynard, queria hacer, es decir, efectuar una publica declaracion, repudiar a Tynan, denunciar la Enmienda XXXV y lograr su derrota de una vez por todas. Animese, Donald. Nuestra pesadilla esta a punto de terminar.
8
El presidente de los Estados Unidos se hallaba sentado muy erguido en el negro sillon giratorio de cuero tras el escritorio Buchanan del Despacho Ovalado de la Casa Blanca.
– ?Destituirle? -repitio elevando ligeramente el tono de su voz-. ?Quiere usted que despida al director del FBI?
El presidente Wadsworth, sentado tras el escritorio, y Chris Collins, acomodado en una silla de madera negra que habia arrimado a este, llevaban unos veinte minutos hablando. Mejor dicho, Collins habia estado hablando y el presidente le habia estado escuchando.
Al solicitar Collins aquella manana ser recibido, le indicaron que el programa del presidente estaba completo. Collins habia senalado que se trataba de una cuestion de «emergencia» y el presidente habia accedido a concederle media hora despues del almuerzo, a las dos de la tarde.
Al entrar en el Despacho Ovalado, Collins habia prescindido de los habituales preambulos, se habia plantado ante el presidente y habia comenzado una apasionada explicacion.
– Creo que debe usted conocer ciertas cosas que estan ocurriendo a espaldas suyas, senor presidente, cosas horrendas -habia empezado a decir Collins-. Y, puesto que no va a haber nadie que le hable de ellas, creo que voy a tener que hacerlo yo. No sera facil, pero alla va.
Despues, casi como en un monologo, Collins habia relatado los incidentes y situaciones que se habian producido desde la advertencia del coronel Baxter en relacion con el Documento R hasta la identificacion por parte de Donald Radenbaugh del asesino del presidente del Tribunal Supremo. Lo habia revelado de carrerilla, con la claridad de un abogado, sin omitir el menor detalle.
Y habia concluido diciendo:
– No puede haber ningun motivo que justifique la transgresion de la ley para preservar la ley. El director ha sido el principal impulsor de todo este asunto. Basandome en las pruebas que acabo de exponerle, senor presidente, creo que no le queda a usted mas alternativa que destituirle.
– ?Destituirle? -repitio el presidente-. ?Quiere usted que despida al director del FBI?
– Si, senor presidente. Tiene usted que librarse de Vernon T. Tynan. Si no para castigarle por sus acciones criminales, para restablecer el liderazgo de la presidencia y salvaguardar el sistema democratico. Ello le costara a usted la Enmienda XXXV pero preservara la Constitucion. Y despues podremos elaborar un plan mejor encaminado a garantizar la ley y el orden en este pais, basandonos no en la represion y la tirania potencial, sino en el mejoramiento de las estructuras sociales y economicas de nuestra sociedad. No obstante, nada de todo ello sera posible mientras Tynan permanezca en su cargo.
El presidente habia escuchado todo el relato de Collins con extraordinaria impasibilidad. Si se exceptuaban los gestos de alisarse el cabello entrecano, frotarse la nariz aguilena o cubrirse la huidiza mandibula con una mano, habia escuchado en silencio y sin dar muestras de la menor emocion.
Su expresion seguia siendo ahora impasible. Su unico movimiento consistio en tomar un artistico abrecartas, sopesarlo en una mano y volverlo a dejar despues sobre el escritorio.
– ?Asi es que cree usted realmente que el director Tynan merece ser destituido? -pregunto.
Collins no podia estar seguro de si el presidente estaba de su parte o bien se estaba limitando simplemente a analizar la situacion mas a fondo.
Probaria una vez mas con un argumento decisivo.
– Sin la menor duda -contesto energicamente-. Los motivos para su destitucion son innumerables. Tynan debiera ser destituido por conspiracion, por abuso de las atribuciones de su cargo en el intento de conseguir la aprobacion de una ley que le investiria de un poder extraordinario. Debiera ser destituido por chantaje e ingerencia en procedimientos legales. De lo unico de lo que no le acuso es de asesinato, y eso porque no puedo demostrarlo. Lo demas esta muy claro. Con su destitucion, sobre la base de lo que usted pueda elegir de entre las distintas pruebas que mi oficina sometera en cuanto antes a su consideracion, la Enmienda XXXV se hundira por su propio peso. Pero, en realidad, podria usted deshacer todo el mal que Tynan ha cometido hasta la fecha emprendiendo personalmente la accion que el presidente del Tribunal Supremo, Maynard, deseaba llevar a cabo, es decir, manifestandose publicamente en contra de la enmienda de tal forma que California la rechace. No creo que ello fuera necesario una vez se hubiera usted librado de Tynan, pero constituiria una medida muy prudente que le granjearia un mayor respeto.
El presidente permanecio en silencio unos instantes como si reflexionara acerca de lo que acababa de escuchar. Inesperadamente, se levanto del sillon de cuero negro, se volvio de espaldas a Collins, se dirigio muy erguido hacia la ventana de la izquierda enmarcada por unos verdes cortinajes y se quedo de pie contemplando el cesped de la Casa Blanca y la Rosaleda.