noche a la semana en la residencia particular de Vernon T. Tynan, situada en las afueras de la ciudad. Una noche de cada siete -todos los viernes por la noche-, Mary Lampert, camuflada con unas carpetas bajo el brazo, acudia a la casa de estilo georgiano fuertemente vigilada de Tynan, cerca del parque Rock Creek. Tomaba unas tres o cuatro copas en compania del jefe. Le desnudaba. Despues se desnudaba ella. Ambos jugaban en la cama y despues ella introducia la cabeza entre las piernas de su jefe. Con precision matematica, una vez a la semana, todas las semanas a lo largo de tres anos. ?Que diablos se habian creido que eran aquellos imbeciles para decir que Vernon T. Tynan no era normal?
Santo cielo, penso Adcock, como se sorprenderian aquellos imbeciles de la capital si supieran lo normales que eran el director y el director adjunto, probablemente los unicos seres normales de aquel depravado pais (con la excepcion del presidente). Y resultaba igualmente normal que el se sublimara en Tynan, que el fuera el mas leal y seguro servidor del hombre autenticamente mas grande de los Estados Unidos de Norteamerica.
Por eso no podia ahora decepcionar a Tynan en aquella cuestion tan importante de la investigacion acerca de Collins.
Y, sin embargo, a pesar de toda su concentracion y de todos sus esfuerzos, no habia conseguido alcanzar todavia ningun resultado positivo.
Se estaba entristeciendo y desanimando una vez mas, cuando se percato de que la funcionaria de comunicaciones Mary Lampert se encontraba de pie ante el contemplandole con expresion radiante.
Con una reverencia, Mary deposito sobre sus rodillas una tarjeta de registro de huellas dactilares y varias hojas de papel.
– Buenas noticias, Harry -le dijo.
– ?De que se trata? -pregunto el sobresaltado.
– De la investigacion sobre Collins -repuso ella-. Acabamos de descubrir algo. Vealo usted mismo.
Adcock tomo los papeles, estudio las huellas dactilares y, poco a poco, empezo a examinar los papeles uno a uno. Su perplejidad se desvanecio de inmediato.
– ?Santo cielo! -exclamo con expresion radiante.
Eran las ocho menos diez de la manana y Chris Collins se encontraba de pie ante el espejo del cuarto de bano terminando de afeitarse. Se enjabono el rostro una vez mas y despues se inclino sobre el lavabo, recogio agua caliente con ambas manos y se enjuago el jabon de la cara.
Se irguio y empezo a canturrear examinandose ante el espejo. Ultimamente el espejo habia reflejado un rostro alargado y enjuto perpetuamente enfurrunado que parecia el de un hombre de mas edad. Pero esta manana su rostro era -o al menos parecia-tan saludable y terso como el de un joven deportista.
Tal vez la transformacion se debiera a su jubilo.
Desde que hacia dos dias habia recibido la llamada del presidente del Tribunal Supremo, Maynard, en la que el jurista le habia comunicado que iba a dimitir de su cargo con el fin de manifestarse en contra de la Enmienda XXXV, Collins se habia estado sintiendo continuamente embargado por la alegria. Ni siquiera la mas reciente noticia de anteayer por la noche -la advertencia de Ishmael Young en el sentido de que el FBI le estaba sometiendo secretamente a investigacion- habia conseguido empanar la dicha de Collins. El dia anterior, pensando en el comportamiento de Tynan, habia estado varias veces a punto de enfrentarse con el y revelarle lo que sabia. Ello hubiera sin duda turbado a Tynan y se hubiera traducido en el termino inmediato de la investigacion. Pero, al final, Collins llego a la conclusion de que no le importaba lo mas minimo. Dejaria que Tynan siguiera participando en aquel inutil juego. En primer lugar, Tynan no conseguiria averiguar nada. Ni en la pasada ni en la presente actividad de Collins habia nada que ocultar. Y, en segundo lugar, su contienda con Tynan estaba a punto de finalizar. Collins sabia que ahora tenia en sus manos la carta del triunfo.
El hecho de haber logrado persuadir a Maynard para que se manifestara publicamente en contra de la enmienda habia constituido su victoria definitiva. Con ello quedaria anulada toda la tactica de la oposicion. El sueno dorado de Tynan, su esperanza de alzarse con un poder dictatorial a traves de la Enmienda XXXV, se desvaneceria en cuanto el presidente del Tribunal Supremo, Maynard, dejara escuchar su voz en Sacramento y hablara en contra de la enmienda. Hasta podrian olvidarse de la misteriosa arma de Tynan, el Documento R, independientemente de lo que este pudiera ser. A pesar de la advertencia de Baxter en su lecho de muerte en el sentido de que era necesario darlo a conocer, el Documento R resultaria impotente e inofensivo gracias a las afirmaciones que Maynard iba a hacer hoy en Sacramento.
Tras secarse el rostro, Collins descolgo de una percha una camisa azul limpia y se la puso. Mientras se la abrochaba, calculo el momento exacto de la victoria de la democracia en los Estados Unidos. El reloj de la repisa de azulejos de debajo del espejo del cuarto de bano le decia que eran en Washington las ocho en punto de la manana. Ello significaba que en California eran las cinco de la manana. En aquellos momentos, Maynard se estaria levantando de su cama disponiendose a emprender el viaje de dos horas desde Palm Springs a Los Angeles. Alli, a las nueve de la manana, mientras Collins se tomara aqui el almuerzo, Maynard se reuniria con los informadores en una conferencia de prensa y asombraria a la nacion con su dimision, asombraria a toda California al declarar que tenia el proposito de trasladarse a la capital del estado con el fin de instar a los legisladores a que rechazaran la Enmienda XXXV. Y alli, a las tres de la tarde, mientras Collins abandonara su despacho y se dispusiera a regresar a casa para la cena, Maynard leeria su electrizante declaracion contra la enmienda, primero ante el Comite judicial de la Asamblea del estado y despues ante el Comite Judicial del Senado del estado.
Faltaban pocas horas para que la Asamblea de California votara sobre la enmienda constitucional, seguida por el Senado. Pero la enmienda no llegaria al Senado. Seria destruida para siempre en su primera prueba ante la Asamblea. La opinion de Maynard, su influencia y su prestigio conseguirian la victoria.
Collins empezo a tararear el «Gloria, gloria, aleluya», pero de pronto se dio cuenta de que resultaba un poco cursi y se callo. Se habia puesto la corbata y se la estaba anudando, disponiendose a tomar rapidamente el desayuno en compania de Karen antes de salir a toda prisa hacia el despacho, cuando escucho llamar a la puerta del cuarto de bano.
– ?Chris?
– Si.
– Hay un senor que ha venido a verte. Un tal Schiller, Dorian Schiller. Dice que es amigo tuyo.
Collins abrio la puerta del cuarto de bano.
– ?Dorian Schiller, aqui?
– No me sonaba el nombre. Por eso no le he hecho pasar. Le dire…
Karen habia dado media vuelta para marcharse cuando Collins extendio la mano y la asio por el brazo.
– No, Karen, espera. Es el nuevo nombre que le di a Donald Radenbaugh.
– ?A quien?
– No te preocupes. Te lo explicare mas tarde. Es un amigo mio. Hazle pasar en seguida. Le recibire ahora mismo.
Mientras Karen se dirigia a la puerta principal para franquearle la entrada a Radenbaugh, Collins fue por la chaqueta. Al tiempo que se la ponia, se pregunto que desearia Radenbaugh a aquella hora tan temprana. Desde su regreso de Argo City solo se habia reunido con Radenbaugh una vez, si bien habia estado hablando con el diariamente por telefono. Habia instalado a Radenbaugh en una suite de dos habitaciones del Hotel Madison, situado en la confluencia de las calles Quince y M, y le habia entregado todas las notas y resultados de investigaciones de que se disponia con vistas a un plan de su invencion destinado a combatir la criminalidad y el desorden en la nacion. Se trataba de un plan susceptible de sustituir a la Enmienda XXXV, un plan que Collins tenia el proposito de presentar en el transcurso de la reunion del gabinete consecutiva a la derrota de la enmienda en California.
La presencia de Radenbaugh en su casa a aquellas horas de la manana constituia una sorpresa. Collins le habia dicho claramente que no se alejara demasiado de los confines del hotel, que permaneciera el mayor tiempo posible en sus habitaciones. En Washington se le conocia demasiado. A pesar de que su aspecto habia sufrido una considerable modificacion, era posible que le reconociera alguien que le hubiera conocido muy bien. Ello provocaria dificultades, y hasta podria traducirse en su eliminacion. Collins solo deseaba que permaneciera en Washington el tiempo estrictamente necesario para la preparacion de aquel proyecto de ley. Entre tanto, se intentaria encontrarle una ocupacion razonable en alguna pequena localidad de alguna apartada zona del pais.
Collins abandono el dormitorio con aire preocupado y entro en el salon. Esperaba encontrar a Radenbaugh