Hippolyte, un estudiante de la Universidad, y no bailo.
Estas ultimas palabras las dije con mas enfasis del que pretendia, y quizas con un poco de rudeza. Solo intentaba parecer decidido.
El hombre me respondio con un gesto amenazador, dirigido a mi estomago:
– Esto es un error. El baila.
– ?Pero por que? Dime por que. No puede producirte placer ver bailar a un hombre tan torpe.
Hizo otra vez un gesto perentorio, y esta vez no fue solo una amenaza de violencia, pues me dio un golpe tan fuerte en la pierna con su flauta, que me hizo saltar de dolor. Entonces, en un tono de voz muy amable, que parecia contradecir el golpe, dijo:
– ?El quiere abandonar la habitacion?
Supe que estaba en manos de alguien mas fuerte que yo, y que no podria vencer la forma peculiar que tenia aquel hombre de dirigirse a mi.
– ?No puede el abandonar la habitacion, si no baila? -le pregunte, esperando que no creyera que me estaba burlando de el.
Al oir esto, me arrojo su instrumento a la cara. La boca se me lleno de sangre. Senti mucho frio.
– El ha perdido su oportunidad de bailar -dijo.
Cai de rodillas aterrado, cerre los ojos. Aspire el intenso hedor de su traje de bano, pero no sucedio nada.
Cuando abri los ojos, otra persona me acompanaba en la habitacion; era una mujer, sentada en una alta silla de mimbre, en una esquina del cuarto. Estaba vestida con algo blanco y largo, como un traje de primera comunion o de novia.
No podia dejar de mirarla, pero sabia que mi mirada era discontinua, rota, compuesta por cientos de pequenas miradas con un pequeno intervalo entre cada una y de identica duracion. Lo que interrumpia mi mirada -los negros intervalos entre las figuras, para decirlo de alguna manera- era la conciencia de algo suelto en mi boca, y una dolorosa hinchazon en mi cara, de la que no queria saber mas de lo que ya sabia, como quien no quiere mirarse por miedo a descubrir su propia desnudez. A partir de entonces, sin embargo, la mirada cordial de la mujer se dirigio hacia mi sin revelar ningun sintoma de antipatia, y trate de dominar mi turbacion. Quizas mi mirada se encendia y apagaba porque estaba cambiando, y el unico modo en que podia alcanzar la ilusion de una dulce transicion de un escenario a otro de mi mirada, era precisamente deslizandome dentro de la mirada, porque si hubiera permanecido fija se habria formado una mancha difusa y una disolucion de mis facciones, y ella hubiese tenido una desagradable impresion de mi cara. Pense una manera desacertada de aproximarme hacia ella. Me puse a bailar, girando y girando sobre mi mismo. Salte, hice chocar las rodillas y movi los brazos. Pero cuando me detuve para tomar aire, vi que no habia avanzado hacia ella. Sentia el peso de mi rostro. Ella dijo:
– No me gusta tu cara. Damela. La usare como zapato.
Esto no me alarmo, porque ella no llego a levantarse de la silla. Dije solamente:
– No se puede poner el pie en una cara.
– ?Por que no? -respondio ella-. Un zapato tiene ojos.
– Y una lengua -anadi.
– Y una suela -dijo, poniendose de pie.
– ?Por que haces bromas estupidas? -grite, empezando a alarmarme. Le pregunte cual era el objeto de las cadenas en la pared, y por que esta habitacion estaba amueblada como la otra. Entonces me conto una historia sobre la casa y por que habia sido llevado a esta habitacion. He olvidado esta parte del sueno. Recuerdo solo que habia un secreto y un castigo. Tambien que alguien se habia desmayado. Y porque se habia desmayado y los otros estaban ocupados cuidandole, yo fui descuidado y tenia derecho a pedir un tratamiento mejor.
Le dije que era yo el desmayado.
– Las cadenas son para ti -declaro.
Vino hacia mi. Me quite los zapatos y fui con ella hasta la pared, donde me sujeto las munecas con las cadenas. Entonces me trajo una silla para sentarme.
– ?Por que te gusto? -me pregunto.
Estaba sentada frente a mi en otra silla. Le explique que era debido a que ella no me obligaba a hacer nada que yo no quisiera hacer. Pero mientras decia esto, pensaba si realmente era cierto.
– Entonces no hay necesidad de que me gustes -replico ella-. Tu pasion por mi nos mantendra felices a ambos.
Trate de pensar una forma delicada de decirle que estaba contento, pero que de todos modos me queria marchar. Me sentia mucho mas feliz en su compania que con la del hombre de la flauta. Las cadenas me parecian brazaletes. Pero mi boca estaba dolorida, mis pies sudaban y mi mirada, lo sabia, no era sincera.
Extendi mis piernas y puse los pies en la falda de su blanco vestido. Se quejo porque se lo ensuciaba y me dijo que tendria que marcharme. Apenas podia creer en mi buena suerte y tan poderoso era el sentimiento de descanso, que el deseo de dejar la habitacion era ahora menos urgente que el de expresar mi gratitud. Le pregunte si podria besarla antes de partir. Se rio y me abofeteo.
– Debes aprender a tomar las cosas sin pedirlas -dijo secamente-. Y bailar antes de que te lo manden y ofrecer tus zapatos y componer tu cara.
Las lagrimas cayeron de mis ojos. En mi tristeza le pedi que se explicara mejor. No me contesto. Me lance hacia ella con la intencion de poseerla sexualmente, y en ese mismo instante desperte.
Me levante sumamente excitado. Despues de prepararme yo mismo un cafe, limpie a fondo la habitacion y puse todo en orden. Supe que algo me habia sucedido y queria celebrarlo, y con este proposito la tarea de ordenar siempre es mucho mas agradable. Despues me sente frente a mi escritorio y considere el sueno. Pasaron varias horas. Al principio, el sueno me intrigaba por su excesiva claridad; es decir, lo recordaba muy bien. Sin embargo me parecia como si la gran evidencia de todo el sueno obstruyese el camino hacia cualquier interpretacion fructifera. Insisti. Dedique toda la manana a reflexionar sobre los detalles del sueno, y me exigi aplicar una cierta ingenuidad en la interpretacion. Pero mi mente rechazo nuevas cabalas sobre el sueno. Hacia el mediodia sospeche que el sueno se habia interpretado a si mismo, por decirlo asi. O aun, que aquella manana de tension mental era el verdadero sueno, y las escenas en las dos habitaciones eran la interpretacion. (No creo poder hacer que esta idea resulte por el momento completamente clara al lector.)
Ciertos rasgos de mi propio caracter, en el sueno, -mi falsa humildad, mi propension a la verguenza, mi actitud de suplica y temor, mi deseo de ceder, halagar y complacer a los dos personajes de mi sueno- me hicieron recordar como habla mucha gente de su propia infancia. Pero yo no habia sido un nino educado en el miedo: no recuerdo que mis padres me hubieran pegado o atemorizado nunca. «Esto no es un sueno de mi infancia», dije, quizas prematuramente.
Me detuve a pensar en el hombre de la flauta y el banador, en su antagonismo hacia mi. Saboree mi atraccion hacia la mujer del vestido blanco, y su rechazo. «He tenido un sueno sexual», dije. Y pude hacer pocos progresos mas acerca de mi sueno hasta el atardecer.
Aquella tarde tenia una cita en un cafe con el amigo escritor que ya mencione, que habia sido boxeador profesional en su juventud. Habia llegado a intimar mucho mas con este hombre, unos diez anos mayor que yo, que con cualquier otro de los integrantes del circulo de Frau Anders, pese al hecho de que llevaba una vida de muchos compartimentos y adoptaba un disfraz para cada uno, una vida dificil de comprender en su totalidad. Durante el dia se sentaba en su habitacion, vestido con su pantalon de boxeo, y escribia novelas que la critica recibia bien; a la hora del aperitivo y a media tarde se colocaba su traje oscuro e iba a la opera o a casa de Frau Anders; llegada la noche, vagaba por los bulevares de la ciudad, buscando hombres, para lo cual vestia exoticos disfraces de un agresivo caracter masculino, por ejemplo de marinero, camionero o rufian. Dado que ninguna de sus novelas habia alcanzado una venta superior a los pocos cientos de ejemplares, era mediante la prostitucion y el robo menor que Jean-Jacques se ganaba una modesta vida. Como siempre hablaba abiertamente de lo que llamaba su trabajo -a escribir lo llamaba su «obra»- le pregunte frecuentemente por sus experiencias. El confiaba mas en mi, supongo, porque sentia algo neutral en mi actitud, algo que no era ni rechazo ni atraccion, ni nada parecido a la respetuosa fascinacion con que los otros amigos observaban su «trabajo». Su indiscrecion, y mi interes, habian sido las bases de nuestra amistad, hasta la epoca de mi primer sueno.
Aquella noche, sin embargo, fui yo quien hablo primero, y el quien escuchaba. Explique mi sueno a Jean- Jacques y le intereso.
– ?Nunca has temido perder la razon? -pregunto.
