– Muy bien -dice y se la quita-. Ultimo control.

Cada uno mira su lista, hacen marcas, se miran y asienten.

– Solo me queda lo del alambre, el esparadrapo, la capucha y los guantes -dice Alicia, leyendo su lista-. Todo lo tengo aqui, dentro del bolso.

– Verificalo.

Ella revisa en su bolso y asiente.

– Si, todo esta aqui.

– Okey, buena suerte.

Se dan formalmente la mano y sonrien, ella con temor, el con una mueca ridicula, indescifrable, tumefacta.

Regresan hacia el Vedado por la Septima Avenida y luego se desvian hacia el Bosque de La Habana. Alicia estaciona en un lugar solitario, saca de su bolso el alambre de cobre y vuelve a amarrar a Victor, esta vez con las manos por detras. Saca entonces un carrete de esparadrapo, corta dos trozos, y se los pega encima de los p rpados. Luego desprende otro pedazo, y se lo pega a los labios sin quitarlo del carrete, que luego hace girar para amordazarlo con tres vueltas en torno a la nuca. Finalmente, le pone la capucha y le quita los guantes de goma que guarda en su bolso. Le abre la puerta y baja el cristal de su lado para oir bien. No oye ningun ruido de vehiculos. De frente, tampoco viene nadie.

– Apeate ahora.

Victor emite un sonido por la nariz, baja a ciegas del carro, y se deja caer a la vera del camino.

– ?Suerte!

Ella cierra la puerta y sale hacia Puentes Grandes.

Victor permanece tendido unos dos minutos. De pronto, oye acercarse un auto; pero le pasa al lado y sigue de largo.

'?Hijo de la chingada!'

Pero enseguida oye un frenazo y la marcha atr s. Un taxi se detiene y el chofer se apea.

– ?Alabao! ?que es esto?

Se acerca a Victor, se agacha y le quita la capucha. Al verle la boca y los p rpados tapados y el rostro tumefacto, se impresiona.

– ?Pa' su madre…!

El hombre lo coge por las axilas y lo endereza, lo ayuda a sentarse en el suelo, y comienza a quitarle el esparadrapo de los ojos sin dejar de hablar

– ?Mira pa eso! ?Que animales, cono!… Pero uste tranquilo, senor, que no le ha pasao na'… Agradezca que esta vivo, enseguida lo voy a llevar a que lo atiendan…

El hombre saca ahora una navajita de unas y le corta la mordaza a la altura de las mejillas.

– ?Lo asaltaron, senor?

Y sin esperar respuesta corre hacia el carro y regresa con unas alicates, para cortarle el amarre de las munecas.

– ?Mire como me lo han puesto…!

Victor no responde.

El hombre lo libera y lo ayuda a ponerse de pie.

Victor respira entrecortado y permanece un instante con una rodilla apoyada en el piso.

Para ayudarlo a erguirse, el hombre lo coge por un brazo.

Victor exagera su malestar y se para con dificultad.

– Gracias, amigo -Le tiembla la voz.- Unos cabrones me atacaron…

– ?Caballero! ?Que esta pasando en este pais? Esto no se habia visto nunca…

El taxista lo acompana hacia el carro:

– Monte, monte, que lo llevo enseguida a un hospital…

– No, no hace falta, lleveme mejor hacia la calle 45, al lado del Parque Zoologico.

Carmen mira unas fotos desplegadas sobre la mesa del comedor. Van Dongen, a su lado, fuma, con una taza de te en la mano.

– ?Uy, que flaco est s aqui…!

Carmen le extiende una foto donde se ve el perfil inequivoco de Van Dongen, pintando en una plaza. Viste casi andrajoso y lleva el pelo muy largo,

– Eso fue en la Place de la Contrescarpe, en Paris, hace veinte anos. Yo plantaba ese caballete en cualquier parte, hacia retratos rapidos a los turistas y me bebia de inmediato lo que ganara.

– ?Y que te habia dado por beber tanto?

– Habia fracasado en mi vocacion artistica, en mis ideales politicos -coge una foto que ella ha dejado sobre la mesa-…

Esto fue en mayo del 68, cuando nos enfrent bamos a la gendarmeria en el Barrio Latino…

– ?Y esa que esta contigo?

– Es la madre de mi hija, que vivio conmigo quince anos y despues se fue con otro… Ahi empezo mi ruina…

– ?Te afecto mucho?

– No tanto por ella, como por la nina… Me abandone mucho y no podia sostenerla. Escasamente me ganaba la vida en las calles. Y asi dure muchos anos. En el 85 termine en un hospital, en pleno delirio alcoholico. Si no es por Rieks, que vino a buscarme y se paso tres dias conmigo en Paris, nunca me habria recuperado.

– Nunca pense que un millonario pudiera tener sentimientos nobles…

– Rieks es todo corazon. Cuando quiere, se entrega. En aquella ocasion me llevo a Curazao, me pago una clinica, y durante casi dos anos, siempre encontro tiempo para visitarme… Casi todas las semana pasaba a conversar conmigo…

– Bueno, era tu primo, ?no?…

– Su hermano Vincent tambien es mi primo, y me detesta, como casi toda su familia… Se averguenzan de esta nariz y no me perdonan mis ideas de juventud. Todavia me acusan de comunista…

Carmen sonrie, divertidamente sorprendida, con las manos en la cintura:

– ?No me digas que fuiste comunista…!

– Jamas: fui anarquista en la adolescencia y despues trotskista…

– ?Y por que te protegia Rieks?

– Quiza porque anos antes, yo tambien lo ayude mucho…

Carmen le coge una mano y lo mira con amorosa intensidad.

– Yo soy un par de anos mayor que el y tenia mucho mas experiencia. Con 18 anos ya habia vivido las barricadas en Paris y la bohemia de los anos siguientes, en un medio muy liberal. En una visita que hice a Holanda lo encontre en crisis, aterrorizado de que su padre descubriera su homosexualismo. Se dejaba chantajear por un cr pula. No encontraba escapatoria. Yo lo libere del tipo y lo convenci de que se aceptara como era… Desde entonces, me hizo su confidente, me escribia a Francia para consultarme sus problemas…

El timbre estridente del portero electrico interrumpe el di logo. Van Dongen se para, camina hacia la puerta y coge el auricular.

– Diga. Si. Si, es aqui.

Lo que escucha lo sorprende. Alza las cejas en direccion a Carmen, y frunce la boca en un gesto de extraneza.

– ?Cu ndo? ?Y es grave? Si, si, pase (aprieta un boton en la pared, junto al auricular y se oye una chicharra). Ya esta abierto. Si, enseguida bajo a ayudarlo.

Cuelga el telefono y mira alarmado a Carmen, con la mano en el pomo de la puerta:

– Es un taxista que trae herido a Victor King, el de la empresa. Parece que tuvo un accidente.

Y sale precipitadamente del apartamento mientras Carmen se acerca a la ventana de la sala. Desde alli alcanza a ver al taxista de pie, junto a Victor, que en ese momento atraviesa el umbral del edificio.

Alicia aparca el Volvo de Groote en el Malecon, a unos metros de la entrada lateral del Hotel Riviera. Lee su lista de acciones proximas y las memoriza. Se asegura de no haber olvidado nada.

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