para volver a pararse y girar la cabeza a derecha e izquierda como si comprobara si habia algun peligro. Ricky admiraba y envidiaba la maravillosa simplicidad del mundo cotidiano de la lagartija: encontrar algo que comer y evitar ser devorado.

En el techo, un viejo ventilador marron de cuatro palas chirriaba ligeramente a cada revolucion mientras removia el aire caliente y estatico de la pequena habitacion. Cuando bajo las piernas de la cama, los muelles del colchon igualaron el ruido del ventilador. Se desperezo, bostezo, se paso una mano por los cabellos que cubrian su calva incipiente y, tras tomar los raidos pantalones cortos caqui que colgaban del galan de noche, busco las gafas. Se levanto y lleno una jofaina de agua con una jarra situada en una bamboleante mesa de madera. Se mojo la cara y dejo que parte del agua le bajara por el pecho. Tomo una toallita deshilachada y la enjabono con una pastilla acre que guardaba en la mesa. Sumergio la toalla en el agua y se lavo lo mejor que pudo.

La habitacion era casi cuadrada y sus paredes, estucadas en su dia de un blanco vibrante, con el paso de los anos habian adquirido un tono que recordaba el polvo que cubria la calle. Tenia pocas pertenencias: una radio que en primavera emitia los partidos de entrenamiento de las Fuerzas Armadas, varias prendas de ropa. Un calendario actual con una joven en topless y una mirada provocativa tenia ese dia senalado con boligrafo negro. Colgaba de un clavo a escasa distancia de un crucifijo de madera tallado a mano que Ricky suponia del anterior ocupante, pero que no habia quitado porque le habia parecido que descolgar un icono religioso en un pais en que la religion era tan fundamental -de maneras extranas y conflictivas para tantas personas- era buscarse mala suerte. Y, a fin de cuentas, su suerte habia sido bastante buena hasta entonces.

En una pared habia montado dos estantes que estaban abarrotados de libros desgastados y muy usados de medicina, ademas de otros nuevos. Los titulos abarcaban desde lo practico (Enfermedades tropicales y sus tratamientos) hasta lo curioso (Estudios sobre las pautas de las enfermedades mentales para las naciones en vias de desarrollo). Tenia un grueso cuaderno de piel sintetica y unos cuantos boligrafos que usaba para anotar observaciones y tratamientos, y que guardaba en una mesita junto a un ordenador portatil y una impresora. Sobre esta tenia una lista manuscrita de farmacias al por mayor en el sur de Florida. Tambien tenia un talego de lona negro lo bastante grande para un viaje de dos o tres dias, en el que guardaba algo de ropa. Echo un vistazo a la habitacion y penso que no era gran cosa, pero se ajustaba a su estado de animo y a su persona, y aunque sospechaba que le resultaria facil trasladarse a un alojamiento mejor, no estaba seguro de que fuera a hacerlo, ni siquiera despues de haber acabado con los recados que iban a ocuparle el resto de la semana.

Se acerco a la ventana y observo la calle. Estaba a solo media manzana de la clinica y ya podia ver gente reunida fuera. Enfrente habia una pequena tienda de comestibles, y el propietario y su mujer, dos personas de mediana edad disparatadamente corpulentas, estaban sacando unas cajas y unos barriles de madera que contenian frutas y verduras frescas. Tambien estaban preparando cafe y el aroma le llego mas o menos al mismo tiempo que la mujer se giro y lo vio en la ventana. Lo saludo con alegria, sonriente, y senalo el cafe que hervia a fuego lento, invitandole a unirse a ellos. Ricky levanto un par de dedos para indicar que iria en dos minutos, y la mujer volvio a su trabajo. La calle ya empezaba a llenarse de gente, y Ricky intuyo que seria un dia ajetreado en la clinica. El calor de principios de marzo era mas intenso de lo normal y se mezclaba con un sabor distante a buganvilla, hortalizas y humanidad, mientras que las temperaturas ascendian con la misma rapidez que avanzaba la manana.

Dirigio la mirada a las colinas, que alternaban un verde exuberante y vivaz con un marron yermo, elevandose por encima de la ciudad. Haiti era verdaderamente uno de los paises mas fascinantes del mundo. Era el lugar mas pobre que habia visto nunca pero, en ciertos sentidos, tambien el mas digno. Sabia que, cuando bajara por la calle hacia la clinica, seria la unica cara blanca en kilometros. Esto podria haberle inquietado antes, en el pasado, pero ya no. Le deleitaba ser distinto, y era consciente de que una extrana clase de misterio le acompanaba a cada paso.

Lo que mas le gustaba era que, a pesar del misterio, la gente de la calle estaba dispuesta a aceptar su extrana presencia sin hacer preguntas. O, por lo menos, no en la cara, lo que parecia tanto un cumplido como un compromiso con los que el estaba dispuesto a vivir.

Se reunio con el tendero y su mujer para tomar una taza de cafe amargo y espeso, endulzado con azucar sin refinar. Comio una corteza de pan recien horneado y aprovecho la ocasion para examinar el furunculo que habia sacado y drenado tres dias antes en la espalda del propietario. La herida parecia estar cicatrizando rapidamente y recordo al hombre medio en ingles y medio en frances que la mantuviera limpia y que se cambiara el vendaje otra vez ese dia.

El tendero asintio, sonrio, hablo unos minutos sobre la floja campana del equipo local de futbol y suplico a Ricky que asistiera al proximo partido. El nombre del equipo era Soaring Eagles y en cada encuentro despertaba las pasiones del barrio con resultados irregulares que no le permitian acabar de despegar. El tendero no acepto que Ricky pagara su exiguo desayuno. Ya era algo rutinario entre ambos hombres. Ricky se metia la mano en el bolsillo y el propietario hacia senas para rechazar lo que sacara.

Como siempre, Ricky le dio las gracias, y le prometio ir al partido de futbol con los colores rojo y verde de los Eagles. Luego se marcho hacia la clinica, con el sabor del cafe aun en la boca.

La gente se aglomeraba alrededor de la entrada y tapaba el cartel escrito a mano que rezaba en letras negras y desiguales con algunas faltas ortograficas:

EXCELENTE CLINICA MEDICA DEL DOCTOR DUMONDAIS. HORARIOS 10.00 A 18.00 Y CITAS CONCERTADAS. TELEFONO 067-8975.

Ricky paso a traves del gentio, que se aparto para dejarle avanzar. Mas de un hombre lo saludo levantando el sombrero en su direccion. Reconocio los rostros de algunos pacientes asiduos y les devolvio el saludo con una sonrisa.

Las expresiones de las caras reflejaron respuestas y oyo mas de un «Bonjour, monsieur le docteur» susurrado. Estrecho la mano a un hombre mayor, el sastre llamado Dupont, que le habia confeccionado un traje de lino color habano mucho mas elegante de lo que Ricky pudiese necesitar, despues de que el le hubiera proporcionado Vioxx para la artritis que le aquejaba los dedos. Como habia esperado, el farmaco habia obrado maravillas.

Al entrar en la clinica, vio a la enfermera del doctor Dumondais, una mujer majestuosa que parecia medir metro y medio tanto vertical como horizontalmente, pero con una inquebrantable fortaleza en su rechoncho cuerpo y un amplio conocimiento de los remedios tradicionales y las curas de vudu aplicables a infinidad de enfermedades tropicales.

– Bonjour, Helene -dijo Ricky-. Tout le monde estarrive cejour.

– Si, doctor. Estaremos todo el dia ocupados.

Ricky meneo la cabeza. El practicaba su frances isleno con ella, quien, a cambio, practicaba su ingles con el, preparandose con la esperanza de reunir algun dia dinero suficiente en la caja que guardaba enterrada en el patio de su casa para pagar a su primo una plaza en su viejo barco pesquero, de modo que este se arriesgara a navegar por el traicionero estrecho de Florida y la llevara a Miami para poder empezar de cero en un lugar donde, segun sabia de buena tinta, las calles estaban atestadas de dinero.

– No, no, Helene, pas docteur. C’est monsieur Lively. le ne suis plus un medecin.

– Si, si, senor Lively. Se lo que me dice esto tantas veces. Lo siento, porque estoy olvidando de nuevo otra vez.

Esbozo una sonrisa, como si no lo entendiera del todo pero aun asi deseara participar de la gran broma que hacia Ricky al contribuir con tantos conocimientos medicos a la clinica y, sin embargo, no querer que lo llamaran doctor. Ricky creia que Helene atribuia este comportamiento a las peculiaridades extranas y misteriosas de los blancos y, como a la gente reunida a la puerta de la clinica, le daba lo mismo como queria Ricky que lo llamaran. Ella sabia lo que sabia.

– Le docteur Dumondais, ?Il est arrive ce matin?

– Si, monsieur Lively. En su, ah, bureau.

– Se llama despacho.

– Si, si, Il oublie. Despacho. Oficina. Si. Esta ahi. Il vous attend.

Ricky llamo a la puerta y entro. Auguste Dumondais, un hombre menudo que llevaba bifocales y la cabeza afeitada, estaba tras su destartalada mesa de madera, al otro lado de la camilla, poniendose una bata blanca. Cuando Ricky entro, levanto la vista y le sonrio.

– Ah, Ricky, estaremos ocupados hoy, ?no?

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