unos 70 kilos. Zapatillas deportivas altas y camiseta oscura.
– Parece que me estes describiendo a mi -dijo Walter Robinson-. Antes de que me vaya de aqui alguien va a decir: «pero es que todos se parecen», seguro -anadio imitando la voz de un anciano.
El sargento sonrio burlonamente y dijo:
– Cuando te has acercado alguien ha gritado: «?Ahi, es ese!»
Robinson rio.
– Probablemente. No seria la primera vez.
– Bien, he radiado una orden de busqueda. Tal vez tengamos suerte.
– Eres la segunda persona que me dice esto en la ultima media hora, y esta noche no me siento precisamente afortunado.
El sargento se encogio de hombros.
– Sospecho que ella tampoco. -Hizo un gesto hacia el apartamento.
– ?Crees que los testigos podran trabajar con un dibujante para hacer un retrato robot?
– El anciano dice haberlo visto bien. Pero despues de decirlo su mujer le dio sus gafas.
– Fantastico. ?Estan alli? -Robinson senalo un grupo de ancianos.
– Justo delante.
– Muy bien, primero echare un vistazo.
– Ya he llamado al forense y su equipo. Estan a punto de llegar.
– Bien hecho. Gracias.
El detective se dirigio al edificio. Dudo un momento y luego entro despacio en el apartamento de Sophie Millstein. Dejo de lado el aire de camaraderia empleado fuera y se centro en todos los detalles. Un oficial uniformado estaba en la salita, junto a una jaula de pajaros cubierta, tomando notas en un bloc. Le indico con la cabeza la parte trasera, aunque no habia necesidad porque Robinson ya iba hacia alli. Se alegro de haber llegado antes que el equipo forense y tambien de que los primeros agentes que habian llegado no estuviesen arremolinados alrededor del cadaver, como solian hacer. El preferia estar un rato a solas con las victimas; eran momentos en los que su mente podia interpretar los minutos previos a la muerte. Solo en esas circunstancias podia establecer cierta comunicacion con la victima. En el aspero mundo de los detectives de Homicidios, donde solo contaban los hechos, esto era una especie de relacion mistica que le ayudaba a comprender, y cualquier cosa que estimulase la comprension era util.
Mientras se movia silenciosamente por el dormitorio, como un padre cuidando de no despertar al nino dormido, penso, como siempre en aquellas ocasiones, que detestaba ser detective de Homicidios. Era una sucesion interminable de noches calurosas, cadaveres y papeleo. Calor, hedor y monotonia. Aunque aun era joven, hacia tiempo que habia perdido la romantica nocion de que, de alguna manera, era un descendiente de Sherlock Holmes o Hercules Poirot, y tampoco se veia, como algunos de los mas experimentados hombres de su oficio, como un angel vengador cuya mision era enderezar la interminable sucesion de infamias que la gente cometia contra los demas. Habia llegado a verse a si mismo como un contable de los muertos. Su trabajo era ordenar y organizar sus ultimos y terribles momentos y presentar la verdad de aquellos a la autoridad competente, fuere un Gran Jurado o un tribunal.
El cuerpo estaba sobre la cama con los brazos y las piernas extendidos, retorcido de una forma poco natural, enredado entre ropa de cama desgarrada. «Debe de haber luchado con todas sus fuerzas contra el asesino.»
Robinson realizaba su trabajo con un obstinado estilo rutinario; preferia dejar de lado las emociones y resistirse a la imaginacion cuando se concentraba en un asesino. Preferia creer que la excitacion que sentia era el resultado de la simple tenacidad, mientras que sus camaradas, que le observaban trabajar, hubiesen hablado de arte. Como fuere, su estilo daba resultados. Habia resuelto tantos casos como cualquier otro detective del cuerpo y estaba muy bien considerado por su jefe, un tipo al que le importaba muy poco como se resolvian los crimenes pero que valoraba las estadisticas. Y pensaba que Walter Robinson tenia grandes posibilidades de promocion profesional.
El pasaba por alto las etiquetas y pensaba que la promocion era algo parecido a una enfermedad, y preferia trabajar solo.
Se acerco a la victima despacio, cuidando donde ponia los pies, manteniendo las manos pegadas al cuerpo. Se fijo rapidamente en las marcas rojas que habia en su cuello, y vio que tenia los ojos abiertos de par en par. Existia el viejo mito de que en los ojos de una victima quedaba impresa la imagen de su asesino. Mas de una vez habia visto victimas con los ojos arrancados por asesinos supersticiosos. Le habria gustado que el mito fuese verdad, eso facilitaria mucho las cosas.
Lo unico que vio en ellos fue terror. Normal, penso, ya que el agresor la habia despertado presionandole la traquea. Si la anciana se hubiese despertado antes, entonces el asesinato habria ocurrido en otra parte. Miro alrededor, buscando somniferos. «Comprueba en el bano», se dijo, sabiendo que los encontraria en el botiquin.
Robinson dejo de contemplar el cuerpo y estudio la habitacion como un tasador antes de una subasta. Cajones volcados, con su contenido desparramado por el suelo; una lampara de mesilla hecha anicos. «Ha habido lucha», penso, pero descarto la idea. No, la lucha habia sido en la cama, entre las sabanas y el camison desgarrado, y termino rapidamente. Eso significaba que el asesino tenia prisa. Vio una almohada en el suelo, sin la funda. ?Una anciana que dormia entre sabanas recien lavadas pero sin una funda para la almohada haciendo juego? No, el asesino habia utilizado la funda para llevarse el botin. Tomo nota mentalmente, memorizando el dibujo floral de las sabanas. «?Seras lo suficientemente listo para librarte de ella? Lo dudo.»
Exhalo un largo y lento suspiro. Hacia calor en la habitacion; el bochorno que penetraba por la puerta forzada del patio y por la puerta delantera estaba superando al aire acondicionado. Sintio el sudor que empezaba a formarse en su frente, y una desagradable sensacion pegajosa en las axilas.
Movio la cabeza lentamente.
Todo le resultaba terrible, horriblemente familiar, penso.
Una anciana sola. Un apartamento ajardinado sin un buen cerrojo en la puerta trasera. Un vecindario lleno de sombras y callejones, y gente mayor que cobraba cheques de la Seguridad Social. Unas pocas joyas y algunos billetes de veinte dolares representaban la promesa de un atraco rapido y facil. Un lugar donde no se instalaban sistemas de alarmas, ni habia guardias de seguridad y dobermans. El mundo periferico, penso.
«La tipica pesadilla urbana», se dijo.
Sucedia en cualquier parte, todas las noches. Pocas variaciones sobre un tema comun: eres viejo y vulnerable e intentas conservar lo poco que tienes en este mundo, y hay alguien mas joven, mas fuerte y mas desesperado que vendra y te lo arrebatara. Si tienes suerte, solo te dejara inconsciente o te golpeara en la cabeza. Sobreviviras con una contusion, un brazo fracturado o una cadera rota. Si tienes menos suerte, moriras. Intento recordar cuantos casos similares habia visto. ?Una docena? ?Un centenar? ?Sospechaba aquella anciana, cuando se acosto, que era una presa facil?
Hablo pausadamente, dirigiendose al asesino:
– Asi que entraste, lo que no te costo demasiado, la sorprendiste en su cama, dormida, y la estrangulaste. Pero ella hizo demasiado ruido, asi que cogiste lo que pudiste y escapaste a toda pastilla, pero no lo suficiente, bastardo, porque alguien te vio.
Oyo voces en la salita. El equipo forense y los tecnicos habian llegado. El fotografo de la policia llamo:
– ?Eh, Walter! ?Donde estas?
– Aqui dentro -respondio.
Echo otro vistazo al cuerpo y algo le parecio fuera de lugar, aunque no logro identificar que era.
Intrigado, fue a reunirse con los hombres que entraban en el dormitorio. Enseguida adopto la actitud de forzada jocosidad con que se protegen todos aquellos que se encargan de investigar asesinatos.
– ?Eh, Walter! -exclamo un menudo tecnico que arrastraba un grueso maletin-. ?Que tenemos aqui?
– No mucho, vivia sola, Ted. Tiene que haber huellas. Asegurate de mirar bien en estos cajones. Bonny, saca fotos de todo, incluso de ese monton que el agresor dejo ahi. Y saca fotos de la puerta forzada. ?Ha llegado ya el Doctor Muerte, Ted?
– Ahora sube. Solo es uno de sus ayudantes. El jefe debe de estar durmiendo.
– ?Que va! ?Seguro que esta trabajando en aquel triple asesinato de Liberty City! -tercio el fotografo mientras ajustaba el fotometro y el flash-. Ha habido un problemilla en una casa de traficantes de