– Ahora ya sabe lo que ha pasado. ?Aun quiere ver a un detective?
– Si. La victima… -empezo, pero se callo. «La victima ?que?», penso.
Su mente se colapso intentando resolver una ecuacion abrasadora. Una anciana viene a tu puerta, asustada porque teme ser asesinada. Y luego, al poco rato, en efecto es asesinada.
Necesitaba tiempo para reflexionar, pero ya estaba cruzando el patio, siguiendo al joven patrullero, dirigiendose hacia el apartamento de Sophie Millstein. Paso junto al querubin trompetista. La estatuilla recibia cada pocos segundos haces de luz roja y parecia banada en sangre. Se detuvo ante la puerta y miro dentro, donde la actividad parecia reverberar en toda la casa. Un hombre con un maletin repleto de objetos recogia huellas en la cocina. Otro estaba tomando muestras de la alfombra.
El joven patrullero se acerco a un enjuto negro que se estaba aflojando la corbata apoyado contra la pared, agobiado por el bochorno de la habitacion, y seguidamente senalo a Simon Winter, el viejo detective. Este espero a que el hombre mas joven se acercase a el. Observo un poco mas la actividad dentro del apartamento y contuvo las emociones que parecian arremolinarse en su interior. Intento tranquilizarse con recuerdos. «Has pasado muchas veces por esto antes -se dijo-. Analiza el escenario del crimen. Te lo contara todo si consigues tomarte tu tiempo y dejas que te hable en su propio lenguaje, con su propia voz, en el primitivo lenguaje de la muerte violenta.»
Por un momento observo a Simon Winter y reparo en como sus ojos escrutaban la habitacion. Malinterpreto su atento estudio y lo confundio con nerviosismo. Walter Robinson se dirigio al agente que habia escoltado al anciano hasta alli.
– A ver, ?que quiere este vejete? -pregunto.
– Se llama Winter, vive al otro lado del patio. Dice que vio a la difunta esta noche. Probablemente es la ultima persona que la vio con vida. Dice que oyo como echaba el cerrojo en la puerta. Penso que tal vez usted querria una declaracion.
– Hummm… Si. Tomele declaracion -repuso Robinson.
El agente asintio y anadio:
– Tal vez pueda ayudarnos a identificar a la victima.
Robinson considero la sugerencia.
– Buena idea -dijo, y ambos se acercaron adonde esperaba Simon Winter.
Walter Robinson se identifico como el detective al mando y dijo:
– Nos gustaria que este agente le tomara declaracion, y si esta dispuesto, que intentase identificar a la victima. Si se siente preparado, por supuesto. Solo para el papeleo, ya sabe. Nos gustaria estar seguros antes de llamar al pariente mas cercano. Pero solo si usted quiere, no es algo demasiado…
Simon Winter siguio taladrando con la mirada el escenario del crimen y luego, finalmente, fijo la vista en el detective.
– Ya he visto todo esto antes -dijo pausadamente.
– ?A que se refiere?
– Lo he visto muchas veces. Veintidos anos en el Departamento de Policia de Miami. Los quince ultimos en Homicidios.
– ?Era policia?
– Asi es. Retirado. Hace mucho desde la ultima vez que estuve en la escena de un crimen. Al menos una docena de anos.
– No se ha perdido mucho -dijo Robinson.
– Ya -repuso Winter en voz baja-. No me he perdido mucho.
Robinson paso por alto el doble sentido y alargo el brazo para estrecharle la mano, por cortesia profesional.
– Las cosas debian de ser distintas antes -dijo.
– No -repuso Winter-. La gente muere de la misma forma. Lo que es distinto es la ciencia. No teniamos ni la mitad de todo ese material que hoy dia teneis los jovenes. Perfiles cientificos, pruebas de ADN, ordenadores. No teniamos ni ordenadores. ?Es bueno con los ordenadores, detective?
– Si, lo soy.
– ?Cree que podran resolver este crimen?
Robinson se encogio de hombros.
– Tal vez. -Y tras pensar un momento anadio-: Es mas que probable.
Observo a Winter, cuyos ojos habian empezado a barrer de nuevo la escena del crimen, absorbiendo todo lo que veia. El joven detective penso dos cosas: una, que no estaba seguro de que le gustase Simon Winter y, dos, que estaba seguro de que no queria terminar sus dias como un viejo amargado, retirado en la playa, viviendo de recuerdos de sus anos en el cuerpo. Docenas de asesinatos, violaciones y asaltos recordados en edad avanzada como los buenos viejos tiempos. Su mente se desvio abruptamente hacia un problema de agravios legales debatidos en una clase hacia un par de noches. El habia redactado un resumen de practicas sobre el tema, y habia sido su esfuerzo lo que el profesor destaco para alabarle.
Walter Robinson estaba decidido a no cambiar simplemente su placa y revolver por una cartera y un traje ligeramente mas caro y trabajar en la acera limpia de la calle de la ley, como habian hecho otros policias que conocia, que se habian convertido en abogados defensores o en fiscales. Se repetia que el aterrizaria en algun bufete de prestigio, estrecharia manos de ejecutivos y hombres de negocios y, muy pronto, olvidaria los escenarios de crimenes y la desesperacion de la muerte repentina.
– Muy bien -dijo, sacudiendose las agradables imagenes-. Procedamos a la identificacion y luego le contara su historia al agente.
Simon Winter lo siguio por el apartamento, y recordo que habia hecho el mismo recorrido un poco antes, ese mismo anochecer. Pero ahora el pequeno espacio estaba atestado de tecnicos y policias, habian encendido todas las luces y los dibujos estroboscopicos que proyectaban los coches patrulla marcaban las paredes, desorientando a Winter, casi como si el apartamento que habia inspeccionado mientras Sophie Millstein esperaba en la puerta fuese otro, lejano y distante, como un recuerdo de su infancia. Los angulos, los colores, los olores, todo le parecia ahora extrano. Busco al gato, pero habia desaparecido. Llegaron al dormitorio.
Sophie Millstein estaba echada de espaldas sobre la cama.
El camison estaba desgarrado por la lucha y la flacida curva del pecho al descubierto. Tenia el pelo suelto y desparramado como si estuviese dentro del agua. La nariz habia sangrado y el labio superior presentaba una mancha oscura alli donde la sangre se habia secado. Una rodilla estaba metida bajo la otra, casi timidamente, y la cadera desnuda estaba a la vista. Las sabanas aparecian enredadas entre los pies. Sintio el impulso de alargar la mano y cubrir con aquel camison de color crudo la piel de alabastro de Sophie Millstein.
Simon Winter echo un rapido vistazo alrededor. Vio a un fotografo tomando una instantanea del bolso de la anciana, que habia sido desgarrado y abandonado en el suelo. Otro estaba empolvando la comoda en busca de huellas. Los cajones habian sido abiertos y volcados y la ropa estaba esparcida por todas partes. Simon recordo el pequeno joyero junto al retrato del marido fallecido. Pero ahora la fotografia estaba en un rincon de la comoda, con el cristal roto, y el joyero habia desaparecido.
Se dirigio al detective Robinson.
– Tenia un joyero, una especie de cajita de metal, ya sabe. Era de color dorado rojizo con un pequeno diseno cincelado en la tapa. Guardaba sus anillos, pendientes y esas cosas ahi. Estaba alli.
El senalaba y el detective tomo notas.
– Ya no esta -observo retoricamente.
– ?Lo reconoceria? -pregunto Robinson.
– Creo que si. -Se dio la vuelta hacia Sophie Millstein. Un segundo tecnico en huellas estaba trabajando en su cuello, empolvando cuidadosamente su piel-. ?Huellas en el cuerpo? -pregunto Winter.
– Si. Siempre es un tiro a ciegas. Solo una de cada cien resulta util, pero que no quede por no intentarlo.
– Nosotros soliamos probarlo de vez en cuando. Pero nunca nos funciono.
– Ahora tenemos un papel nuevo cuyo resultado al levantar la cinta es mucho mejor. A veces usamos una tecnica con luz ultravioleta. Y ya sabe, estan desarrollando ese laser que lee las irregularidades de las huellas. Aun asi… -Se encogio de hombros.
El tecnico se inclino sobre el cadaver, ocultandolo a la vista de Simon Winter. Llevaba un pequeno trozo de