las rodillas y una toalla en torno a la cabeza.
— ?Han traido los bidones! — dijo, con una alegre sonrisa.
— Al diablo los bidones — replico Andrei, en tono no menos alegre —. Que esperen. ?Por que has venido solo? ?Donde esta Maylin?
— En casa. Esta muy cansada. Duerme. El nino estaba malito.
— Entra, no te quedes ahi de pie… Vamos, te presentare a un buen hombre.
— Ya nos conocemos — dijo Van mientras entraba en el comedor.
— ?Ah, Vanya! — grito Davidov, con subita alegria —. ?Tambien has venido! Vaya — dijo, volviendose hacia Kensi —, yo sabia que Andrei era un buen muchacho. Fijate, en su casa se reune gente buena. Tu, por ejemplo, o ese judio… como se llama… ?Bien, ahora tendremos un gran festin! Voy a ver que estan haciendo ahi. En realidad, no habia nada que hacer, pero no se que trabajo se han inventado…
Van aparto rapidamente a Kensi de la mesa y se dedico a distribuir los cubiertos de forma cuidada y precisa. Kensi se arreglaba la venda con la mano libre, agarrandola con los dientes. Andrei se puso a ayudarlo.
— Donald no acaba de llegar — dijo, preocupado.
— Se encerro en su casa y pidio que no lo molestaran — explico Van.
— Esta muy raro ultimamente, muchachos. Bueno, que se le va a hacer. Oye, Kensi. ?que te ha pasado en la mano?
— Me ha atacado un babuino — explico el policia, torciendo levemente el gesto —. El muy canalla. Me mordio hasta el hueso.
— No me digas — se asombro Andrei —. Creia que eran pacificos.
— Pacificos… Si te atrapan y comienzan a ponerte un collar…
— ?De que collar hablas?
— La orden quinientos siete. Censar a todos los babuinos y ponerles un collar numerado. Manana se los vamos a entregar a la poblacion. Pudimos pescar a unos veinte, y a los demas los espantamos hasta la circunscripcion vecina, que averiguen alli que hacer con ellos. ?Que haces ahi con la boca abierta? Trae mas copas, no alcanzan.
CUATRO
Cuando desconectaron el sol, todo el grupo ya estaba bastante animado. En la subita oscuridad. Andrei salio de detras de la mesa y fue hacia el interruptor, tumbando con los pies unas ollas que estaban en el suelo.
— No se asuste, senorita — dijo Fritz a su espalda —. Aqui siempre pasa eso…
— ?Hagase la luz! — proclamo Andrei, pronunciando claramente las palabras.
Una lampara polvorienta se encendio en el techo. La luz era pobre, como en un callejon de las afueras. Andrei se volvio y examino el grupo con la mirada.
Todo estaba muy bien. En el extremo de la mesa, sobre un alto taburete de cocina, se sentaba, bamboleandose ligeramente. Yuri Konstantinovich Davidov, que media hora antes y para siempre se habia convertido en el tio Yura para Andrei. Entre los labios muy apretados del tio Yura humeaba un enorme cigarrillo que acababa de liarse, mientras sostenia en la mano un vaso de cristal tallado, rebosante de aguardiente de primera destilacion, y pasaba su dedo indice reseco por delante de la nariz de Izya Katzman, sentado junto a el, que ya se habia quitado la corbata y la chaqueta. En la barbilla y en la pechera de su camisa se veian claramente las huellas de la salsa de carne.
A la derecha del tio Yura estaba Van, en silencio, y tenia frente a si el plato mas pequeno, con un minimo de comida, y el tenedor mas torcido. Para beber aguardiente, habia escogido una copa con el borde roto. Tenia la cabeza metida totalmente entre los hombros, y el rostro apuntando hacia arriba, con los ojos cerrados y una sonrisa. Disfrutaba de la tranquilidad.
Kensi, ruborizado, mirando con rapidez a un lado y a otro, comia col agria y muy animado le contaba algo a Otto, que combatia heroicamente contra las ganas de dormir.
— ?Si, claro! — replicaba Otto cada vez que lograba una victoria sobre el sueno —. ?Por supuesto!
Selma Nagel, la ramera sueca, era toda una belleza. Estaba sentada en un sillon, con las piernas por encima del brazo acolchado, y esas piernas rutilantes quedaban precisamente a la altura del pecho del valiente suboficial Fritz, de manera que los ojos de este echaban llamaradas, y debido a la excitacion, tenia el rostro cubierto de manchas rojas. Se inclino hacia Selma con el vaso lleno, intentando todo el tiempo hacer un brindis con ella por la eterna amistad, pero Selma lo espantaba con su copa, se reia, hacia oscilar las piernas y, de vez en cuando, retiraba la garra peluda de Fritz de sus rodillas.
El unico lugar vacio, al otro lado de la mesa frente a Selma, era la silla de Andrei, y tambien el asiento reservado para Donald permanecia tristemente desierto.
«Lastima que Donald no haya venido — penso Andrei —. ?No importa! ?Resistiremos, soportaremos tambien esto! Hemos tenido que enfrentarnos a cosas peores…»
Las ideas se le enredaban hasta cierto punto, pero su estado de animo general era impetuoso, con una pizca de tragedia. Volvio a su sitio y agarro un vaso.
— ?Un brindis! — grito.
— ?Oh, si! — replico Otto, el unico que le presto atencion, sacudiendo la cabeza como un caballo atormentado por los tabanos —. ?Oh, si!
— Vine aqui porque tenia fe — decia en voz alta el tio Yura, sin dejar que Izya, con su risa constante, retirara su dedo reseco de debajo de la nariz —. Y tuve fe porque no habia nada mas en lo que se pudiera creer. El hombre ruso debe creer en algo, ?verdad, hermanito? Si uno no cree en nada, lo unico que le queda es el vodka. Hasta para amar a una mujer hay que creer. Hay que creer en uno mismo; sin fe, hermano, no se puede ni siquiera echar un buen polvo…
— Es verdad, es verdad — respondio Izya —. Si a un judio le quitas la fe en Dios, y a un ruso la fe en el padrecito zar, vaya usted a saber en que se convierten…
— No, aguarda. Los judios son otra cosa.
— Lo fundamental, Otto, es que no se esfuerce — decia Kensi en esos momentos, mientras masticaba con gusto la col —. De todos modos, no hay ninguna formacion, y no puede haberla. Pienselo usted mismo, que falta hace la formacion profesional en una ciudad en la que todo el mundo cambia de oficio a cada rato.
— ?Claro que si! — respondia Otto, despertandose durante un segundo —. Eso mismo le dije al senor ministro.
— ?Y que le contesto? — Kensi agarro un vaso de aguardiente y bebio varios sorbos pequenos, como si fuera te.
— El senor ministro dijo que era una idea muy interesante. Me sugirio que le preparara un informe. — Otto sorbio por la nariz y los ojos se le llenaron de lagrimas —. Pero en lugar de eso me fui a visitar a Elsa.
— Y cuando tuve los tanques a dos metros de distancia — seguia contando Fritz, mientras derramaba aguardiente sobre las piernas de Selma — lo recorde todo. No lo creera.
— ?Su
— ?
— ?Me tienes harto con ese
— ?Un brindis? — se dio cuenta de repente el tio Yura —. ?Dale! ?Sueltalo, Andrei!
— ?Porladamquestaqui! — disparo Otto, apartando de si a Kensi.